El maestro sueco de la novela negra, conocido en todo el mundo por su serie de policiales protagonizada por el inspector Kurt Wallander, falleció ayer a los 67 años, luego de una prolongada pelea contra el cáncer. “Me quedaba tumbado en la cama, hundido en un abismo profundo. Necesité 14 días para dominar mi angustia. Hasta que, por fin, pensé: ‘Vuelvo a tener el control. Vuelvo a tener fuerzas para defenderme’”. Así, el autor nórdico recordaba cuando recibió la noticia de su enfermedad, en 2013. Un tiempo después, decidió compartir su proceso en el libro Arenas movedizas, en cierto modo un relato autobiográfico que se remonta al pasado para intentar responder algunas de las grandes preguntas del hombre, como qué somos, cómo nos decidimos a enfrentar la muerte, qué mundo dejaremos como herencia y en qué creemos de verdad, mientras repasa la injusticia social, el destino de los países identificados como periféricos -vivía buena parte de cada año en Mozambique- y, como no podía ser de otro modo, la naturaleza del crimen. Las respuestas se sugieren a partir de construcciones narrativas que Mankell transformó en un rompecabezas a partir de sus propias vivencias, jugando a convertir la obra en un libro de memorias. “Puede que no me atreviera a pensar en el futuro. Era territorio incierto, minado. Así que volvía continuamente a la infancia”, escribió.

Como sentenció en ese mismo libro, que tiene a la muerte como protagonista pero no necesariamente como rival, si los escritores se dividieran entre los que iluminan y los que ocultan, él se identificaría con los que intentan develar aquello que algunos se empeñan en enterrar o esconder, y así escribir es “iluminar con una linterna los rincones de penumbra”.

Mankell es considerado uno de los precursores del éxito definitivo que alcanzó la novela negra nórdica en el mundo, a partir de los casos del inspector Wallander que narró en libros como Asesinos sin rostro, La falsa pista y Pisando los talones. Con ellos la novela negra vivió un giro importante, sobre todo en cuanto a su temática, al retratar un panorama crítico de la sociedad europea contemporánea, cruzando tópicos como la violencia de género, la integración de los inmigrantes y la realidad subyacente detrás de la supuesta perfección estatal nórdica. “Son los otros quienes han inventado que Suecia es una utopía -dijo en una entrevista con El País de Madrid, en 2005-. Luchamos contra los mismos problemas que en España o Portugal, con la única excepción de que nosotros nunca hemos tenido una dictadura. En mis libros intento dar una imagen más real de Suecia. Es una de las sociedades más decentes en que se puede vivir”, señaló.

Editó en 1973 su primera novela, El rompedor de rocas, y casi 20 años después publicó la primera de la exitosa serie de Wallander, Asesinos sin rostro (1989), en la que se realizaba una investigación sobre el brutal asesinato de dos ancianos en una granja. A ese libro le siguieron 11 títulos vinculados con el inspector, en una saga que vendió más de 40 millones de ejemplares y que incluso pasó a la televisión y al cine: Wallander llegó a la pantalla chica sueca en 1995, y años después lo hizo en Reino Unido por la BBC, en una serie protagonizada por el actor y director británico Kenneth Branagh. La producción alcanzó un éxito rotundo y fue nominada a los Globo de Oro, además de llevarse cinco de los premios de la Academia Británica de las Artes Cinematográficas y de la Televisión (BAFTA), entre ellos el de mejor serie.

Pero además Mankell desarrolló, en paralelo, una carrera como dramaturgo: escribió más de 40 obras y dirigió durante años el Teatro Nacional de Maputo, en Mozambique. De hecho, fue en este rubro en el que comenzó su carrera literaria, ya que sus primeros textos fueron piezas teatrales, y no comenzó a publicar las novelas de Wallander hasta que tuvo 43 años.

El escritor había nacido en Estocolmo en 1948, y pasó la mayor parte de su infancia en la comunidad rural Sveg. Durante su adolescencia fue marino mercante, y luego de desarrollar su carrera dramática se casó con Eva Bergman, hija del cineasta Ingmar Bergman.

A lo largo de toda su obra, Mankell desarrolló un sostenido compromiso con los marginados de la sociedad. Ese compromiso político no sólo lo vinculó con la situación de África, sino que también fue un decidido defensor de la causa palestina y estuvo a bordo de una de las embarcaciones de la Flotilla de la Libertad, que fue interceptada por la marina israelí cuando intentaba romper el bloqueo de Gaza, ocasión en la que murieron nueve activistas y Mankell fue detenido junto con decenas de personas. “Ningún bloqueo de la historia ha perdurado eternamente. Nadie acepta la sumisión. Tarde o temprano, a Israel le ocurrirá lo mismo que al sistema del apartheid en Sudáfrica”, afirmó en aquel momento.

Con los años, el personaje Wallander fue envejeciendo y continuó jugando con los altibajos de ser un álter ego del propio Mankell, un autor que se distinguió por sus agudas observaciones, sobre todo las referidas a incómodas cuestiones sociales y a los distintos tipos humanos que habitan sus novelas. “Hay un tiempo para vivir y otro tiempo para estar muerto”: ésa era la máxima de Wallander, y ahora comienza a regir sobre su autor, que seguramente contará con un buen tiempo de supervivencia en sus páginas memorables.