Fue un poco paradójico que el festejo del 40º aniversario de un programa capaz de hacer que los jóvenes se quedaran en su casa los sábados de noche se realizara un domingo, pero el domingo 14 la cadena NBC -una de las tres mayores de Estados Unidos- dedicó nada menos que tres horas y media a celebrar la existencia de un show que ya está lejos de ser su mayor éxito, pero que sigue siendo el mascarón de proa de la cadena. En sus famosos estudios del Rockefeller Plaza, el programa especial reunió una cantidad de estrellas que ni siquiera la entrega de los premios Oscar podría soñar: desde Jerry Seinfeld a Keith Richards (que presentó a Paul McCartney), pasando por Tom Hanks, Bradley Cooper, Miley Cyrus, Michael Douglas, Billy Cristal, Jim Carrey, Bill Murray, y un número de nombres hiperconocidos que ocuparía la mitad de esta nota si se extendiera en su totalidad, fueron a presentar sus respetos a un programa que cambió la historia de la televisión y que, aunque ya lejos de conservar su carácter rupturista y vanguardista, sigue ofreciendo algunos de los momentos más graciosos que se pueden ver en la televisión actual.

Un programa al que dieron por muerto varias veces, pero que sigue gozando de buena salud y que comenzó hace cuatro décadas, cuando Johnny Carson, el rey de los programas de medianoche y la principal estrella de NBC, decidió que no quería seguir haciendo su programa los fines de semana. Ante el vacío generado, los ejecutivos de la cadena, entre quienes se encontraba un joven y mentalmente abierto Dick Ebersol, decidieron recurrir a un actor y comediante canadiense treintañero, Lorne Michaels, quien se había vuelto un nombre de moda gracias a algunas pequeñas pero exitosas producciones de Hollywood. Michaels, un hombre capaz de venderle un paraguas a un beduino, propuso una idea completamente novedosa: reunir a un grupo de comediantes tan jóvenes como desconocidos -que tras un comentario de un ejecutivo serían bautizados para siempre como los Not Ready for Primetime Players (actores no listos para el horario central)- que introdujeran un humor renovador en la pantalla chica de medianoche, haciendo además su show en vivo, acompañados por bandas de rock del momento. La apuesta era muy complicada, ya que el programa se emitiría en un día y en un horario en el que su público ideal, los jóvenes, difícilmente tuvieran ganas de quedarse viendo televisión, pero el entusiasmo de Michaels consiguió convencer a los renuentes ejecutivos, que finalmente, al ver que los costos eran accesibles, decidieron darle una oportunidad.

Era un buen momento de la comedia estadounidense, y gente como Richard Pryor, George Carlin y Steve Martin habían hecho llegar al stand-up a un nivel altísimo, pero Michaels no podía contratar estrellas conocidas, así que buscó en el staff del programa radial National Lampoon -en aquel entonces de enorme éxito- y en los números asiduos al club de comedia de Chicago Second City. Luego de una audición en la que cada evaluado improvisó lo que quiso, el elenco quedó conformado por cuatro hombres -Chevy Chase, John Belushi, Dan Aykroyd y Garrett Morris- y tres mujeres -Laraine Newman, Jane Curtin y Gilda Radner-, con el ácido y nihilista Michael O’Donoghue como jefe de guionistas. Había comenzado la edad de oro de SNL.

Auge, caída y resurrección

Algunos de los relacionados con SNL suelen bromear que los comentarios de que el programa “ya no es lo que era antes” comenzaron en el segundo episodio de 1975 y ya es una costumbre comparar (casi siempre desfavorablemente) a cada elenco con los anteriores, pero hay un consenso general en que el primero de estos elencos -con la ampliación casi inmediata de Bill Murray- fue la formación ideal. Un conjunto de personalidades conflictivas, más parecidas a estrellas de rock que a comediantes, y recordados tanto por su talento como por sus excesos.

El humor de SNL se destacó inmediatamente por esquivar los lugares comunes de la comedia televisiva e introducir tanto un lenguaje más juvenil como una temática transgresora que abarcaba drogas, conflictos raciales y sexualidad con una franqueza inédita hasta el momento. El producto de Michaels generó inmediata desconfianza en los ejecutivos de la NBC, pero la labia del productor le concedió un tiempo de gracia. No lo necesitó; SNL fue un éxito desde su lanzamiento, aunque los segmentos sin actores -unos cortos dirigidos por Albert Brooks, un espacio para los Muppets- fueron mucho menos populares que los interpretados por el elenco, y fueron rápidamente eliminados.

El zar de la medianoche

El monumental libro Live From New York: An Uncensored History of Saturday Night Live (Tom Shales, 2005) es hasta ahora el texto básico sobre la historia de SNL para el que su autor entrevistó a la casi totalidad de productores, actores, guionistas y músicos involucrados en su realización. En él Shales dedica el último capítulo a intentar aproximarse a la elusiva personalidad de Lorne Michaels, para lo que pide opinión a amigos y no tanto. De las declaraciones, Michaels emerge como un personaje muy complejo, del que nadie termina ni de hablar bien ni de defenestrar verbalmente. Todos coinciden en presentarlo como alguien distante, altivo, capaz de hacer esperar a sus empleados durante horas sin motivo, manipulador y agente de división entre el equipo del programa, generalmente inescrutable en sus intereses y opiniones. Al mismo tiempo, también respetan su figura paternal y su liderazgo, su sutil sentido del humor, su olfato para reconocer talentos y su lealtad hacia sus empleados y amigos, conformando lo que parece ser un personaje difícil pero digno, y al que todo el mundo reconoce su talento organizativo y lo acertado de sus ideas. Vale la pena señalar que durante su período de alejamiento del programa en los 80, Michaels creó Kids in the Hall, equivalente canadiense de SNL, al que no pocas veces superó en creatividad y osadía.

Pero ante todo Michaels es un maestro de las relaciones públicas, que en 1976, en una de sus escasas apariciones frente a cámaras en SNL, casi produjo un acontecimiento histórico. Sabiendo que Paul McCartney y John Lennon se encontraban simultáneamente en Nueva York, Michaels apareció en el programa ofreciendo la supuestamente magnánima suma de 3.000 dólares si ambos Beatles se reunían e iban a tocar al programa. Por supuesto era un chiste basado en lo ridículo del dinero ofrecido, pero lo que Michaels no sabía era que en ese momento ambos se encontraban juntos y viendo el programa (McCartney en particular es un fan de primera hora del show, del que ha sido anfitrión e invitado musical infinidad de veces) y consideraron dar la sorpresa del año y realmente caer a interpretar algunas canciones, pero no se encontraban cerca del estudio y llegaron a la conclusión de que no iban a llegar a tiempo. A fines del mismo año, George Harrison se presentó en el show y Michaels volvió a ofrecerle un cheque, pero sólo por un cuarto de los 3.000 dólares originales. A Harrison le pareció muy poco, a lo que Michaels respondió: “Bueno, pueden pagarle menos a Ringo”.

El equilibrio entre los comediantes era notable, oscilando entre el salvajismo de John Belushi y la sobriedad de Jane Curtin, pero el principal responsable del éxito instantáneo del show fue Chevy Chase. Encargado del espacio de noticias graciosas “Weekend Update” -infinitas veces imitado desde entonces-, Chase era blanco, buenmozo, agrandado y encarnaba tanto un sentido del humor más convencional que el de sus compañeros como un modelo vital más exitoso y “positivo” que el de los freaks que lo rodeaban. Una caída accidental en vivo, en la que terminó fracturado, le otorgó su principal y más tonto recurso humorístico -las caídas estrepitosas-, pero donde brillaba más era en “Weekend Update”, donde su tono autosuficiente, maligno y sobrador inauguraría una escuela que luego continuarían otros conductores maliciosos e irónicos como Dennis Miller, Norm McDonald y Tina Fey. Con tanta atención, Chase se mareó rápidamente y su éxito personal amenazó por momentos con convertir a SNL en El show de Chevy Chase, lo cual lógicamente deterioró su relación con sus compañeros. Como resultado, al final de la primera temporada Chase dejó el programa para dedicarse a una exitosa carrera cinematográfica; volvería ocasionalmente al show como anfitrión y se convertiría en el más odiado de los ex integrantes. Ya en su primer regreso Bill Murray estuvo a punto de trompearlo, y fue finalmente vetado como invitado, luego de un desagradable chiste que realizó en vivo. De cualquier forma, fue homenajaedo fastuosamente en el 40º aniversario, algo que le hizo justicia a su temprana contribución.

Con Murray en su lugar, SNL alcanzó su punto máximo de creatividad y absurdo, pero también su pico de excesos: casi todo su elenco consumía cantidades absurdas de drogas y parrandeaban todas las noches en Blues Bar, creado por ellos mismos para festejar después de los shows y donde surgiría Blues Brothers, banda de rhythm & blues integrada por Dan Aykroyd y John Belushi, que sería tema de una exitosa película producida por Lorne Michaels.

Durante cinco años SNL reinó en la televisión humorística estadounidense, pero el ritmo agotador, las montañas de cocaína y la creciente competencia entre sus integrantes hicieron que fueran abandonando el show. En 1980 el ahora senador de Minnesota Al Franken, que había sido ascendido de guionista a encargado de “Weekend Update”, hizo una rutina humorística en la que se burlaba de Fred Silverman, entonces presidente de la NBC, por lo que fue inmediatamente despedido. Lorne Michaels, cansado por las exigencias del programa y ofendido por el despido, decidió abandonar SNL, y los que quedaban del elenco original se fueron con él, con lo que marcaron el fin de una edad de oro.

Pero la NBC no quería perder uno de sus programas más exitosos, así que le encargó la producción de SNL a Jean Doumanian, una de sus productoras ejecutivas, quien renovó el elenco por completo y llevó a cabo una gestión tan espantosa que los ratings cayeron a nivel del piso. El programa parecía muerto, pero uno de los ejecutivos que habían confiado en él desde un principio, Dick Ebersol, decidió asumir la carga de intentar resucitarlo, para lo que despidió a casi todos los contratados por Doumanian; entre las excepciones estaba un joven negro de 19 años que casi no había salido al aire, pero que Ebersol reconoció como alguien que merecía pantalla. Se llamaba Eddie Murphy.

El Murphy de SNL no era ni el grosero gesticulador supermaquillado de sus películas actuales ni el arrogante y ocasionalmente prejuicioso comediante de stand-up de fines de los 80. Era otra cosa que rara vez suele emerger en sus films: un actor de enorme comicidad expresiva, pero, a la vez, con una orgullosa colección de personajes.

Después de Murphy llegarían muchos comediantes negros a SNL (aunque siempre en proporción muy minoritaria), algunos de ellos tan buenos como Murphy e incluso mejores, como el gigantesco Tracy Morgan, pero nadie volvería a tener un rol tan central y decisivo en el programa como Eddie Murphy, cuya responsabilidad individual por haber salvado el show es tan grande que si le hubieran cambiado en su momento el nombre por “Saturday Night Murphy” nadie hubiera protestado.

Pero la estrella de Murphy era demasiado grande para conformarse con un programa televisivo, y luego de tres temporadas el actor se fue para triunfar en Hollywood. Aunque su partida no fue particularmente ríspida, Murphy siempre renegó de su rol en SNL y jamás volvió, ni siquiera como anfitrión invitado, hasta el 40º aniversario. Por desgracia, el regreso de Murphy a su casa natal artística fue un verdadero fiasco; luego de una larga y entrañable presentación a cargo de Chris Rock, se limitó a agradecer la invitación, sonreír ampliamente y marcharse. Una desilusión para quienes habían esperado 30 años un auténtico reencuentro de Eddie Murphy con su faceta más brillante.

Sin Murphy a bordo, pero con el programa nuevamente en movimiento, Ebersol abandonó la política del show de generar sus propias estrellas y contrató a comediantes conocidos, como Billy Crystal, Harry Shearer y Martin Short, lo que produjo buenos ratings, aunque se trataba de un producto muy distinto al imaginado por Michaels. Entonces, como si estuviera escuchando, en 1985 Michaels volvió a tomar las riendas de SNL.

Generación tras generación

El regreso de Michaels no fue, sin embargo, el triunfo que su ego esperaba; confiado en el sistema que le había funcionado diez años antes, y dejando ir a los comediantes profesionales que había contratado Ebersol, reunió un nuevo elenco de jóvenes más o menos desconocidos, en el que había nombres que luego se harían famosos, como Randy Quaid, Robert Downey Jr. y Anthony Michael Hall, pero el público los detestó (aunque en retrospectiva los programas no eran tan malos). Rápido para poner la marcha atrás, Michaels los despidió luego de una temporada y los reemplazó por lo que sería una de las formaciones clásicas de SNL, en la que se contaban Dana Carvey, Phil Hartman, Dennis Miller, Jan Hooks y, sobre todo, Mike Myers, un joven comediante, canadiense como Michaels, que aportó algunos de los sketchs más memorables del programa.

La partida de esta generación brillante fue más gradual que las anteriores purgas, y los reemplazos también le funcionaron a Michaels. A mediados de los 90 ingresaron nuevos talentos como Adam Sandler, Ana Gasteyer, Chris Rock, David Spade y los magníficos Chris Farley y Will Ferrell. Otro elenco soñado que fue saboteado por la asombrosa estupidez de un ejecutivo que forzó el despido de Sandler y Farley -dos de los principales valores del show- por no considerarlos graciosos. Chris Farley, un auténtico heredero del humor descontrolado y autolesivo de John Belushi, tuvo el mismo fin que su ídolo: murió de una sobredosis de drogas a la misma edad, 33 años.

Nuevo siglo, nuevas caras

Un acontecimiento nefasto fue, tal vez, el mayor indicador de que SNL había ya alcanzado un estatus de clásico: el atentado a las Torres Gemelas del 11 de setiembre de 2001. Con una ciudad en estado de shock, muchos se preguntaban si era posible hacer un programa humorístico tan identificado con Nueva York, por lo que el regreso a las pantallas de SNL fue considerado una señal de que la vida seguía adelante. Al comienzo de un dramático primer episodio que tuvo como anfitrión al alcalde Rudolph Giuliani, y luego de un comienzo emocionante protagonizado por los bomberos de la ciudad, Lorne Michaels le preguntó frente a cámaras a Giuliani: “¿Podemos ser graciosos?”, a lo que el alcalde respondió con agudeza: “¿Por qué empezar ahora?”.

Más allá de esto, el comienzo del siglo XXI fue tal vez la época más nefasta de SNL desde los días más oscuros de los 80. El gran Will Ferrell partió rumbo a Hollywood y su ausencia dejó un cráter imposible de llenar. Y al poco tiempo se fue también la talentosa Ana Gasteyer, la última de su generación. Sin Ferrell, los programas comenzaron a girar en torno a Tina Fey y Jimmy Fallon. La inquietísima Fey convirtió a SNL en un programa de humor eminentemente femenino (secundada por la no menos formidable Amy Phoeler), lo que causó muchas controversias públicas acerca de la capacidad de las mujeres como comediantes, una polémica que seguiría a Fey hasta sus trabajos posteriores, como la notable 30 Rock. Es imposible negar la gracia e inteligencia de Fey y Phoeler, pero también fue notorio que en momentos en que el stand-up estadounidense renacía como respuesta feroz al conservadurismo de las administraciones de George Bush Jr., el humor de SNL se volvió más suave y políticamente correcto que nunca, desapareciendo no sólo su filo político, sino también los ingredientes más extremos de absurdo o de simple humor de golpe y porrazo. Pero sería muy injusto achacar este conformismo y falta de gracia al centralismo de Fey y Phoeler (quienes, al fin y al cabo, eran las que remaban los mejores momentos del programa) antes que a la pobreza del resto del elenco, que orbitaba alrededor del esnobismo “ingenioso” de Fallon y que -increíblemente- desaprovechó al hilarante Tracy Morgan.

Michaels, con su acostumbrado olfato, percibió el deterioro de la calidad general, por lo que preparó una de sus ya periódicas renovaciones parciales, por lo que, coincidiendo con el anuncio de la previsible partida de Tina Fey en 2006, alistó una nueva generación de comediantes Not Ready for Prime Time Players y volvió a acertar plenamente. Bill Hader, Andy Samberg, Kristen Wiig, Jason Sudeikis, Kenan Thompson, Fred Armisen y Seth Meyers ingresaron casi al mismo tiempo, conformando otro de los elencos históricos de SNL. Entre los recién llegados estaban algunos de los mejores comediantes que haya visto el programa -particularmente los hiperexpresivos Bill Hader y Kristen Wiig-, quienes rejuvenecieron el aire de “humor de calidad” que había imperado en el período anterior, introduciendo una buena cuota de delirio y (suave) grosería. De este tiempo son las extraordinarias imitaciones de Hader, los raps de Samberg (de tan buena calidad que terminó convirtiéndose en un proyecto musical serio bajo el nombre de The Lonely Island) y la excelente conducción de “Weekend Update” a cargo de Meyers. Sólo dos cosas impidieron que SNL volviera a alcanzar las cumbres de antaño. Por un lado, la tendencia -vigente hasta el día de hoy- de privilegiar la presencia de números musicales orientados al público adolescente; por otro, un exceso de protagonismo de Kristen Wiig, una comediante extraordinaria pero tendiente a la repetición agotadora de personajes más irritantes que graciosos.

De cualquier forma, el buen nivel de los recién llegados hizo que su grupo base se mantuviera prácticamente sin alteraciones durante casi una década hasta 2013, cuando, una vez más, se produjo una leva generacional de las que ya son parte del espíritu de renovación continua del show.

Jóvenes a los 40: SNL 2015

Aunque la uniformidad de la estética y la estructura ha mantenido una sensación de continuidad, SNL ha cambiado mucho en estas décadas. Más allá de los cambios evidentes entre el humor actual y el descontrol de la etapa inaugural, o el centralismo personalista de la época de Eddie Murphy, es raro ver hoy en día programas de otras épocas de auge y notar en todos el espíritu de su tiempo. Por ejemplo, los sketchs del brillante elenco comandado por Mike Myers y Dana Carvey hoy en día parecen excesivamente largos y redundantes, mientras que un show de 1999 como el que tuvo de anfitriona a Heather Graham hoy en día sería imposible, por lo que seguramente se consideraría un exceso de lujuria machista (durante todo el episodio los integrantes masculinos del elenco intentan levantarse a la bellísima Graham de las formas más impresentables posibles). Al contrario, apenas diez años después el ambiente de corrección política era tan abrumador que el humor sexual parecía haber desaparecido de la pantalla. Hoy en día, la principal diferencia entre la generación actual de SNL y la que la precedió no es tanto ideológica o de riesgos, sino meramente estructural: más cantidad de humoristas y sketchs más breves y de escasa repetición. También se extraña un mayor riesgo en la selección de números musicales para un escenario que vio pasar músicos tan experimentales como Sun Ra y Captain Beefheart.

El elenco actual de SNL es el resultado de una de las purgas naturales más fuertes de la historia del show; al final de la temporada 2013-2014, prácticamente todo el elenco estable del programa partió, con las únicas excepciones de Vanessa Bayer, Taran Killam, Bobby Moyinhan y el incombustible Kenan Thompson; toda una generación se fue al mismo tiempo, generalmente hacia roles más estelares en la televisión o el cine. Para cubrir este éxodo se ascendió a Kate McKinnon, Jay Pharoah, Cecily Strong y Aidy Bryant -que hasta el momento participaban de vez en cuando como featured players (artistas invitados)- y se convocó a un enorme y promocionado casting.

Al conocerse el nuevo elenco, éste fue inmediatamente víctima de una campaña feroz de descrédito por estar compuesto principalmente por hombres blancos (olvidando que simultáneamente se había promovido al elenco estable a tres mujeres y que había ya dos comediantes negros, Kenan Thompson y Jay Pharoah). Esto produjo que el habitualmente terco Michaels se echara atrás e hiciera un casting específico para comediante negra, del que emergió Sasheer Zamata, llamara a Michael Che para reemplazar a Cecily Strong en “Weekend Update” y echara a John Milhiser, Noël Wells y Brooks Wheelan, quienes casi no habían tenido oportunidad de aparecer en pantalla y deben haber quedado contentísimos con los soldados de la corrección política y la integración. El problema es que Che sigue siendo bastante torpe como conductor del informativo humorístico y Zamata continúa sin dar señales de una auténtica personalidad humorística. Pero Lorne Michaels, además de talento, tiene suerte, y en lugar de convocar a un nuevo casting específico se le ocurrió darle una oportunidad a una de las guionistas negras, Leslie Jones, que desde su primera aparición fue un golazo. Alta, robusta, de 46 años, Jones se diferencia bastante de la tendencia de SNL a escoger comediantes muy jóvenes y atractivas, pero su personalidad arrolladora y notablemente desinhibida le valió un lugar central en el show y formar parte del elenco de la siguiente versión femenina de Los cazafantasmas, donde comparte cartel con otras dos figuras surgidas del programa, Kristen Wiig y Kate McKinnon.

Posiblemente esta última, una de los pocos integrantes asumidamente homosexuales de la historia de SNL, sea el mayor valor humorístico del momento actual. McKinnon, una rubia hiperdinámica con la mirada más insana que se haya visto en mucho tiempo, brilla en cada sketch y recuerda que cada generación es, para su audiencia coetánea, la mejor generación de este show, sin el cual no es posible entender nada del humor televisivo actual. Los días de la vanguardia y la tradición ya están lejos, pero no la voluntad simultánea de hacer reír y ser un espejo de su tiempo. Siempre, como se recuerda a los gritos al comienzo de cada episodio, en vivo y desde Nueva York.