Una cosa es la voluntad de verdad y otra es la voluntad de saber. Cuando se parte de que la verdad es interpretación, una interpretación posible aunque argumentada (ésta es nuestra posición) o un acuerdo intersubjetivo con base en razones, ¿qué sucede con la voluntad de saber? En otras palabras, cuando nos ubicamos en el contexto contemporáneo de la idea de verdad (un “pensamiento débil” en la posmodernidad, dice Gianni Vattimo), nos preguntamos cómo y desde qué perspectiva podemos mantener una voluntad de saber, por qué la voluntad de saber es importante, o por qué debemos seguir valorando la voluntad de saber, aun sin verdad “absoluta”.

Nosotros afirmamos que sin voluntad de saber no hay formación humana. Sin espacio para que actúe esa voluntad no se le permite al ser humano desarrollar su potencialidad como tal.

Para que ocurra la voluntad de saber en la persona -el profesor, el alumno-, debe existir una experiencia que la genere o potencie. ¿Cómo se despierta esta voluntad de saber, que es más importante que la verdad misma? Considerar que se posee un saber identificado con la verdad mata la voluntad de saber (esto nos enseña la tradición socrática, que sigue estando vigente). En la cuna de nuestra tradición occidental, la voluntad de saber había sido asimilada a la condición humana (todos los seres humanos, en tanto tales, desean saber) y asociada con el placer (como dice Aristóteles en su Ética a Nicómaco). Nosotros creemos hoy que sigue vigente la idea de que no hay voluntad de saber si no se la asocia con el deseo y no se la conecta con el placer, con la pasión, incluso con la alegría (dan testimonio de esto, en la historia, grandes filósofos y educadores). Pero lo más importante siempre es la experiencia, la convivencia con la búsqueda y no la “pugilística de la verdad”.

La experiencia del saber no debería ser nunca una guerra en la que unos ganan y otros pierden, sino una búsqueda en la que hay seres que aprenden y que no dejan de aprender porque siguen alimentando la llama de la voluntad y el deseo de saber, que es una forma de la voluntad de vivir. Hay muchos “ganadores”, en ciertas formas de entender la educación y su relación con el saber, a los que en realidad debemos considerar perdedores natos, porque han matado el movimiento de la vida en su saber, han perdido el deseo y la voluntad de saber.

En el contexto de la “formación humana”, hay algo que se produce en un “entre” -maestro-discípulo, profesor-alumno- y que alienta, fomenta o “fermenta” la posibilidad de la voluntad de saber. Eso sólo es viable a partir de un clima, de un verdadero encuentro que puede ser breve, un “acontecimiento”, una pequeña certeza en un mar de dudas, una incitación, una atmósfera que llega y luego se disipa, que no excluye, por supuesto, “el saber”, aunque siempre es un saber en falta. En tiempos de nuevas tecnologías aplicadas al saber y la educación, y de vacío de sentidos, es necesario defender esa relación a como dé lugar. Si vamos al maestro socrático de la inquietud de sí, traído por Foucault en su último período (La Hermenéutica del sujeto), la voluntad de saber solamente puede ser despertada a partir de generar en el alumno una inquietud de sí y del mundo, asociada con el autoconocimiento, entendida como una forma de cuidado de sí y de los otros. No se trata sólo de dar y recibir saber o “instrucción”, sino de despertar el deseo de saber, a partir de la constatación de la ignorancia. Entonces, otro elemento importante a desentrañar es que la voluntad de saber está ligada con el reconocimiento de la ignorancia.

Finalmente, la voluntad de saber no sólo identifica a la Filosofía con la formación humana, en su sentido más profundo, sino que se liga por ello al movimiento y la afirmación de la vida. La voluntad de saber es una forma de la voluntad de vivir y una lucha para que la muerte no acaezca en su forma definitiva, como la imposibilidad de toda posibilidad.

Con esto, y para terminar, destacamos la importancia de la Filosofía de la Educación, dado que la voluntad de saber se alimenta de la Filosofía y de cierta tradición para pensar la formación humana en un sentido profundo e integral, entendiéndola como una educación para la vida. Por último, las humanidades en general, junto con las ciencias de la educación, juegan en esta historia un papel fundamental, vinculando la voluntad de saber con la crítica y la creación de otro horizonte posible. Pues una sociedad no puede prescindir de ellas sin perder algo esencial de sí misma, ligado nada menos que a su posibilidad y poder de transformación. Es decir que toda sociedad debe defender con uñas y dientes los espacios no utilitarios donde se indaga, se cuestiona y se crea, espacios nutritivos que le permitirán concebir hoy o mañana un futuro mejor.

Andrea Díaz Genis

Doctora en Filosofía con mención honorífica por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha realizado un posdoctorado en Filosofía de la Educación en la Universidad Autónoma de Madrid y estancias posdoctorales en la Universidad de París VIII, Francia. Es profesora agregada y directora del Departamento de Historia y Filosofía de la Educación del Instituto de Educación, y coordinadora de la Maestría en Teorías y Prácticas en Educación, en ambos casos en la FHCE. Ha sido conferencista magistral y profesora invitada en universidades de América Latina y Europa.