Luego de que obtuviera el XIII Premio NH-Mario Vargas Llosa por esta compilación de relatos, se editó en Montevideo un nuevo libro de Cristina Peri Rossi, autora uruguaya residente en España con una profusa obra de poesía, cuento, novela y ensayo.

Las historias de los diez cuentos que componen Habitaciones privadas son tan contemporáneas como abrumadoras y se enlazan entre sí por la soledad más angustiosa. Los personajes se recluyen o son recluidos en pequeños espacios solitarios debido a la rutina, a las obligaciones laborales, a los problemas de salud, al azar, a los delitos que han cometido o a las estafas de las que han sido víctimas. Y éstas son las causas o las consecuencias de una comunicación interpersonal privada.

Los televisores son omnipresentes, como las relaciones a distancia, virtuales o telefónicas. El ruido, que afecta la comunicación, recorre todo el libro: el tráfico, los celulares que suenan, la televisión, la música de moda: “altavoces sonando toda la noche con algo que Alex y sus amigos suelen llamar inexplicablemente música”, dice el narrador-personaje de “Las tres eses” uno de los dos relatos -junto a “La lección de zoología”- que no cuenta con un narrador omnisciente y extradiegético. Y, en ausencia del ruido, “el silencio de las habitaciones podía resultar intimidante para algunos” afirma el narrador en “HB2”.

Se observa una imposibilidad de entendimiento intergeneracional; los hijos son molestos, los padres los abandonan o ignoran sus vidas: “Uno estaba en Washington, le parecía, haciendo un máster de algo” (“After hours”). Los matrimonios se conservan por inercia y por costumbre, como afirma uno de los narradores: “Todas las cosas terminan, por eso terminan las relaciones adúlteras, que están vivas, y no los matrimonios, que están muertos”.

Los cuentos están hilvanados por la aceptación pasiva de los hechos. Así se describe en “HB2” a uno de los personajes, que ejerce la prostitución: “Se veía que estaba bien enseñada. Enseñada a obedecer”. El profesor de “La lección de zoología” les dice a sus alumnos: “Me paseo por el aula, rodeado de dóciles cachorros que toman nota de manera obediente, sin elevar la cabeza, incapaces de mirar”. El único final feliz que se encuentra en estas diez historias se debe a la pasividad y la entrega al sueño de los dos protagonistas: “Así estaban bien, tomados de la mano, sin hablar, sin realizar un solo movimiento” (“Dormir de amor”).

Si bien todos estos relatos se pueden inscribir en la ficción realista, asaltan a cada paso elementos amenazadores que pertenecen a lo extraño. Cuando se encendieron las luces del hospital psiquiátrico en “Terapia”: “Se podían distinguir los rostros con claridad y también las intenciones. Sólo lo que quería permanecer oculto permanecía oculto”. Lo extraño surge también en los cruces de voces entre narradores y personajes sin que se indiquen los cambios y en las comparaciones dislocantes, como la que expresa el narrador al comienzo de “After hours”: “Había una gasolinera, perdida en el medio de la inmensidad como una mora en el desierto”. Esto se incrementa cuando el personaje es quien retoma esa imagen, hacia el final: “Maldita carretera con molinos aerólicos y gasolineras como manchas de mora”. Otra variante de la comparación inquietante es utilizada en “Se busca” al describir al “gato que siempre la esperaba sentado, como una estatua de gato”. En “After hours”, al igual que en el cuento siguiente, “La redención”, hay ciertas reminiscencias de las fuerzas ocultas de estilo kafkiano, así como en “Carta blanca”, en la que el personaje “a veces tenía ganas de follar, también, pero una especie de inercia lo retenía en el sofá y lo dejaba para otra ocasión”.

Los individuos representados sufren cierta nostalgia por la infancia perdida y como consecuencia forman parte de una sociedad infantilizada. Así, al personaje masculino de “Dormir de amor”, “un dulce sopor lo invadía. Pensó que se trataba de la música, como una nana para arrullar a un niño, a un niño ejecutivo de una multinacional que tomaba decisiones importantes”.

Los rasgos animales de los personajes son otra característica en común de estas narraciones. Así reflexiona el narrador de “Carta blanca” cuando descubre que lo excita volver a comenzar un solitario: “Pensó que era una antigua ley psicológica: la de repetir el esfuerzo, la de equivocarse y volver a empezar, como hacen los orangutanes y las ratas. También las moscas.” O en “Terapia”: “La señora Olson se lanzó sobre la tabla de chocolate y comenzó a devorarla sin tener en cuenta ninguna norma de urbanidad […] como las leonas y los tigres devoraban a los hombres y mujeres que habían cazado al atardecer”.

Sin embargo, también sobresale una imposibilidad de acercamiento a la naturaleza, un distanciamiento que genera conflictos: “A la señora Olson le gustaban las flores, pero no sentía ninguna afición por hundir las manos en la tierra” (“Terapia”). Esta característica se acentúa notablemente en el último cuento, “La lección de zoología”, que retoma, de manera posmoderna, el tema clásico del hombre lobo, lo que lo hace un libro de temática contemporánea pero con cierta circularidad clásica, puesto que la primera línea del relato inicial comienza así: “En un lugar de la Mancha había una gasolinera”.

La ironía está en todos los cuentos. Un caso destacado es el primer párrafo de “HB2”, que condensa muchas de las temáticas denunciadas en los relatos: el funcionamiento de las multinacionales, los avisos publicitarios, el negocio de la salud y el de la prostitución, las cadenas de televisión, los “eventos” de lujo, los ejecutivos, las empresas de encuestas. En una frase de uno de los personajes de este relato, que discute con sus colegas médicos sobre los efectos de un nuevo medicamento, podría resumirse la visión de este libro sobre la época contemporánea: “Todo está en fase de experimentación”, una visión que parece mezclar la incertidumbre con la impotencia.