Durante la temporada 2015 los libretos de carnaval, en particular los de las murgas, se han mostrado elogiosos para con la figura del presidente José Mujica. Es probable que tal grado de simpatía explícita hacia un mandatario no tenga precedentes ni vuelva a sucederse en la fiesta de Momo.

Austeridad, humildad, sencillez y espontaneidad son algunos de los rasgos que se le atribuyen al Pepe y que resultan ensalzados sin matices.

Cuando nos preguntamos por qué ocurre esto, hay una explicación que nadie puede obviar. Mujica es el político más popular del país, al menos desde el retorno a la democracia en 1985. Su persona consigue el apoyo de amplios sectores de la sociedad, incluyendo a oficialistas y opositores, ricos y pobres, jóvenes y viejos. A su vez, ha alcanzado una sorprendente y fabulosa proyección internacional. De modo que, en este caso, el carnaval actúa, efectivamente, como la voz de la gente. Reproduce el sentido común.

Ahora bien, ¿qué pasaría si una murga dedicara un cuplé entero a criticar a Mujica?

A los efectos de esta nota, poco importa la figura de Mujica en sí. Alcanzará con decir que presenta defectos y contradicciones (como cualquiera de nosotros) y que, por tal motivo, podría perfectamente ser blanco de críticas de peso, conceptuales. Pero ello no sucede, entre otras posibilidades, porque tal cuplé generaría una conflictiva distancia entre los actores y el público.

Así, llegamos a preguntarnos si los discursos carnavaleros deben conformarse con decir lo que los espectadores quieren escuchar. O sea, ¿es suficiente que el sentido común se suba al escenario y se presente bajo formas artísticas, o el carnaval debe también desafiar los lugares comunes del imaginario colectivo?

Probablemente, en la combinación de ambos recursos se encuentre algo parecido al ideal, para evitar tanto una fiesta de iluminados como una orgía de discursos repetidos y predecibles.

Ocurre que, actualmente, es notorio el predominio del cliché sobre la irreverencia.

Por formas y contenidos, el carnaval es cada vez menos incorrecto e insolente. Lejos de provocar, de incitar al conflicto de ideas, la mayoría de los espectáculos no asume riesgos y se conforma con representar estilos y discursos consensuales.

Habría celebrado si durante este carnaval alguna murga se hubiera atrevido a matizar la figura de Mujica cuando ésta se encuentra en su apogeo. Es probable que quien escribe no compartiera tales críticas, pero sólo cuando como espectadores nos sentimos incomodados puede el arte servir para empujarnos hacia nuevos pensamientos o para reafirmarnos en los que ya albergamos.

Momo sufrió el exilio por ser políticamente incorrecto, a veces injusto. Pero de ningún modo por intrascendente.