“Pero ¿cuándo he mentido? ¿Con qué escritor?”, pregunta con falsa ingenuidad antes de reconocerlo: “He mentido con todos; les he creado una vida diferente”, dice Enrique Vila-Matas, el autor catalán al que se esperaba con ansiedad en el marco del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (FILBA).

Siete periodistas nos reunimos la mañana del sábado para un breve desayuno con Vila-Matas. Los que habíamos presenciado su participación en el FILBA la noche anterior comentábamos risueños su número: sin abandonar jamás la ironía y el anecdotario, el escritor respondió a las preguntas cautivando a todo un auditorio colmado, que no dejaba de lado las risas y los gestos de encanto.

Cuando todos nos ubicamos alrededor de la mesa y los fotógrafos aguardaban con sus cámaras listas, el autor de Historia abreviada de la literatura portátil (1985) ingresó al café, vestido de un azul oscuro intenso. En ese instante fue inevitable aventurar que su forma de ver el mundo se vincula exclusivamente con un tono tranquilo, irónico e inteligente, con el que analiza y relata historias que no acaban nunca, que siempre refieren a otras.

Dijo que se encontraba muy bien en Montevideo y que había podido visitar la Torre de los Panoramas, aunque el vértigo le había jugado una mala pasada. Con relación a otro edificio montevideano, el ex hotel Cervantes, el día anterior había recordado su columna periodística de 2007 en la que se refería al cuento de Julio Cortázar “La puerta condenada”, ambientado en el hotel capitalino. “El hotel Cervantes, en la calle de Soriano entre Convención y Andes, continúa en pie. Así que, si algún día voy a Montevideo, iré a verlo [...] He mirado en internet y parece que el hotel no ha cambiado mucho, continúa sombrío y tranquilo”, escribía. Pero claro, de esto hace ya siete años, cuando aún no había sido adquirido por una nueva empresa.

La vocación

Las palabras citadas al comienzo de la nota remiten al hecho de que en alguna oportunidad el catalán ha sido acusado de mentir, al menos en lo que se refiere a anécdotas que cuenta sobre otros escritores. En ese sentido, uno se puede preguntar si la verdad es la madre del aburrimiento. Él responde: “Se escribe para escapar de él. Esto en parte desacraliza el hecho de escribir, ya que no se escribe con grandes fines o noblezas, aunque también puedan existir, como puede ser cuando se hace para sobrevivir, por ejemplo, y sobre todo para divertirse o pasar el tiempo, que es lo que decía [Georges] Perec. Pasar el tiempo significa que cuando faltan tres horas para salir de viaje y ya tienes hecha la maleta, y no hay nadie en tu casa y no vas a salir a la calle, ¿las tres horas que tienes por delante van a pasar muy rápido si te pones a escribir? No, porque vas a quedar aprisionado por lo pasional que es el hecho de escribir”. Para esto recordó una expresión portuguesa que cree fantástica: fazer horas.

Es que el eje central de su literatura es la literatura misma, y por eso su fazer horas se convierte casi en un símbolo. París no se acaba nunca, por ejemplo, es una novela -bajo un título que cita a Ernest Hemingway, a quien se evocará de manera constante a lo largo del relato- estructurada como una larga conferencia, en la que el narrador relata al auditorio sus vivencias como aprendiz de escritor en París a comienzos de la década del 70, donde vivió en una buhardilla alquilada a Marguerite Duras. De hecho, la prosa de este libro, publicado en 2003, es Vila-Matas en su estado más puro, asumiendo la vida desde la propia literatura, desde ese mundo que excede la determinación, tal como sucede con el personaje de El mal de Montano (2002).

Recuadros inventados

Las preguntas alternaron el periodismo, los premios, las distintas figuraciones del yo, su relación con Montevideo, si había conocido a Juan Carlos Onetti personalmente (se lo cruzó en una intervención del uruguayo en Barcelona y lo reconoció en un bar, de lejos. “¿Que cómo se veía? Estaba animadísimo”), su gusto por Felisberto Hernández y el humor de Mario Levrero.

Al igual que la noche anterior, reiteró la idea de que ha “escrito tanta ficción” sobre sí mismo que ya no sabe quién es. Y del mismo modo que en sus libros, cuando uno escuchaba a Vila-Matas nunca sabía con seguridad cuándo bromeaba y cuándo hablaba en serio. En su obra, los distintos narradores se empecinan en difuminar los límites entre la realidad y la ficción, como el paradójico personaje de Bartleby y compañía (2000), que 25 años antes publicó un relato y luego renunció a volver a hacerlo, motivo por el cual se propone hallar en la historia literaria los diversos autores que, en algún momento, decidieron abandonar la escritura. Estos bartlebys toman su nombre del escribiente Bartleby, el oficinista de un relato de Herman Melville que, cuando se le solicitaba un trabajo o se le pedía que contara algo, siempre respondía: “Preferiría no hacerlo”.

Es así que este personaje se empeña en el estudio del “mal endémico de las letras contemporáneas, la pulsión negativa o la atracción por la nada que hace que ciertos creadores, aun teniendo una conciencia literaria muy exigente [...], no lleguen a escribir nunca; o bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la literatura”. Así, el narrador reconstruye la historia de la literatura del No, citando a los autores más famosos y protagonizando él mismo su propio canon, estructurado por el “laberinto del No”; aunque el explorador nunca llegue a encontrar el centro de este laberinto.

En sus trabajos Vila-Matas construye una estética que parte del ensayo aunque con una impronta narrativa, al igual que en sus novelas y sus cuentos desarrolla una narración con un ánimo ensayístico, que paulatinamente funda un canon literario propio a partir de la ficción.

En el encuentro el escritor conjeturó que era muy literario precisamente porque concebía el mundo de forma literaria. Aseguró que la creación del canon viscoso que se conforma a partir de la inclusión de otros autores se dio de manera “involuntaria”. “Yo sólo nombro una serie de autores que me acompañan como una familia en todos mis libros”.

Al reflexionar sobre la realidad consideró que en general es “muy clara”, ya que usualmente no existen situaciones muy atractivas en el transcurso del día. Por eso, “una manera de volverlas interesantes es darles la inyección de que en verdad ocurre algo”. “Una forma de pensar que está ocurriendo algo es ofrecer una línea de acción literaria. Le otorga más sentido y más interés. En el libro de Kassel [no invita a la lógica, 2014] hay un momento en que yo descubro una instalación que se llama El impulso invisible, que es simplemente una corriente de aire que sorprende a alguien. Yo sentí que iba a escribir el libro cuando noté el impulso invisible de esa corriente de aire, que me animó a pensar que podía escribir un libro. Y sobre todo, que los cinco días que tenía que pasar en Kassel [Alemania, durante la Documenta, una de las exposiciones de arte contemporáneo más destacadas del mundo], donde se presentaban absurdos bastante aburridos, cobraron interés a partir del momento en que pensé que no estaba viviendo una situación que se pareciera a una película o novela, sino que el impulso me había conducido a ver todas las obras que me estaban esperando en las instalaciones con un interés inusitado, que es el mismo que tiene el personaje que recorre Kassel. Es decir, para no pasarme cinco días angustiado por no saber qué hacer en esa ciudad alemana, en la que no me conocía nadie ni tenía nada que hacer, decidí otorgarle un matiz interesante por medio de la ficción”, explicó.

Este mecanismo varía sus rutas de acceso en cada nueva obra, evitando impresiones de déjà vu al acceder a un libro distinto. Vila-Matas es un escritor que nunca abandona su viaje, que sorprende con obras que no se acaban nunca, y, como se dice en Kassel no invita a la lógica, probablemente sea éste su modo de vida: “Creo que es mi centro, creo que es la esencia misma de mi forma de estar en el mundo, mi sello, mi marca de agua: hablo de ese desvelo continuo por buscar lo nuevo”.

Luego de que pusiera la mano sobre su taza porque no quería más café, finalizó el encuentro con este escritor que asegura que el pasado siempre es un conjunto de recuerdos muy precarios. Todos aplaudieron. Él sonrió, distante, emprendiendo nuevamente el viaje.