La cita era en el hall de un hotel que ese día estaba particularmente concurrido por dos convenciones simultáneas. Salió del ascensor con su pelo cano recogido en un rodete, sus lentes ovalados, una túnica bordó y sandalias de cuero marrón. Gita, quien por su extenso currículum podría haber vivido varias vidas, sonrió al ubicar a las periodistas y entre el bullicio dijo: “Mejor hablamos en la habitación”. Ya en el sillón de su cuarto, con la rambla y el atardecer como horizonte, la experta conversó reflexiva y apasionada, y sólo se detuvo cuando la llamaron para avisarle que era la hora de cenar.

-¿Cómo definiría al “mundo feroz” abordado en el libro?

-Fue [Josefa] Gigi Francisco [ex coordinadora general de DAWN], fallecida recientemente por cáncer, quien trajo el término a la red, y pensamos que era muy apropiado porque el mundo es más feroz que antes. Por un lado, si bien hubo un período en los años 90 -con las conferencias internacionales de Viena, El Cairo y Pekín- en el que hubo grandes avances respecto de los derechos humanos de las mujeres, en la última década hubo muchos contragolpes y reacciones negativas ante la igualdad de género. Por otro lado, alcanza con mirar a nuestro alrededor para saber que el mundo está más feroz que antes. Si bien después de la crisis de 2008 la agenda neoliberal perdió su poder hegemónico, no han dejado de presionar [con medidas de ajuste y deudas bancarias] y de controlar no sólo a los países del sur, sino también a Grecia y Portugal, por ejemplo, lo que se traduce en más inequidad de género, de empleo y de condiciones de vida en el mundo, situaciones que están empeorando. Asimismo, vale mirar el alto número de refugiados a consecuencia del aumento de conflictos armados, económicos y problemas ambientales, y considerar que la mitad de estos refugiados son niños que están creciendo sin familia, que no están viviendo, sino apenas sobreviviendo. También se ha incrementado la violencia contra las mujeres, y no se han cumplido los compromisos internacionales para frenar el cambio climático: el clima se ha vuelto impredecible, y esto afecta directamente la agricultura y otras formas de producción, lo que repercute en un problema de alimentación a nivel mundial. De pronto, la ferocidad de este mundo se volvió más clara.

-¿A qué se refiere con “refundar un nuevo contrato social”?

-Aunque la raíz del término “contrato social” es patriarcal, dado que las mujeres no habían sido consideradas como parte de ese contrato entre hombres, DAWN resignifica el término para captar cómo ocurre el cambio social. Éste ocurre de manera constante y en dos partes: en el plano de las acciones concretas, con una mixtura de movimientos económicos, políticos, sociales y tecnologías de la información; y con lo que ocurre en el plano de las ideas, normas y definiciones que rigen nuestras acciones. Refundar los contratos sociales requiere una gran disputa entre actos e ideas. Necesitamos entender esto para comprender qué peleas damos y daremos en el ámbito ideológico. El contrato social tiene esos dos planos, y los dos cambian, aunque no siempre es positivo. El contrato social tiene potencial de cambio, es flexible, fluye y, a la vez, tiene períodos de estabilidad. Un nuevo contrato social debe estar basado en la justicia social y en la igualdad de género, pero se ve cercado por “secularizaciones” religiosas como el hinduismo, el cristianismo y el islamismo.

-En el libro se registran críticas a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se replantea si sirve como espacio multilateral para la participación de los estados y de la sociedad civil.

-Debemos ser cuidadosas con criticar a la ONU. Es un organismo que ha estado bajo numerosos ataques de las mismas fuerzas que critican a los estados bajo el paradigma neoliberal de que hay que achicar el Estado, fortaleciendo la idea de que los estados son corruptos e ineficientes -pero, ¿quién corrompe a los estados?- y la idea de que la financiación por parte de los sectores privados es mejor. Hay una tendencia a privatizar la ONU por parte de países del norte, que anhelan que esta organización se ocupe sólo de procesos de paz y seguridad, y no que les ponga un rostro humano a las políticas sociales. Quieren crear una división de trabajo que supone quitar el diseño de políticas económicas a la ONU, en pos de privatizarlas bajo organismos macroeconómicos y neoliberales que les dan poder a las transnacionales. Considerando que la ONU sigue siendo el único espacio donde un país es un voto, necesitamos que sea realmente un organismo multilateral con incidencia de los movimientos sociales, para frenar el avance del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, de la Organización Mundial del Comercio o iniciativas como UN Global Compact [una rama de la ONU que trabaja en forma conjunta con empresas].

-También habla de la sexualidad como un “arma de la biopolítica”.

-Eso está ocurriendo ahora en América Latina. Cuanto más se separa y profundiza la brecha entre sexualidad y reproducción, esto se traduce en más autonomía para las mujeres. Sucede que la maternidad sigue siendo deificada, lo que supone que las mujeres sigan subordinadas. Mientras sexualidad y reproducción estuvieron muy unidas o cercanas, la liberación sexual -expresada especialmente desde los grupos LGBT- no era considerada “peligrosa”. En la medida en que la reproducción se separa de la sexualidad, la maternidad se vuelve cada vez más una elección, por lo tanto se aleja del rol tradicional de mujer-madre. Hombres y mujeres pueden tener sexo sin pensar en la reproducción. Esto va en contra de las normas religiosas patriarcales. El control tradicional de los cuerpos ha sido sacudido, y esto repercute también en cuál debe ser el rol de las mujeres en la Iglesia.

-¿Cómo luchan las feministas en este mundo feroz?

-Como siempre lo hicimos y con algunas maneras nuevas. Las mujeres jóvenes crecieron con avances en derechos, con más posibilidades -incluyendo jóvenes de clase media en la India-, y piensan que no necesitan el feminismo, que es algo viejo, que es una batalla que terminó porque sus condiciones de vida son buenas: pueden elegir si casarse o no, si tener hijos o no, etcétera. He escuchado a mujeres jóvenes decir: “El feminismo no es mi problema”. Creo que es un buen momento para recuperar en las nuevas generaciones el reconocimiento a las luchas, reunirnos y movilizarnos para cambios políticos. El hecho de que las reacciones o contragolpes a los derechos hayan ocurrido tan rápido en los últimos años ha hecho que las nuevas generaciones de mujeres se encuentren con viejas feministas, aúnen las luchas y puedan reaprender cómo organizarse, cómo movilizarse, cómo salir a las calles, cómo articular con los gobiernos, transmitiéndose conocimientos mutuamente. Para ello, los movimientos sociales deben entender la importancia de trabajar desde la interseccionalidad, no sólo entre clase y género o étnico-racial, sino cómo estas cuestiones se cruzan con asuntos económicos, derechos laborales, derechos sexuales y reproductivos. Algo que siempre ha hecho DAWN es trabajar desde esta perspectiva. Esto no significa que todas tengamos que saber de todos los temas, pero sí tenemos que entender de qué se trata para poder luchar. Hay que recordar que ninguno de los avances en derechos se hubiera logrado sin la movilización social.

-¿Qué les diría a varones y mujeres jóvenes que afirman que el feminismo está acabado?

-Les diría que miren a su alrededor. Feminismo no es sólo poder caminar libremente por las calles. ¿Acaso la violencia contra las mujeres se ha reducido a tal punto que podamos decir que no necesitamos el feminismo? No lo creo. La mayoría de las situaciones de violencia contra las mujeres ocurre dentro de sus casas. El trabajo doméstico y de cuidados sigue siendo una responsabilidad de las mujeres, y esto se profundiza cuando tienen hijos. Además, persisten las resistencias a la paridad política porque tiene que ver con quién controla el poder, la política, el dinero, a qué se destina el presupuesto, cómo controlar el sistema. Los hombres lo saben.