Nos contaron otra historia. O será que recordamos otra historia, que Gómez y Musto casualmente olvidan mencionar. Nos contaron que a la salida de la dictadura, el movimiento estudiantil organizado logró movilizar a un número muy importante de personas por la restauración democrática, la amnistía general e irrestricta y el fin de la intervención en la Universidad de la República (Udelar). También nos contaron que los mecanismos elegidos para procesar la unificación entre la novel ASCEEP y la histórica FEUU, que dieron lugar a la actual ASCEEP-FEUU, pronto demostraron sus límites y rápidamente evidenciaron señales de agotamiento. Ese ámbito “plural y participativo” del que nos hablan Gómez y Musto, la ASCEEP-FEUU, sufrió una importante crisis en el 89, crisis que llevó a la virtual desaparición de la herramienta gremial hasta 1992. Posteriormente, el movimiento estudiantil fue refundado (en lo que se conoció como “la FEUU después de la FEUU”) gracias a la militancia juvenil, compuesta mayoritariamente por estudiantes de generaciones posteriores a la restauración democrática. Fue por ese entonces que la FEUU renació, hasta reescribir su estatuto en 1995 para continuar, una vez más, por el camino de las transformaciones.

Digo que nos contaron porque ingresé a la Universidad con 17 años en el año 2011. No pude vivir los procesos de lucha por la caída del régimen durante la dictadura cívico-militar. Lamentablemente, no fui parte de los “candombailes”, ni de la histórica Marcha del Estudiante. Sin embargo, a pesar de no haber vivido esos momentos trascendentes en la historia del movimiento estudiantil, a la distancia los respeto y rescato su invaluable contribución a las luchas del movimiento popular en su momento. No se me ocurriría, jamás, desprestigiar dichos logros porque la organización unitaria que conformaron se disolvió rápidamente en tan solo cuatro años.

Creo que detrás de esta defensa de un pasado tan idílico como inexistente, se esconde la construcción de un mito. La necesidad de preservar la memoria histórica ha llevado a algunos militantes de aquella época a construir un relato fantástico sobre las heroicas luchas de la restauración democrática. Parecería que, para algunos, la idea es vivir a la espera de una nueva generación 83. No es mi visión. Desde el humilde lugar donde me ha tocado militar por una sociedad mejor, aprendiendo de las experiencias de quienes me precedieron pero evaluando críticamente sus errores, puedo asegurar que la mejor generación siempre será la que está por venir.

La experiencia parece avalar la afirmación precedente. Es cierto que, desde 1995 a la fecha, el movimiento estudiantil no ha logrado movilizar a la misma cantidad de personas que en la salida de la dictadura cívico-militar. No menos cierto es que ese fenómeno ha atravesado a todas las organizaciones políticas y sociales del país, de la región y del mundo (y, no menos cierto, a pocos se les ocurriría cuestionar la legitimidad de estas organizaciones). No obstante, en los últimos 20 años, el movimiento estudiantil ha mejorado significativamente la calidad de sus planteos, llegando a tener una elaboración programática sustantiva y siendo la vanguardia detrás del proyecto de transformación educativa más importante del Uruguay en el siglo XXI: la Segunda Reforma Universitaria. Las convenciones de la FEUU han dejado de ser el “’campo de batalla’ de pequeños aparatos” –descripción que, irónicamente, parece aplicar mejor a la FEUU que Musto y Gómez reivindican, caracterizada por el predominio de las juventudes político-partidarias por sobre el asambleísmo de centros y asociaciones de estudiantes– para estar centradas en las organizaciones estudiantiles de base, que se fortalecen en cada elección universitaria donde la FEUU ha sido ininterrumpidamente la primera fuerza electoral del orden estudiantil en la Udelar.

La elección del Rector ha desatado una fractura importante a la interna de la Federación, es cierto. Hay heridas que demorarán mucho en cerrar, e indudablemente quienes hoy integramos la FEUU deberemos idear mecanismos para coser y unir. No obstante, para comenzar a sanar es necesario no adherir a una reedición de la teoría de los dos demonios, que tanto mal le ha causado al país. Si bien este proceso deberá contar con una importante dosis de autocrítica de todos los involucrados, un relato honesto de los hechos acaecidos deberá incorporar la condena al vaciamiento de los espacios, a la política que no discute sobre ideas y al quiebre de la unidad de la Federación. En esta historia no hay buenos ni malos, pero sí hay quienes deberán hacerse responsables frente a la Historia. Y sería un error que quienes se encuentren genuinamente preocupados por el futuro de la FEUU y de la Udelar eligieran el camino del silencio o, peor, el de la minimización paternalista.

La campaña electoral de todos los partidos nos ha otorgado la posibilidad de escuchar encendidos discursos sobre la necesidad de renovación. Parece haber un amplio consenso en que el sistema político necesita aggiornarse, tanto en elencos como en prácticas políticas. Columnas como la de Musto y Gómez evidencian que aún nos quedan numerosas barreras por derribar, tal vez porque la participación de nuevas fuerzas en el escenario político suscita resistencias conservadoras, temerosas de que los hombres y las mujeres del mañana eclipsen sus logros. La Federación se recuperará, pero no por guiarnos por las luces emanadas por los sabios granujas del ayer, sino por estar integrada por colectivos convencidos de que lo mejor pertenece al mañana. Se recuperará, justamente, gracias al convencimiento de que los logros del hoy serán ínfimos frente a los de los hombres y mujeres nuevas que construirán el futuro, incontenibles.

El autor es estudiante de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración (Udelar).