-¿Es la primera vez que estás en Latinoamérica?

-No, en Uruguay sí; es la primera vez que pongo los pies aquí. Había estado en algún festival de cine francés en Acapulco, también en Buenos Aires, y había estrenado una película en Lima, pero en Uruguay es la primera vez. Antes de venir a Uruguay tenía ya algo emocionalmente muy inspirador para mucha gente y más en Cataluña, mi país. Para los que nunca hemos dejado de creer que el mundo se puede cambiar, a pesar de que nos han dicho que no se puede cambiar, que el sistema es así, pensamos que el mundo se puede cambiar y se debe cambiar profundamente y que se pueden hacer cosas. Para nosotros, Uruguay es un país inspirador, es una isla de democracia en el mundo.

-¿Qué conocías de Uruguay?

-El presidente Mujica ha hecho conocer Uruguay y se ha hablado mucho de Uruguay, pero porque ha dicho cosas; no solamente porque ha hecho numeritos. Ha hecho cosas contundentes: esto que ha dicho de que el sistema es de una manera, que hay un no sé quién no sé dónde que decide las cosas y que el poder está en un sitio elevado a donde no se accede; esto es una cosa que nos han dicho mucho tiempo. Llega un momento en que nos tenemos que plantear que esa distancia se puede acortar y se tiene que acercar a la clase popular, porque en el fondo es evidente y es muy curioso que los más débiles sean siempre mayoría. Es decir, es algo flagrante, hay una contradicción y hay algo que no cuadra, y conformarse con que el mundo es así, que el mundo es injusto... gente como yo y gente como Mujica, ha decidido posicionarse, tomar decisiones y hacer política. No sencillamente “hacer mercado”, sino ir en contra de esta idea tan extendida de que los mercados mandan; mandan lo que tú les dejas.

-Vos sos un conocido militante por la independencia de Cataluña del Estado español. ¿Cuál es tu posición en una Europa donde cada vez más ascienden los partidos de derecha?

-Yo soy de la parte independentista. La idea de hacerse independiente en Cataluña, en España con el 15-M y en todo el sur de Europa, esta idea de darse cuenta de que esta distancia con el poder se puede acortar y que la gente de la calle puede ir al Parlamento y que pueden tener un sillón en el Parlamento, y que eso es posible, y de que salir a la calle sirve para algo y que formar parte de un movimiento colectivo nos hace más fuertes. Yo pienso que esta idea -en España, Grecia, Portugal y Cataluña- tiene mucho que ver, también, con la independencia. Creo que ahora en Cataluña la idea de la independencia es más o menos mayoritaria, desde la derecha, que no es la extrema derecha, es la burguesía catalana, la banca, los que tienen el dinero, las familias pudientes que nunca habían sido independentistas. Yo lo veo de una manera bastante sencilla: yo sé que Cataluña es un país, entonces, claro, la derecha nunca ha querido la independencia porque siempre ha negociado, siempre ha pactado con el capital español. Ahora, como en la calle hay este clamor popular de decir: bueno, ¿qué pasa si nos independizamos? No quiere decir que nos tengamos que pegar, y la derecha se ha apuntado al carro. Dentro de este ámbito yo estoy en la parte de los que ya éramos independentistas antes, pero éramos independentistas de izquierda radical, y nosotros creemos en la idea de que no tenemos que renunciar a nada. Hay gente que dice: para la independencia no hablemos de desigualdad; primero seamos independientes y después ya veremos. Después hay gente que no es independentista y que le pasa al revés: hablemos de desigualdad pero no hablemos de independencia. Y para nosotros todo es un poco lo mismo, para nosotros la libertad de los individuos es la libertad del colectivo, es la libertad de los pueblos. El derecho a decidir de los pueblos si va hacia allí o no es flagrante y no es negociable, es un derecho que tienen todos los pueblos. Y ahí estoy yo; en este sector que va ganando fuerza y no a partir de argumentos económicos. La gente que no quiere que Cataluña se separe dice que no es interesante económicamente, y la gente que quiere la separación dice que sí. A mí me da igual si es bueno o no es bueno económicamente. Es más una cuestión de identidad y de coherencia contigo mismo. Para mí, poder hablar con España de tú a tú, tranquilamente, sin enfadarse, ¿por qué pasa? ¿Pasa porque nos tienen que reconocer, o nosotros tenemos derechos? Ahora estamos hablando con Podemos, el lado más de izquierda de España, y entra en conflicto en este punto. El Podemos tiene en el segundo punto del decálogo con el que se constituyeron, el derecho a la determinación de los pueblos, y sucede que cuando van por toda España y hablan del derecho de autodeterminación, todo el mundo dice: ¡los catalanes..! Y esto no es culpa de las clases populares, es que durante mucho tiempo a la gente que ha estado arriba les ha interesado sostener -como con ETA, con el terrorismo- mantener un conflicto con las periferias, porque así se habla de esto, pero en el fondo están mal informados. Yo tengo amigos de izquierda y que son personas que están bien informadas y hay cosas que les cuesta entender; por ejemplo preguntan “¿por qué queréis hablar otra lengua?” ¡Y porque es la nuestra! Y preguntan “¿y a dónde vais a ir con el catalán?” ¡Y a donde pueda! ¿Por qué no hablamos todos inglés? Es por eso que ves que hay un gran malentendido y que para arreglarlo todo en Cataluña hay mucha gente que dice: “Bueno, no nos entendéis, entonces nosotros queremos votar y si votamos que somos independientes declaramos la independencia y a ver qué pasa”. Entonces ahora está esa disyuntiva: si los dejamos votar y gana el Sí, qué hacemos; entonces no nos dejan votar. El discurso está siendo en términos democráticos: ¿se puede o no se puede votar? No se puede votar. Y esto es así: cuanto más ha dicho España que no se puede votar, hasta los que votarían por No quieren votar por Sí. La independencia se transformó en una cosa natural, que no es de tirar piedras ni matar gente. Todos los países se han independizado y tienen una calle que es la avenida de la Independencia y es una cosa que está bien, que es decidir tú hacia dónde vas, que no decidan los otros, pero para los españoles es muy difícil de aceptar que Cataluña no es una parte de España. Uruguay algo dijo, vinieron amigos míos a hablar con el presidente Mujica, pero a él le costaba hacer una manifestación pública porque es un terreno un poco complicado.

-El unipersonal Non Solum -escrito junto a Jorge Picó- se presenta como una reflexión sobre la identidad y la alteridad. ¿Tiene que ver con tu identidad catalana?

-Sí, tiene que ver. En el fondo es curioso, porque Jorge Picó, que es valenciano -desde mi punto de vista está dentro de los países catalanes- no tiene conciencia nacional, no es independentista, no lo entiende, es de cultura castellana. De alguna manera, tenemos un teatro que no es explícito, que es donde nos encontramos los dos. Nos salen las cosas un poco más metafóricas, nos gusta más hablar de un ciervo, un tío con unos cuernos que va saltando como una cosa rara y preguntarse qué es, que es también el tema de la identidad, del otro, del diferente, del espejo, sin decir: éste es el espejo mío; o sea, sin subrayar. Y Non Solum tiene esto que no está nada subrayado pero como es cómico, te vas riendo y hay muchos espacios que el público tiene que completar. Habla de la identidad en el sentido de que yo hago muchos personajes y son todos iguales. Yo no quería hacer una en la que me presentara una vez como José y otra como Antonio, etcétera, y se me ocurrió la idea de presentarme como José y luego aparece otro personaje que dice: “Hola, yo también soy José, y nos parecemos… ¡somos iguales!” Empiezan a llegar tipos y todos son iguales y entonces todos tienen mi cara, mi acento, mi barriga, y entonces sin hablar, sin decirlo, estás hablando de que uno es multitud, de que todos, en el fondo, están juntos. Y cuando han descubierto que son todos iguales, lógicamente hay uno que dice: “No, yo soy diferente, aunque no lo parezca; yo soy negro”. Y esta idea de ser igual pero diferente, esta especie de contradicción, para mí tiene algo de existencialista, también de político, de la idea de que el sentido de estar todos juntos no es que seamos todos argentinos, sino que unos son argentinos, otros son uruguayos, otros son catalanes. La gracia de estar en el mismo barco es que seamos diferentes, y esta diferencia, en el fondo, pone en valor lo que nos une. Pero esto la obra no lo cuenta, es pura risa y somos todos iguales, pero hay algo por detrás que queda por ahí, y es la intervención del público. Yo creo que la obra funciona por eso, porque siempre nos han dicho que las obras, películas o mensajes tienen que tener un título corto que se entienda rápido, que sea fácil, y eso es mentira. Yo pienso que el público, cuando tiene un espacio donde puede entender algo que no está explicado y que puede ir siguiendo y completando los vacíos que se dejan, tiene mucha más capacidad que la que a veces se le otorga.

-¿Cómo se dio esa vuelta al teatro luego de haber compuesto personajes tan fuertes en el cine?

-En realidad yo empecé haciendo teatro amateur en mi pueblo cuando era jovencito, después me dije: voy a probar a hacer teatro profesional y a ver si puedo vivir de esto, un año o dos. Me fui a estudiar a París y cuando estaba allí hice un casting para una película. Y por esas casualidades me encontré con un tipo que era director de cine, que estrenaba su primera película y buscaba un actor de 23 años (yo tenía 25), con acento español, para hacer un personaje, en una película que era su primer largometraje. Hicimos la peli, que se estrenó en París en una sola sala y al año siguiente hizo otra película y me escribió un personaje más pequeño para mí. Al año siguiente hizo otra y así… La quinta peli de este tipo fue mi quinta película y me hizo un personaje de un ruso, la película se llama Western y fue al festival de Cannes en competición oficial con las grandes películas del mundo y le dieron el premio del público. Entonces, de pronto, aparecía en los periódicos mi nombre, y ahí tomé conciencia de que estaba haciendo cine, ya que hasta entonces no me había dado cuenta. Me había encontrado con un tipo con quien nos entendíamos bien y que hacía un tipo de cine que a mí me gustaba mucho, pero no tenía conciencia de hacer cine. Entonces eso llevó a lo otro; fue como un accidente, pero maravilloso.

-¿Cómo fue componer el personaje del capitán Vidal en El laberinto del fauno?

-Yo tengo tendencia a hacer lo mínimo posible. Trabajo lo menos posible y a mí esto de que el trabajo dignifica, pues sí, pero en fin. Yo con ese personaje no hice mucho, quiero decir: estaba escrito, me hicieron adelgazar 15 kilos, te ponen una americana con botones que con que engordes 50 gramos se nota, todo afeitadito, te ponen una gorra, te ponen detrás 40 tíos vestidos de guardia civil que cuando los miras se aterran; hicimos un poco de instrucción militar. Son todas cosas que parece que no, pero al final esto del cine es muy raro. Todos saben que es mentira, pero nosotros debemos tener la capacidad de creérnoslo; que hay que estar un poco loco, sabes, y decir: sí. Soy un franquista, me llamo Vidal, y tienes que creértelo, y todo lo que te ayude a creértelo te sirve. Está muy bien escrito; en la primera frase que dice, está ahí, el personaje mira el reloj -que tú ya has leído que es el reloj de su padre, etcétera- lo mira, se lo guarda, y dice: “Cinco minutos tarde”. Entonces tú lo puedes decir más fuerte o más flojo, pero ya has leído el guion y te parece conocerlo; te cuenta cómo habla, te parece imaginar cómo sería el personaje. Esto es lo divertido de actuar, pero en fin, de trabajar no sé. Trabajar es otra cosa; mi padre sí trabajaba.