Para los que en 2005 teníamos alrededor de 20 años, Hablan por la Espalda era una banda cuyas historias superaban lo que estrictamente habíamos escuchado de ella. Se decía que el cantante se desbolaba en el escenario, que muchos toques terminaban en una trifulca de meo, vómito y sangre, que podías ligarte una patada voladora en la cabeza en el medio de un pogo, que los tipos tocaban tan drogados que el show podía terminar de un momento a otro.

Por aquel entonces, contra la banda se había armado una especie de boicot entre dueños de bares: un mail en el que se instaba a no incluirla en la programación de shows, a raíz de un controvertido caso en el que rompieron parte del equipamiento de sonido de un bar. Con este exilio del circuito bolichero, HPLE -las siglas ya estampaban, como un eco lejano y amenazante, varios rincones de la ciudad- se volvía algo más grande que ella misma, convirtiéndose en una figura de Rorschach de la que cada uno podía hacer lo que quisiera, proyectando sobre las manchas sus más íntimas fantasías, miedos y complejos acerca de lo que podía ser un toque de rock. A todo esto se le agregaba su éxito -o al menos lo que muchos imaginábamos como éxito- en giras latinoamericanas y europeas, cosa que se retroalimentaba a la perfección con ese complejo nuestro de pueblo chico, en el que siempre intuimos que la notoriedad es un máster que se obtiene en el extranjero.

Hubo y había bandas como Motosierra, cuyas presentaciones posiblemente eran más salvajes y peligrosas -en un sentido auténtico de la palabra- que los toques de Hablan, pero aquella infame prohibición y los pocos registros audiovisuales y discográficos que circulaban (hasta ese momento, dos LP y un EP compartido con otra banda, cantados a medio camino entre el español y el inglés, cargados con letras expresionistas y nietzscheanas) le agregaban una cuota extra que expandía su onda de descarga.

Cambio y relato

El escenario actual es completamente distinto del de diez años atrás. La banda se afincó en Montevideo, algo que no sólo tiene un sentido geográfico concreto (se convirtió en una de las formaciones más grandes del under uruguayo, y a su vez incorporó un tipo de público -especialmente femenino- que resultaba inimaginable en su etapa más hardcore), sino también uno musical, ya que incorporaron, a partir del disco Macumba, muchos sonidos y ritmos provenientes del blues y el candombe beat uruguayo de los años 60 y 70. Si alguien viajara en el tiempo y le dijera a uno de esos pibes straight edge que vendían fanzines en los toques de Santa Lucía (cuando a los integrantes de Hablan todavía no les crecía del todo la barba) que el grupo terminaría tocando en algo tan oficial y uruguayo como los festejos del Bicentenario, la noticia podría ser recibida con descreimiento o con una sensación de honda traición. Sin embargo, la idea de que lo único fijo es el cambio siempre logró hacer convivir tensamente a la banda con sus propias contradicciones, y eso tiene que ver con que, en el lapso de apenas seis años, haya integrantes que pasaron de ser straight edge a la celebración del consumo de drogas, y de proclamas animalistas a juntarse a preparar asados en algo llamado “el club de la carne”.

Uno suele adjudicarles a dichos sucesos la virtud de algo contenido en las entrañas del fenómeno mismo, pero lo cierto es que la ola expansiva habría sido notoriamente más corta si Fermín Solana (por aquel entonces más conocido como Paracetamol, cantante de la banda) no hubiese mantenido, abierto al público, un registro permanente de todo lo que ocurría en el día a día de Hablan (a lo que se agregan las fotos y el trabajo audiovisual de Pedro Luque). Por aquel momento, sostenido entre entradas de fotolog y la página oficial de HPLE, las crónicas de las aventuras y desventuras de la banda eran de lo más divertido que podía leerse en el incipiente universo 2.0 (que en esos tiempos estaba aproximándose a la edad de oro de los blogs). Casi de una forma sádica se leían las notas esperando, más que información concreta vinculada con el sonido y la recepción del conjunto, la noticia del nuevo pedo, el último corte accidental con un vidrio, la nueva gastroenterocolitis que hacía peligrar un show.

Uno podría quedarse en la epidermis del asunto y señalar meramente el rol divertido que jugaban aquellas crónicas, pero quedarse ahí sería caer en la injusticia de olvidarse de lo bien escritas que estaban. Con una influencia notoria de Henry Miller, y una insigne -a veces graciosa- tendencia a no usar artículos, el estilo de cronista de Fermín combinaba con gran pulso lo mítico y sentido -a veces en un plano cuasi místico- con lo más banal, demorándose un tiempo para inventariar el contenido de las mochilas de los integrantes, sumergirse en relatos sobre un picadito de fútbol o explayarse sobre la correcta administración de paracetamol para lidiar con una resaca. Los diarios de Hablan guardaban un extraño equilibrio entre la explotación de una especie de culto pagano a la amistad y los elementos más triviales, generando un producto contundente y heterogéneo, una especie de guía creíble de lo que debía ser una banda.

Pistas

El libro Paracetamol 500. Manual de giras, resacas y amistad de Hablan por la Espalda recoge varias crónicas publicadas en aquellos diarios de la banda, con cierto trabajo de reescritura y una expansión a la historia reciente de la formación. Parte interesante del formato en que es presentado el libro es la cantidad de fotos que se intercalan en el relato. Esto se conjuga con un estilo libre, y el formato de diario se dinamita con flashbacks, miniensayos y comentarios extramusicales del cantante.

De lo más certero del libro fue la decisión de llamarlo “manual” más que propiamente “diario”, porque, justamente, lo que siempre pareció una cuestión de fondo en todas aquellas historias que contaba Fermín -y que podían ser ciertas o no- era una especie de guía de cómo era posible contener una formación de pibes con no pocas tendencias a la autodestrucción, desarrollar contactos en el extranjero, desbundarse, crear un mito, sostener una gira, mantenerse económicamente y volver sin morir o separarse en el intento.

Así se cumple, de la manera más sincera, con el tono tesonero y solidario de documentales hardcore como Another State of Mind (1984). El ejemplo de aquel documento de gira de Youth Brigade y Social Distortion no es gratuito, ya que guarda en sí mismo uno de los elementos más importantes del libro de Fermín Solana, que es el hecho de ser un film sobre el fracaso de un proyecto, más que el endiosamiento y celebración de un fenómeno (esa película, de Adam Small y Peter Stuart, terminaba con el final abrupto del tour por la rotura del ómnibus y la ruptura entre Mike Ness y el resto de los integrantes de Social Distortion). Another State of Mind se convirtió en La batalla de Argel de las huestes hardcore, no tanto por el registro de la escena y el importante foco en el DIY (do it yourself, “hágalo usted mismo”) de la ética punk, sino justamente por ser un efectivo compendio de las contramarchas que puede tener cualquier banda que quiera hacer camino por sí sola. De manera similar, Paracetamol 500 se vuelve más interesante e instructivo en los momentos en los que Fermín baja la pelota al piso y puede hacer mea culpas acerca de espectáculos en los que la banda tocó mal, o de esa mezcla de torpeza y lapsus autolesivos que convirtieron a HPLE en uno de los grupos más accidentados que podrían encontrarse en Uruguay.

El libro termina con una lista, versión expandida de otra que supo figurar durante mucho tiempo en el sitio oficial de la banda. Sus extensas menciones, que incluyen ítems tan variados y disonantes entre sí como Stooges, The Damned, Nokia 1100, Queso Cheddar, El Gráfico, Psiglo, Inka Cola, El Bebé de Rosemary, Tenedor Libre y Ayahuasca, parecen moverse por un espíritu meramente rocambolesco, pero en su acumulación uno comienza a entender que se toca algo así como el centro ígneo de la banda, que sugiere que el todo es mucho más que la música en sí misma. Cerrando números, más que una lista, lo que parece quedar de fondo en esas últimas tres páginas del libro es justamente una guía, que parece decirles a generaciones futuras: “Tomen, nosotros empezamos por acá, ahora les toca a ustedes”.