Mujer de murga

“La participación de la mujer en el carnaval montevideano es una historia muy larga. Tuvo un protagonismo que en el refinamiento del 900 perdió. Más allá de eso, en las comparsas de negros siempre hubo mujeres, y en otros géneros también. No así en la murga, que fue un género fuertemente asociado a lo masculino. No tanto porque la participación de la mujer estuviera prohibida, sino que era medio inimaginable. En la murga tradicional se expresaba una cabeza muy masculina, ya sea en sus textos, en su visión del mundo, en su expresividad y gestualidad. Y la mujer quedó excluida durante mucho tiempo. Después, tímidamente, empiezan a aparecer, también vinculadas al hecho de presentar cosas nuevas. Por ejemplo, a fines de los 60 salió una murga de mujeres que se llamó Rumbo al infierno, pero fue una experiencia muy circunstancial que salió un año, nada más. O la actriz Mary Da Cunha, que llegó a los Diablos Verdes. Luego de la dictadura, a fines de los 90, aparece Gabriela Gómez nada menos que como directora de Curtidores de Hongos, dirigiendo a uno de los coros pesados del carnaval. Más allá de que con su voz puede llegar a registros que el hombre difícilmente alcance, alguien dice que el sonido y el color de la voz de la mujer no es lo más murguero que hay. Pero bueno, están y hay presencias importantes. Incluso como cupleteras, como fue el caso de Emilia Díaz, que llegó como cupletera también a Curtidores de Hongos. En ese sentido, Curtidores fue pionera.

En la murga joven la presencia de mujeres es más habitual. Y también aparecen las murgas exclusivamente de mujeres. Me parece muy interesante. Ya no es la mujer que se suma a esa visión marcada por el imaginario masculino, sino que esas experiencias son desde el lado de la mujer haciendo cosas que expresen en tal sentido; recuerdo a Cero Bola y La bolilla que faltaba. Hubo cosas buenas, interesantes”.

Las murgas ocupan hoy un lugar central en la construcción del imaginario cultural social de Uruguay. Heredera de los barcos y del aire ibérico -para ser genérico, quizá porque la raíz más fuerte proviene de Cádiz-, aquella raíz de bombos con platillos y redoblantes se sumó a los sonidos rioplatenses y prendió. El punto exacto del comienzo no se sabe a ciencia cierta, aunque hay un mojón ineludible: la aparición en 1908 en Montevideo de Murga la Gaditana, conformada por integrantes de una compañía de zarzuelas que trillaron calles mostrando el espectáculo -y pidiendo monedas-, con rasgos similares a lo que ya existía por acá y se llamaba mascarada, y que inspiró a la conformación un año después de la murga La Gaditana que se va. Sin ánimo de saltar párrafos de esta historia, lo interesante está después: cómo la murga fue (re)inventándose su propio género, moldeando los estilos en el aire del pregón del vendedor de diarios o acodados a los mostradores de los barrios hasta llegar a la realidad bastante más híbrida de hoy. Primero, porque canillitas casi no quedan, salvo alguno que vende el diario clasificado del domingo; segundo, porque más que de los barrios, las murgas surgen en todas las esquinas del país; ya lo del mostrador sí: es una verdad irrefutable.

Basta que se aproxime febrero para recordar la historia y está bien, porque la cultura es memoria, y en el caso del carnaval, la identificación -y el sentido de pertenencia- popular es muy grande y pesa. Por otra parte, como todo producto cultural, la dinámica de sus componentes -digamos, el discurso y lo textual, los vestuarios y el maquillaje, la musicalidad, los sonidos, entre muchas otras características- han ido mutando con el tiempo. Aquí el nudo de la cuestión: de las esencias murgueras, ¿cuánto queda de la murga-murga? ¿Y de las murgas compañeras? ¿Del barrio Unión o de La Teja? ¿Viejas o nuevas? ¿Qué onda con la murga joven?

Entre tradicionales, guarangos y contestatarios

En conversación con la diaria, Milita Alfaro, historiadora de carnaval, da una visión de qué implica definir las transformaciones del género murguero. “El carnaval a lo largo del tiempo ha ido adaptándose a los cambios que tiene la sociedad, porque es un fenómeno que está inscripto en un contexto social y cultural. La murga tradicional en sí respondía a ciertas pautas que tenían que ver con el carnaval de la época. Con el tiempo surgen síntomas de cierto desgaste y, muy sabiamente, no se sabe bien por qué, el carnaval ha ido generando a lo largo de los años y décadas nuevas formas de expresión que vienen a dar respuesta a esa suerte de agotamiento que ciertas propuestas evidenciaban. Es una cosa de siempre. Incluso que hablemos de murga tradicional no implica que siempre haya sido igual, porque hubo cambios e innovaciones para responder a los requerimientos o gustos del nuevo tiempo”, dijo la historiadora.

La herencia habla de voz nasal, boca torcida, instrumentos de percusión; luego se incorporó la guitarra, el arte escénico fue cambiando. En los repertorios también existieron cambios para siempre, y un mojón bien gráfico que fue la dictadura cívico-militar. “Fue un contexto bien claro en donde se apreciaron cambios en los conjuntos murgueros, la mayoría por la censura”, argumenta Milita, y profundiza que el género, bastante obligado, experimentó variaciones muy importantes, que fueron fermentando poco a poco lo que vendría en la década del 80. “Acompañando el período de transición y reapertura democrática, la murga va a tener un rol muy decisivo en el conjunto de la sociedad para derrotar al autoritarismo”, dice al respecto, y continúa refiriéndose a la caracterización de murga-murga y murga compañera. “La lectura política es muy clara. De pronto, las murgas de La Teja están más comprometidas políticamente, o tienen más una definición de izquierda, entonces recurren a la murga como forma de expresarse porque no lo podían hacer por estar la censura y todo lo demás. Y las murgas de la Unión, en donde están los murgueros viejos, recogen una visión que apuesta, más que a una murga comprometida desde lo político y que salga a dar línea, a recuperar aquella vieja manera más humorística, más carnavalera si se quiere. Tampoco deberíamos hacer una división demasiado tajante o radical. Es una lectura bien interesante. De repente se puede tomar como una lectura liviana, como creyendo que la murga sólo tiene que hacer reír en el sentido de pan y circo. Creo que no. Había atrás de eso una reivindicación y, efectivamente, el carnaval es un espacio diferente, donde se mira la política y el acontecer de una sociedad desde una mirada distinta, y creo que eso hay que reivindicarlo. El carnaval no se rige por la misma lógica que un comité de base o una convención de un partido político, entonces [las murgas de la Unión] criticaban desde el humor, desde la mirada de Momo. Eso generó cierto enfrentamiento en su momento, que después se fue desdibujando por diferentes motivos. Son formas de pararse, como lo hizo la Reina de La Teja y el perfil que le dio para 2015”.

Para Alfaro, los 90 aportaron cosas importantes. “Se da una situación algo compleja, porque lo de las murgas de La Teja y la Unión respondían al contexto y la situación de la dictadura. Es importante el coletazo del referéndum contra la Ley de Impunidad, que vuelve a cargar al carnaval y a la murga de connotaciones políticas muy fuertes, con el voto verde a la cabeza. Entrados los 90, se hablaba mucho de la necesidad de renovación. Las murgas no encontraban el camino, porque seguir con el molde de los 80 ya no tenía un impacto fuerte en la gente. El impacto importante se dio con el surgimiento de Contrafarsa. Ésa fue una cosa muy importante para el carnaval, con una propuesta muy particular en aquel lindo duelo con Diablos Verdes”.

“La murga joven marca un giro en los 2000, si bien la movida y el encuentro propiamente dicho es de la segunda mitad de los 90. Concretamente, fue La Mojigata la primera que dio el paso de querer jugar en la cancha grande, digamos. Atrás de ella vinieron todas las demás: Queso Magro, Demimurga, Agarrate Catalina y muchas otras. Hoy en día es un fenómeno muy presente en el carnaval. Con sus propuestas obligaron en cierta forma a que las murgas se reformularan. Las murgas viejas y las tradicionales acusaron el impacto de estas otras con sus nuevos lenguajes y formas, que es un poco el fenómeno que han desarrollado”, sostiene Alfaro, quien argumenta también que el fenómeno se ha dado a la inversa y las murgas viejas han nutrido a las jóvenes, que tal vez se enfocaban más en la participación y en el sentimiento de estar más que de cantar bien, pero de a poco fueron cambiando y los coros han crecido mucho. “Con el tiempo, fue una retroalimentación”, dice Milita.

“Hoy en día, a mi entender, y esto es muy personal, creo que se evidencian síntomas de agotamiento; se empieza a notar, desde hace un par de años, que hace falta que pase algo. No sabemos por dónde viene, pero siempre ha venido. Pero se empieza a sentir que lo de murga joven, que fue fantástico para revitalizar la categoría, es una cosa que necesita una inyección renovadora”, dice la historiadora. Ante la pregunta de cómo clasificar actualmente al género murga, Alfaro manifiesta que “siempre las clasificaciones son bastante simplificadoras. Hoy hay una hibridación. ¿Dónde ponés la frontera? Hay recursos que encontrás en todas las murgas. El sentido es reírse, usar el humor. El sentido del carnaval es desafiar al poder con una carcajada. Nos dimos cuenta, en estos días, de que es un arma muy fuerte”.