La franquicia de Madagascar -iniciada por la película homónima de 2005- ha sido, después de la de Shrek, la más exitosa del ala de animación de la productora DreamWorks; pero si bien la saga del ogro verde le lleva aun varias cabezas en cuanto a popularidad histórica, da la impresión de que el personaje está un tanto agotado y su última entrega, Shrek para siempre, ya lleva cuatro años de su estreno, y fue superada en su momento por Madagascar 3.

No es fácil entender el éxito de la saga Madagascar, cuyo film inaugural podría perfectamente haberse perdido entre las docenas de películas animadas sobre bichos antropomórficos que se han estrenado en lo que va del siglo; sin grandes personajes ni historias y con una animación muy poco sobresaliente, Madagascar podría haberse perdido junto a otros caminos abandonados por DreamWorks, como el de la pésima El espantatiburones o la más que aceptable, pero poco distintiva, Vecinos invasores. Sin embargo, la franquicia sobrevivió, sobre todo gracias al entorno de la historia principal y a sus personajes secundarios, que terminaron siendo mucho más interesantes que los protagónicos. Entre ellos, el claro destaque era un grupo de cuatro pingüinos que operaban como una unidad marcial de elite y que se robaban las mayores risas del largometraje.

La gente de DreamWorks, que de tontos no tienen ni un pelo, inmediatamente los convirtieron en la representación oficial de Madagascar en la pantalla chica, produciendo una divertida serie en la que los pingüinos residían en el zoológico de Brooklyn y vivían diversas aventuras en compañía del hilarante rey lémur Julián (más conocido como Cola Anillada). La serie -que está siendo emitida por Canal 10 en nuestro medio- fue también un éxito, por lo que no es de extrañarse que DreamWorks decidiera otorgarle un spin-off (una película derivada de la saga principal) a los plumíferos de la Antártida.

En Los pingüinos de Madagascar se cuenta el origen del cuarteto mediante un prólogo que los presenta de niños, siendo parte de un documental sobre su especie (en un elaborado chiste cinéfilo,Werner Herzog le prestaba la voz al documentalista en la versión en inglés), de la que se apartan a bordo de un iceberg para volverse la unidad secreta que todos conocemos. Con tiempo para explayarse, la película se adentra más en las personalidades de las cuatro aves, definidas como el líder algo autoritario (Skipper), el genio técnico (Kowalski), el gutural y omnívoro Rico y el eterno recluta Private, quien por su aparente inutilidad se convertirá en el eje de la trama. Pero no hay mucha trama de la que hablar, ya que Los pingüinos de Madagascar se estructura como una larga sátira a las escenas de acción de la sagas de James Bond y de Men in Black (a cuyo afiche citan desde el propio). En la película los pingüinos se enfrentan a un pulpo -que funge como científico loco- llamado Dave, para lo cual se alían con un equipo de superagentes del Polo Norte -compuesto por un perro esquimal, una lechuza de la nieve, un oso polar y una foca- llamado “Viento norte”, dejando a los pingüinos como únicos representantes de la escudería de personajes de Madagascar.

El comienzo de la película es realmente vertiginoso, y el ritmo no decae en toda su no muy extensa duración (una hora y media). El objetivo es esencialmente llevar al grado del absurdo (o más bien del hiperabsurdo) las hazañas de estos émulos de James Bond con pico; para ello los directores estructuraron un uso intensivo de la 3D, que como en las películas de Resident Evil de Paul Anderson, no paran de arrojar personajes y objetos por la cabeza de los espectadores. Una extensa persecución a góndola por los canales y las calles de Venecia se convierte en una suerte de montaña rusa similar a la que planteaba Peter Jackson en su ya famosa escena de los barriles de la segunda entrega de El Hobbit.

Claro que tanto vértigo explosivo termina agotando un poco, y la parte humorística no siempre está a una altura compensativa de las escenas de acción. Esto se debe en parte a la mala decisión de dejar fuera de la película al Rey Julián: la dialéctica y semi enfrentamiento permanente entre el lémur hedonista y parrandero y los disciplinados pingüinos siempre fue uno de los principales valores de la serie televisiva, y no tener a Cola Anillada exasperando el profesionalismo de Skipper y compañía es una pérdida que los simpáticos nuevos personajes no alcanzan a suplir. Esta ausencia o reserva tal vez se deba al reciente desembarco de DreamWorks en Netflix, donde estrenaron una serie -All Hail to King Julien-, que gira alrededor del disipado rey lémur y donde los pingüinos no tienen rol alguno.