La crisis se hace sentir en todo el territorio de Brasil, pero se concentra en el sureste, donde la falta de lluvias y los problemas energéticos derivados afectan a San Pablo, Río de Janeiro y Minas Gerais, los tres estados más poblados de un país en el que viven unas 200 millones de personas. El domingo, los diarios Folha de San Pablo y O Globo de Río de Janeiro cuantificaron que la falta de agua afecta a casi 50 millones de personas.

Sin embargo, el gobierno de Dilma Rousseff se muestra cauto a la hora de describir el panorama y se resiste a hablar oficialmente de planes de racionamiento, aunque éstos ya están en marcha por la vía de los hechos.

Hasta el momento, la encargada de dar una primera señal fue la ministra de Medio Ambiente, Izabella Teixeira, que el domingo calificó de “sensible” y “preocupante” el panorama hídrico en el sureste y exhortó a los ciudadanos a ahorrar agua y energía: “Estamos acompañando y monitoreando. Es un momento en el que todos tenemos un problema sensible, complejo, y necesitamos de la colaboración de todos. Todos tienen que saber ahorrar agua, ahorrar energía”, señaló la jerarca, en el marco de una conferencia de prensa que organizó en Brasilia, a la vez que consideró que “lo que viene ocurriendo en el sureste es totalmente atípico.

“Los niveles de los embalses están por debajo de los del año pasado y por debajo de los registrados desde la década de 1930”, afirmó Teixeira en una rueda de prensa celebrada en Brasilia. Sus declaraciones fueron posteriores a una reunión en la que también participaron representantes de siete ministerios y cuyo objetivo fue analizar la situación en el sureste, donde los reservorios se encuentran en mínimos históricos por la falta de lluvias antes del período de precipitaciones.

La ministra precisó que el abastecimiento de agua no le compete al gobierno federal, pero subrayó que dará el apoyo necesario a los estados para la realización de obras que permitan el suministro. Este señalamiento sobre las competencias alude al fuego cruzado entre los gobiernos estaduales opositores al gobierno, que acusan a la presidenta, Dilma Rousseff, de no haber tomado las previsiones necesarias para prever la crisis energética, que el lunes 19 derivó en cortes de luz en diez estados: San Pablo, uno de los más castigados por la merma de electricidad, junto con Río de Janeiro, Minas Gerais, Rio Grande do Sul, Santa Catarina, Paraná, Espírito Santo, Goiás, Mato Grosso do Sul y Rondônia, además del Distrito Federal de Brasilia.

La ministra de Medio Ambiente recordó que Rousseff autorizó a incluir en el Programa de Aceleración de Crecimiento las obras para abastecer el reservorio Cantareira -uno de los más importantes del estado de San Pablo, que se encuentra en mínimos históricos- mediante el desvío de agua de la cuenca del río Paraíba. La sequía que afecta al sureste ha golpeado especialmente a San Pablo, el estado más rico y más poblado del país, con 40 millones de habitantes.

Secos

El principal sistema de represas paulista, Cantareira, abastece a unos 6,5 millones de personas. Está en su mínimo histórico, con el agua apenas a 10% de su capacidad. La compañía Saneamiento Básico del Estado de San Pablo, que administra el sistema, vaticina que en caso de que no llueva pronto y la demanda se mantenga en los mismos niveles, habrá agua para sólo tres meses. “Realmente pasamos por una de las peores hidrologías de las que se tiene registro desde 1931. Nunca hubo, al mismo tiempo, una situación tan mala en los subsistemas sureste/centro oeste y noreste. Vivimos una condición hidrológica extrema, bastante difícil”, reconoció Maurício Tolmasquim, presidente de la Empresa de Investigación Energética, vinculada al Ministerio de Minas y Energía.

De nada sirvieron para equilibrar las represas las fuertes tormentas que sacudieron esa zona del país en 2014, la última de las cuales se produjo durante la última semana de diciembre, provocando inundaciones y destrozos millonarios. Sin embargo, las lluvias no cayeron donde más se precisaban. Otro de los integrantes del gabinete de Rousseff que se han referido directamente al tema es el ministro de Minas y Energía, Eduardo Braga, quien el viernes 23 sostuvo que las típicas lluvias de enero “han sido extremadamente raras”, y puso como ejemplo que en Río de Janeiro sólo ha llovido dos días en todo el mes y en San Pablo, a pesar de que se han acumulado los temporales en la cabecera de los ríos y en las presas que recogen el agua, apenas ha llovido.

Para evitar más apagones como los del inicio de esa semana, el jerarca anunció que la región sureste -la de mayor densidad de población- tendrá una oferta adicional de 1.500 megavatios, en gran parte suministrados por la central hidroeléctrica de Itaipú y por centrales térmicas de Petrobras que funcionarán como refuerzo hasta mediados de febrero.

Tras el apagón generalizado en los diez estados, el secretario de Estado había intentado poner la cuestión en manos “divinas”: “Dios es brasileño, tenemos que contar con que nos mandará unas lluvias para que estemos aún más tranquilos”.

Pero hasta el momento no se ha producido el “milagro” que espera el ministro del país con más católicos del mundo (57% de su población declara pertenecer a esa religión). Por el contrario, los pronósticos terrenales indicarían más bien todo lo contrario, tal como informó la semana pasada el coordinador general de Investigación del Centro Nacional de Monitoreo y Alertas de Desastres Naturales, Marcelo Seluchi: “Las restricciones van a profundizarse si no llueve pronto. Para que las reservas de agua se recuperen parcialmente debería llover 50% más de lo normal, pero más de la mitad de la estación lluviosa ya pasó y no hay pronósticos de mucha más agua en las próximas semanas”, indicó. Seluchi explicó que un anómalo sistema de alta presión instalado en el sureste del país inhibe las precipitaciones y eleva los termómetros.

Apagados

Esta crisis del agua alimenta otra, la energética, ya que 70% de la que se produce para la industria y los hogares proviene de la generación hidroeléctrica. Tanto los gobiernos estaduales como el federal de Rousseff reconocieron en los últimos días que si la naturaleza no hace lo suyo a la brevedad, habrá que poner en marcha planes de contingencia.

“Aquí hay una conjunción de factores, algunos incontrolables, como el clima, pero otros que deberían haberse previsto, como las crisis hídrica y energética, que ya desde el año pasado se veían venir, y no se quiso hacer nada por el período electoral, para no afectar las posibilidades de reelección. Lo mismo ocurre con el alza de tarifas con que comenzó el año, que durante la campaña se rechazó; todas esas promesas quedaron de lado. El gobierno es responsable por la falta de planificación e inversión en la infraestructura y por el descontrol en los gastos públicos que hoy obligan a un ajuste mucho más duro”, opinó Alexandre Gouveia, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Brasilia, cuando el diario argentino La Nación lo consultó la semana pasada.

La referencia de Gouveia lleva el debate al plano político. La oposición también responsabiliza a Rousseff de no prever los problemas energéticos que enfrenta el país, mientras que desde Planalto se empieza a retrucar a los gobernadores, en especial a Geraldo Alckmin, del Partido de la Social Democracia Brasileña, por los problemas hídricos. En noviembre, ya reelecta Rousseff, del Partido de los Trabajadores, se reunieron en sede de Presidencia, en Brasilia, para abordar estos temas. En esa oportunidad, el gobernador le solicitó al Ejecutivo alrededor de 1,37 billones de dólares en obras que puedan dar solución a la crisis hídrica. Recién ahora la presidenta parece contemplar el reclamo de Alckim al anunciar, mediante las declaraciones de Teixeira, que habían incluido en el Programa de Aceleración de Crecimiento las obras para abastecer el reservorio Cantareira.

Pero la principal preocupación de Rousseff ahora es la escasez de generación eléctrica que también se explica por la sequía histórica, ya que la mayoría de las fuentes hidroeléctricas, ubicadas en las regiones sureste y centro-oeste, están en niveles mínimos de agua. En este contexto, una falla en las líneas de transmisión, sumada a un pico de consumo de energía el lunes 19, provocó un apagón en 11 de los 27 estados que componen la federación.

“Restricciones en la transferencia de energía” desde el norte y noreste hacia el sureste, junto con un alza de la demanda, “provocaron una reducción en la frecuencia eléctrica”, dijo en una nota la Operadora Nacional del Sistema Eléctrico, que coordina el mayor sistema de generación y transmisión de energía de Brasil. Esto determinó que varias unidades generadoras en una decena de centrales eléctricas en las regiones sureste, centro-oeste y sur quedaran paralizadas. Para restablecerlas fue necesario adoptar “medidas operativas en conjunto con distribuidoras”, es decir, las empresas que entregan energía en esas regiones debieron cortar parte del suministro a sus clientes para reducir la demanda y regular el sistema, que también se vio reforzado por la importación de energía desde Argentina para evitar nuevos cortes.

“Con la falta de inversiones en el sector, hace tiempo que se tendría que haber empezado un programa de racionamiento de la energía. En cambio, el gobierno impulsó en los últimos años un mayor consumo, con créditos bajos para la clase media emergente que incrementó el número de heladeras, televisores y aires acondicionados, y subsidios en las tarifas eléctricas, tanto para los hogares como para las industrias. La situación ahora es crítica”, dijo a La Nación Ricardo Savoia, de la consultora Thymos Energía.

Entre los economistas, según un relevamiento realizado por La Nación, se cree que los problemas energéticos empujaran a la baja la tímida proyección de crecimiento del Producto Interno Bruto para este año, estimado en 0,3% por el Fondo Monetario Internacional. Y se teme que las alzas a los impuestos anunciadas la semana pasada -combustibles, artículos importados, transportes, electricidad- profundicen el estancamiento y el malestar social ante una inflación que en enero lleva acumulado 6,7%. Para completar el cuadro, el verano 2015 está ofreciendo temperaturas más altas que las habituales en todo el país, lo que aumenta el consumo de aires acondicionados y hace que el agua sea considerada, más que nunca, un recurso vital.