Los últimos tiempos no parecían muy amables para Fito Páez: al poco entusiasmo recogido por sus dos últimos discos de estudio se suma el triunfo en las presidenciales de su país del político que, al ganar la gobernación de Buenos Aires, le hizo decir “la mitad de los porteños me da asco”. Quizás algo de eso haya en la recaptura -celebrando 30 años de su edición- de Giros, el disco que vuelve a tocar en Montevido el miércoles y que lo hizo saltar de ser una gran promesa musical juvenil a codearse en plan de iguales con los dos pilares del rock argentino, Luis Alberto Spinetta y Charly García, de quienes la música de Páez puede considerarse una síntesis que antes no se creía posible.

La historia de este rosarino nacido en 1963 es bastante conocida: un prodigio que a los 18 años ya tocaba y componía para Juan Carlos Baglietto, y que editó de 1984 a 1990 discos clásicos y fuertemente conectados con su tiempo, que lo convirtieron en el compositor más actualizado y urgente de su país. Recién en el exitosísimo El amor después del amor (1993, hasta hoy el disco de un solista más vendido en la historia de la música argentina) Páez comenzó a incurrir en simplificaciones compositivas y líricas, y en cierta tendencia a la arenga (apenas esbozada antes en canciones consejeras como “Cable a tierra”), que luego se convertiría en un gran motivo de rechazo para sus detractores. Pero tras ese pasaje por el pop de rápido consumo y escasa inspiración (uno de sus mayores hits, “A rodar mi vida”, es casi una copia nota a nota de “Honky Tonk Women”, de The Rolling Stones), volvió a una buena forma con el ambicioso Circo Beat (1994).

Desde entonces, sus discos han sido a acierto y error, muchas veces lastrados por una creciente tendencia a pontificar sobre todo y a caer en una autocaricatura desprovista de humor. En particular los dos últimos, Yo te amo (2013) y Rock and Roll Revolution (2014), causaron perplejidad y rechazo hasta en sus seguidores fieles, principalmente por la simpleza casi infantil del tema que da nombre al primero y lo lisa y llanamente horrible del que bautiza al segundo. Su último trabajo, Locura total, es un regreso a los discos en colaboración, como los realizados con Spinetta y con Joaquín Sabina, pero esta vez junto a Paulinho Moska. Nada extraño, ya que Paéz es de los pocos músicos argentinos que han tenido un éxito real en Brasil (algo en lo que ha superado a sus ídolos Spinetta y García), lo que ya fue demostrado con sus a menudo notables intercambios musicales con Os Paralamas do Sucesso.

Pero no es ninguno de esos polémicos trabajos el que viene a (re)presentar al Teatro de Verano, con motivo de sus tres décadas de existencia, sino el que tal vez sea el más personal de sus discos: Giros. Quizá muchos prefieran la posmodernidad rítmica de Ciudad de pobres corazones (1987), la oscuridad tóxica de Ey! (1988) o el rejuvenecido Rey Sol (2000), pero fue en Giros donde Páez definió una voz propia de baladista -a la que volvería en forma recurrente- y donde presentó algunas de sus mejores canciones, como la que titula el disco, “11 y 6”, “Cable a tierra” y, muy especialmente, la lenta chacarera “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, una metáfora abierta a múltiples interpretaciones, que resume mejor que nada el espíritu dolorido y esperanzado del retorno a la democracia luego de los infames años de plomo (y que cuenta, entre otras cosas, con la percusión de Osvaldo Fattoruso).

Un disco que revivirá muchos recuerdos en el público mayor de 40, y que -como ya había hecho para celebrar los 20 años de El amor después del amor, en 2013- está recontextualizado en un show en el que, además de tocar todo Giros, recurre casi exclusivamente a sus temas clásicos de los 80 y a un sonido de banda medido y similar al que tenía en aquel entonces. Es decir, un recital pensado tal vez para quienes sostienen que Páez nunca volvió a ser el mismo después de El amor después del amor, o para quienes no le tienen miedo a la nostalgia y quieren emprender un viaje sonoro por el recuerdo de una época de grandes incertidumbres e inseguridades, de un tiempo en el que un jovencito de Rosario decidió ir a conquistar la capital del Río de la Plata.