El jueves se estrenó en salas uruguayas El apóstata, tercer largometraje de Federico Veiroj, galardonado por la Federación Internacional de Críticos Cinematográficos en el Festival de San Sebastián. Una historia sobre amor entre primos y el inusual (para nuestra tradición atea uruguaya) proceso de la apostasía (oficializar la abjuración de la fe católica), en el que se entremezclan buñuelescamente realidad, pasado y fantasía.

-Es tu tercer largometraje, pero el primero se filmó en Madrid, donde trabajaste varios años en la Filmoteca Española. ¿Cómo es tu relación con esa ciudad?

-Viví en Madrid de 2000 a 2006, y como en cualquier lugar de vida, hacés amigos y conocés cosas. Desde que volví acá sigo yendo cada vez que puedo; es como mi segunda casa, un lugar que siento muy cercano.

-Los directores que hacen films producidos en otros países suelen tomar elementos más universales, que limen las diferencias culturales. Sin embargo, apostatar es un fenómeno casi reducido al ámbito español. Para un uruguayo es algo casi impensable.

-Entiendo que capaz que no nos es muy familiar. Pero conceptualmente, lo de apostatar me parece algo medio universal, más allá de que el hecho en sí sea en un país como España, donde la relación entre el Estado y la iglesia es única, un país donde ocurrió la Inquisición y la iglesia católica siempre fue muy grande. Entonces, sí, hay algo muy propio, y la película se tenía que hacer ahí, pero me parece que también tiene algo que puede ser entendido desde cualquier lugar. Quizá se puede extrapolar a otro conjunto de cosas. Apostatar puede significar dejar a cierto grupo de amigos, a la familia, costumbres, cualquier otra tradición.

-Los protagonistas de tus largometrajes siempre parecerían estar apostatando de algo. Pienso en la relación entre el muchacho de Acné y su familia judía, o en el protagonista de La vida útil y Cinemateca.

-Apostatar depende de la voluntad de alguien. En el caso de La vida útil hay una excomunión, en todo caso. Pero sí, hay algo en común entre las tres películas, la relación de los personajes con el entorno, cómo chocan.

-En eso que señalás sobre el entorno, hay algo que se nota en tus otras películas, que es lo espacial tratado como algo opresivo. Acá parece haber más aire cuando el protagonista fantasea.

-Son interpretaciones, y estoy abierto a cualquiera que haya. Puedo entender que por momentos se sienta un entorno opresivo, pero a la vez creo que es un tipo que está completamente adaptado y no tiene un problema con nadie de su entorno. Al revés, es el encargado del cariño, de la cercanía, de llevarse bien con todo el mundo. En los otros casos también los veo como gente muy adaptada. La conversación del protagonista de El apóstata con el obispo es completamente natural porque él vivió eso, fue a un colegio donde hubo escenas y charlas parecidas. Sea profundo o no lo que se habla, el lugar desde donde se habla le es familiar, y no está contra eso. Ni contra la familia: al contrario, tiene un vínculo cercano con su prima. Creo que cuando hay un personaje que quiere cambiar algo, la gente tiende a imaginarse el entorno como opresivo. En el caso de Acné, lo opresivo puede estar un poco más, marca demasiado. El protagonista de El apóstata no es un radical, alguien que esté en una mala. Labura, estudia. No está apartado del sistema, hasta cierto punto lo avala. No lo veo como un outsider, sino como un insider total.

-Cierto aire y estética de la película me hizo acordar un poco a Los ilusos, de Jonás Trueba, y Yo maté a mi madre, de Xavier Dolan.

-Tenés que ver Ópera prima, de Fernando Trueba, que es un peliculón. También está La prima Angélica, de [Carlos] Saura, películas españolas que tienen temas de primas y lo que se vive como adolescente, con personajes muy fuertes. La prima Angélica tiene incluso ese ida y vuelta de la fantasía, el mundo del pasado y el del presente que están constantemente mezclándose. El apóstata es una película importante para mí porque tiene eso también. Exploro y juego por ahí, más allá de la relación del protagonista con la prima y eso. Pero sí, hay un montón de referencias válidas.

-¿Es verdad que la historia está basada en la vida del actor protagónico, de quien eras amigo tiempo antes de pensar la película?

-Sí, la inspiración es un par de episodios en la vida de un amigo que es el que actúa como protagonista, su intento oficial de apostatar. Le fui preguntando y le pedía que me escribiera mails aunque nos viésemos; me parecía que estaba bueno hablar de eso por escrito. Originalmente había pensado que en El apóstata hubiera varias cartas, pero lo terminé cambiando para que la película fuera una gran carta y darle una sensación más de fábula, de cuento.

-De Acné a La vida útil se vio un tono más juguetón en el manejo de lenguajes cinematográficos. Ésta parece aun más libre y suelta. ¿Es un proceso de estilo que has ido planificando?

-No es algo que haya pensado mucho, en esas películas hay cosas que están como yo quería mostrarlas. Que la fantasía fuera un elemento importante, que el pasado se mezclara con ella, que eso sirviera para componer un personaje y su mirada, medio fantasiosa también. Me parecía que la historia requería eso y que yo podía darlo. Se puede decir que es muy libre, pero por otro lado estaba muy agarrado a un guion y a ideas de escenas que quería probar. Algunas se destruyeron durante el rodaje, cambiaron a algo completamente distinto. Pero estaba seguro de que quería conseguir determinada emoción, y cuando estás conectado con eso te puede llevar para cualquier lado. Me da igual si alguien lo lee como pasado, como presente o como fantasía; capaz que todo lo que sucede con la prima es una gran fantasía, no sé. No me importa preguntármelo. Pienso en el tiempo y en el código de la pantalla, el código de la ficción, no tanto en si algo es más o menos libre. Hago lo que pienso que es mejor, lo que más condice con la emoción del personaje. ¿Que hay escenas más “arriesgadas?” Sí, pero no las veo como riesgos, siempre hay desafíos. Podés tener una cámara fija y capaz que mantener la tensión es más difícil. Depende de cada caso. Me animo a responderte que sigo haciendo lo mismo de siempre: estar conectado con lo que hay que contar.

-Desde tus primeros cortos hasta acá, ¿qué sentís que cambió?

-No sé; la experiencia, capaz. Creo que la experiencia te hace confiar más en la intuición, en las emociones, en las ganas de contar cosas. Capaz que voy confiando más en cómo tengo ganas de mostrar las cosas. Cuando hago una película, filmo lo que quiero ver en una pantalla. Confío en eso, al igual que como espectador me pasa que confío en una película y su propuesta. Quiero dejarme llevar cada vez más y me parece que me sale así, cada vez me dejo sorprender más. A la hora de hacer y trabajar me siento más abierto y a la vez más seguro.

-En el marco de los reclamos presupuestales de los últimos meses, ¿pensás que Uruguay sigue siendo un país para hacer cine?

-Desde luego que es un país para hacer cine, y en estos días se confirmó que habrá un ajuste por el Índice de Precios de Consumo para el Fondo de Fomento Audiovisual. Creo que es un momento muy particular por lo que está pasando en el mundo del cine y en el resto del país. El conflicto de la salud y el de la educación, entre otros, opacan cualquier discusión. No digo que el cine sea accesorio, porque la cultura no es accesoria jamás. Está bueno que la gente que tiene películas para hacer las haga de la mejor manera posible, pero en este momento tan crítico me parece que es aun más importante que siempre atender cosas como la educación, a todo nivel; lo que se haga mal hoy no tendrá vuelta atrás.

Creo que hacer películas en Uruguay es un gran azar, y que va a seguir siendo así. Que se hagan, que se vean, que queden bien, todo es un gran azar; porque somos un país sin mercado local, donde los apoyos nunca serán suficientes comparados con las necesidades económicas. Imagino que por eso será que en Uruguay no ha habido continuidad ni una tradición de hacer cine a lo largo del siglo XX.