“Una de las cosas más incomprensibles de los Estados Unidos es el hecho de que, a pesar de su perfil esencialmente despreciable, todavía exista aquí tanta belleza”. Esta frase bien podría ser tomada como una puerta de entrada al espíritu rico y complejo de una figura a esta altura emblemática como la de LeRoi Jones.

Jones (1934-2014) fue un importante poeta, ensayista, músico, dramaturgo, profesor universitario, activista negro y crítico de jazz. Tras su conversión al islam a fines de los años 60 cambió su nombre por Amiri Baraka. Simpatizó con el comunismo, y en sus distintas actividades luchó contra el racismo y la opresión. Fue fundador de la revista de poesía Yugen, y desde ella contribuyó a divulgar la obra de gente como William S Burroughs, Allen Ginsberg, Gregory Corso y Jack Kerouac, razón por la cual también se lo conoció como el “beatnik negro”. Lideró el Black Arts Movement y promovió un uso político del arte afroamericano, llegando a montar espectáculos de performances, poesía y música en Harlem, donde residía. Es famoso, por lo descarnado y controvertido, su poema “Somebody Blew Up America”, en el que critica con dureza al gobierno de Estados Unidos y expone los perversos intereses que debieron de existir tras la caída de las Torres Gemelas.

Pensar desde la poesía

Este libro de Caja Negra, una editorial que claramente apuesta por la calidad antes que por lo meramente comercial, reúne una serie de ensayos sobre free jazz que LeRoi Jones redactó entre 1959 y 1967 para publicaciones de la talla de Jazz Review, Metronome, Kulchur, Down Beat, Negro Digest y New Wave in Jazz. En ellas, el autor se ocupa de grandes figuras del género, mediante entrevistas y reseñas de grabaciones y conciertos, siempre con un estilo bello como un cuchillo que brilla en la oscuridad. Por estas páginas desfilan John Coltrane, Thelonious Monk, Wayne Shorter, Sonny Rollins, Ornette Coleman y Sun-Ra, entre muchos otros.

Jones señala la necesidad de que existan más críticos negros de jazz, con el argumento de que su identidad les permitiría captar mejor la esencia de esta música, algo que según él está en el debe de los críticos blancos, que son mayoría. Su prosa es una atractiva amalgama de consideraciones técnicas y artísticas, sin perder nunca de vista la dimensión espiritual del arte. De este modo, por ejemplo, puede analizar y comparar tres formas distintas de ejecutar el saxo (las de Sonny Rollins, John Coltrane y Ornette Coleman) y es capaz de despacharse con descripciones poéticas de singular categoría. Tan certeros son sus apuntes que, aunque se trate de las imágenes de un poeta, uno termina admitiendo que Jones, una y otra vez, define las cosas de modo exacto. O, dicho de otro modo, sus palabras tienen la verdad de la belleza. En este sentido, es un maestro para otros críticos y un deleite para cualquier lector con un mínimo de sensibilidad. Escribía, por ejemplo, a propósito de Billie Holliday: “Nadie fue más perfecto que ella. Nadie más dispuesto a fracasar. (Si el fracaso es una cosa que puede ser alcanzada por la luz. Una vez que lo has visto, o que has sentido lo que sea que ella haya conjurado para que creciera en tu carne) [...]. A veces da miedo escuchar a esta dama”. Basta con la experiencia de oír a Billie Holliday interpretando “Strange Fruit” (fruto extraño), una canción de Abel Meeropol que hace referencia a los ahorcamientos de los negros en los estados sureños, para saber que LeRoi Jones no exagera ni un ápice.

El poder de las imágenes

Uno de los atractivos que tiene esta serie de ensayos es que su autor estuvo en los clubes donde tocaban las leyendas del jazz. Por lo tanto, sus impresiones son de primera mano, y nos brinda preciosos retratos de gente como Monk y Coltrane. A propósito de este último, escribía: “Hay un carácter osadamente humano en la música de Coltrane [...]. Si uno sabe escuchar, esta música puede hacernos pensar en un montón de cosas extrañas y maravillosas. Podemos incluso volvernos una de ellas”. Jones dice que el bajista de Coltrane, Jimmy Garrison, estalla con tanta fuerza que parece “capaz de abrir cajas fuertes con sus dedos”. Y tal vez eso sea una verdad incuestionable, si convenimos en que se trata de cajas fuertes que no contienen bienes materiales, sino aquellos intangibles que sólo puede proporcionar el arte.

LeRoi Jones piensa la música en términos de imágenes. A partir de ese enfoque, puede llegar a sostener que si la gente que está en un banco escucha de pronto a James Brown cantar “Money Won’t Change You” (el dinero no va a cambiarte), algo maravilloso puede suceder: “Una energía se disparará en el banco, una invocación de imágenes que transportará a todos los que se encuentran en él a un viaje. Es decir: visitarán otro lugar. Un lugar en el que vive el pueblo negro”.

En 2007 un periodista le preguntó a Jones cómo se definiría a sí mismo. El entrevistado, ya un anciano, debió recordar la diversidad de lo que había hecho durante su inquieta vida, y después de meditarlo un instante respondió que si bien había desempeñado muchas actividades y se había dedicado a varios géneros, en la base de todo siempre había estado la poesía. Una respuesta extraordinaria, sin duda, y las pruebas están a la vista.

Ver la música

También para pensar la música en términos de imágenes, el libro Jazz Covers, de Joaquim Paulo, ofrece una selección de portadas de discos de jazz, en orden alfabético por el apellido de sus intérpretes. Paulo es director de varias emisoras de radio en Portugal y trabaja como consultor para importantes discográficas. El editor de este libro, Julius Wiedemann, tiene estudios de marketing y diseño gráfico; en Taschen publicó también Illustration Now!, Information Graphics y Logo Design.

Como complemento, Jazz Covers incluye entrevistas con expertos en el género que no son músicos: Bob Ciano, director artístico de las discográficas CTI, Kudu y Salvation; Fred Cohen, director de la prestigiosa disquería Jazz Record Center de Nueva York; Michael Cuscuna, cofundador del sello Mosaic y productor para varios otros, como Freedom, Novus, Atlantic Records y Blue Note; Rudy van Gelder, ingeniero de sonido para Blue Note, Impulse!, Prestige, Verve y CTI; Ashley Kahn, historiador musical, periodista, productor y autor de libros imprescindibles como Kind of Blue: The Making of the Miles Davis Masterpiece, A Love Supreme: The Story of John Coltrane’s Signature Album y The House that Trane Built: The Story of Impulse!; y Creed Taylor, fundador de Impulse! y CTI.

Esas entrevistas, aunque breves y poco profundas, no carecen de cierto interés; se charla de música, de grabaciones, de músicos, del pasaje del monofónico al estéreo y del disco de vinilo al compacto. Todo eso está muy bien, pero sinceramente no es lo que esperaba en un libro dedicado al arte de las portadas de discos. Me habría gustado que se hablara de la evolución histórica del arte de tapa de los discos, del perfil desarrollado en la materia por los distintos sellos, de los ilustradores o fotógrafos que realizaron las obras incluidas, algo por el estilo. Pero no. Tan descorazonador es el panorama que Bob Ciano, que por su condición de director artístico podría haber hecho el aporte más relevante en ese terreno, afirma con total desparpajo: “En CTI yo empezaba a trabajar con un pequeño grupo de fotógrafos e ilustradores e intentaba encontrar imágenes adecuadas para las carátulas. No solía escuchar antes la música, ya que buscaba imágenes atractivas”.

Como se comprenderá, no todos actuaban así. Había gente que, en cambio, hacía lo que parece más lógico: intentaba crear la portada en función del contenido del disco. Ése es un arte muy fino, porque se trata de saber captar una atmósfera, y en el mejor de los casos de “traducir” a imágenes lo que en la música es abstracto e invisible. Hay casos memorables, como el del célebre Neil Fujita, por ejemplo, que se tomaba muy en serio su trabajo a la hora de retratar el espíritu de la música, como muestran sus portadas para Mingus Ah Um, de Charles Mingus (reproducido en este libro), o para Time Out, del Dave Brubeck Quartet (injustamente ausente). Además lo hacía mediante un arte no figurativo, lo que volvía su labor algo aun más difícil y meritorio Pero nada de esto se dice en el libro.

A los editores tampoco se les ocurrió incluir una breve introducción acerca del tipo de tarea artística que este volumen muestra, en general o para fonogramas de jazz en particular. No se necesitan muchas páginas para escribir un buen artículo, y de hecho en nuestro medio la revista La Pupila supo publicar más de uno sobre el arte de tapa de los discos. En esta edición de la prestigiosa Taschen uno debe conformarse con escuetos epígrafes (sobre cuestiones musicales y no visuales) y con los mínimos datos de rigor: título, año, sello y diseñador. Más allá de esto, hay que admitir que el libro es atractivo: está editado con tapa dura y hojas satinadas, y el proceso de digitalización de las imágenes ha sido excelente, de modo que las carátulas parecen nuevas e inmaculadas. Así, a pesar de sus carencias, y considerando que es bello como objeto y tiene un precio muy conveniente, Jazz Covers no deja de ser un lindo regalo. Hay dos ediciones de distintos tamaños, y es más fácil encontrar la más chica.