La parada del sábado ante Plaza Colonia, la ciudad que tanto peleó para no visitar, podía parecer sencilla para quienes apenas hubiesen visto al pata blanca a lo largo del torneo y no lo hubiesen analizado. Pero el equipo de Eduardo Espinel es una de las gratas revelaciones en estas fechas de torneo; ha ido de menos a más, ha amargado a varios, y tiene a un demonio en sus filas, en plena evolución: Nicolás Dibble, un joven delantero, talentoso, con un doble ritmo letal, poco común en el fútbol uruguayo.

Que en tu casa, que en la mía, que en el interior, que en Montevideo. Que esa tribuna, que la otra, que más barata, que más cara. Todo influye, aunque no se considere. Todo impacta. Tanta energía se malgastó en los días previos al encuentro, tanto tiempo se diluyó, que Plaza Colonia pareció ser el local en la noche del sábado en la cancha del estadio Centenario. Casi no falló, fue efectivo, fue rápido, y mereció llevarse algo más que un empate.

Los primeros 20 minutos de juego fueron colonienses. Mientras Dibble se acomodó, con su precisión, su equipo encontró los puntos débiles del carbonero. Con la ayuda clave y la experiencia de Sergio Leal, y la recuperación de marca en la mitad del campo de Cristian Malán y Matías Caseras, el esquema 4-4-1-1 de Espinel fue efectivo y le causó muchos problemas a Peñarol. El equipo del oeste del país pudo abrir la cuenta con un anticipo de Alejandro Villoldo o con un remate de Dibble, pero el arquero Gastón Guruceaga, de los pocos jugadores aurinegros que tuvieron un rendimiento aceptable en el encuentro, respondió bien.

En el tramo final del primer tiempo, con ímpetu y con destaque de las individualidades -no de la conformación colectiva-, Peñarol apareció. El argentino Carlos Martín Luque, la sorpresa en la oncena titular (según dice, prefiere entrar de suplente por su velocidad), tuvo dos chances que desaprovechó. Diego Forlán, tras un certero pase de Luis Aguiar, malogró la suya en el mano a mano con el arquero Kevin Dawson, pero se redimió casi enseguida.

Enseguida, en un juego de ida y vuelta, vibrante, plagado de errores, Diego Forlán se acordó de sus mejores tiempos en España y marcó un golazo; uno típico. Otra vez, como de memoria, recibió un pase profundo de su colega Aguiar. A pura potencia, Forlán enganchó hacia adentro con la derecha y remató con la zurda para pudrirla en el primer palo. Justo en lo peor del baile, apareció el gol que amagó con acallar los rumores de la tribuna. Pero la sonrisa duró poco.

El complemento fue lo peor de Peñarol. Bengoechea falló con los dos primeros cambios, y su equipo lo sufrió. Primero salió Luque, por lo que su 4-4-2 pasó a tener menos marca y se transformó en un 4-3-1-2. Enseguida mandó a Sebastián Píriz por Marcelo Zalayeta, y ahí se le complicó. Plaza Colonia se la jugó, y el mirasol lo bajó cada vez que pudo. Así llegó el empate: centro de Malán, anticipo de Leal, y gol. Otra vez arroz. Pero faltaba más.

El mejor aurinegro, Nahitan Nández, recibió dos amarillas en 20 minutos, fue expulsado y complicó aun más la cosa. En adelante el partido fue para Plaza, que jugó, habilitó y tuvo a su mejor Dibble del campeonato. El pibe la pisó, la mostró, la amasó, y sus rivales se vieron obligados a darle para que parara, pero no aflojó. Ya con la presencia de Nicolás Milessi, que se sumó a la experiencia de Leal, el albiverde probó hasta el tope, quizá con abuso de remates de media distancia, pero no le salió.

Peñarol la sufre, busca y busca, pero no le encuentra explicación. Que el técnico, que los jugadores, que el sistema, que los cambios, que no gana; todos parecen tener la culpa. El aurinegro sigue líder, depende de sí mismo, y la última chance será con Juventud. Entonces ya no habrá mañana.