Con El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos culminan las cerca de veinte horas de película (e innumerables de rodaje) que el director Peter Jackson le dedicó a la obra de JRR Tolkien, por ahora al menos. Su trilogía de la adaptación de El señor de los anillos (2001-2003) seguramente pase a la historia del cine fantástico, mientras que esta segunda trilogía culmina sin pena ni gloria, como un buen y entretenido espectáculo, lo cual no es poco.

Hay muchos motivos que marcan la diferencia. Por un lado, las tres películas de El señor de los anillos se quedaron cortas para abarcar los tres extensos volúmenes en los que está basada, por lo que Jackson estuvo obligado a contar la historia sin desperdiciar un minuto (e incluso dejando muchos cabos sueltos que recién se resolvieron en las versiones extendidas con escenas extra de las versiones en DVD), mientras que en El Hobbit fue exactamente lo contrario: un volumen muy escueto fue estirado e hinchado al máximo para poder completar los tres films, lo que inevitablemente hizo a las películas más extenuantes y redundantes. Por otro lado, buena parte de la acumulación de portentos imaginativos que poblaban la primera trilogía volvieron a reiterarse en los nuevos films, lo que eliminó el factor sorpresa, y aunque la parafernalia de efectos especiales evolucionó mucho en la última década, los presentados en El Hobbit no tienen la capacidad rupturista y novedosa que poseía su obra de hace diez años. En último lugar, también hay que tener en cuenta que la historia fue modificada mucho por Jackson, Guillermo del Toro y un equipo de guionistas que, a pesar de su talento, carecen de la cualidad épica de Tolkien, un escritor mucho mejor de lo que suele reconocerse.

En todo caso, La batalla de los cinco ejércitos es a la vez la mejor y la más agotadora entrega de la trilogía. La introducción, que Jackson inteligentemente dedica al enfrentamiento final con el dragón Smaug, es una maravilla visual y narrativa, pero luego la película deriva hacia el proceso de envilecimiento a causa de un tesoro del rey enano Thorin -un proceso demasiado similar al de Frodo y el anillo de poder-, que es por momentos tedioso y que desplaza al personaje principal y más interesante, el hobbit Bilbo -interpretado por el gran Martin Freeman-, que en este film tiene un rol menor al de los dos anteriores. Todo culmina en una batalla final de casi una hora de duración, que es tan fascinante como cansadora, y en la que se percibe una gran influencia del final de Los vengadores, de Joss Whedon, lo cual no es un paso atrás, pero definitivamente no es uno adelante, al menos si se recuerdan las estremecedoras batallas de la segunda y la tercera entrega de El señor de los anillos.

Hay bastantes maravillas visuales y virtuosismo técnico como para que la experiencia de La batalla de los cinco ejércitos no llegue a convertirse en algo realmente tedioso, pero la saturación es evidente y cabe esperar que Jackson deje descansar un tiempo al mundo de los hobbits, orcos y elfos. Siempre y cuando la Warner no adquiera los derechos del libro póstumo de Tolkien, El Silmarillion, que siendo esencialmente un resumen de las tramas de decenas de nuevas novelas ambientadas en la Tierra Media, podría servir de material para películas similares por varias décadas más, pero de momento no parece que haya una necesidad real de que esto suceda.