El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, fue reelecto como primer ministro de Israel. Los comicios celebrados ayer tuvieron una participación cercana a 70% del padrón, la más alta desde las elecciones de 1999. Si bien hasta la noche del martes todavía era difícil discernir quién iba a ser el ganador de la contienda, esta mañana se supo que Netanyahu supero al laborista Isaac Herzog.

El gobernante Likud obtuvo 30 bancas mientras que la opositora Unión Sionista -una coalición formada por el Partido Laborista junto al partido Hatnuá, liderado por la ex canciller Tzipi Livni- consiguió 24 escaños. La cifra del oficialismo es muy lejana de las 61 que se necesitan para formar gobierno en la Knesset, el parlamento israelí, órgano unicameral de 120 integrantes. Ayer, mientras la incertidumbre dominaba la escena, ambos candidatos habían comenzado a realizar los contactos para poder formar gobierno, tarea en la que la tiene más fácil Netanyahu, quien puede recurrir tanto a los partidos de centro como a los religiosos y a los de derecha, con los que ya ha hecho alianzas desde que comenzó su mandato, en 2006.

Ayer, pese al clima de paridad reinante, Netanyahu no dudó en declararse ganador de las elecciones, y en el discurso que dio en su sede electoral afirmó que “cada familia, soldado, ciudadano, judío o no, es importante. Formaremos un gobierno fuerte para trabajar para ellos”. Herzog también habló ante sus partidarios, en la sede de su sector en Tel Aviv. “Nosotros no sabemos cuál será el resultado final, y habrá que esperar, pero tengo la intención de hacer todo lo posible para formar una coalición socioeconómica real para Israel”, dijo, a la vez que pidió a los jefes de los partidos más pequeños “unirse bajo mi bandera a un gobierno de reconciliación nacional”.

La inédita paridad entre las fuerzas mayoritarias (que sumadas no llegan a obtener las 61 bancas necesarias para formar gobierno) dejó en un segundo plano la significativa votación que alcanzó la Lista Árabe Unida, una alianza de los sectores de la minoría árabe israelí (alrededor de 20% de la población), que obtuvo 14 escaños y será la tercera fuerza en la Knesset.

La atención estuvo centrada en la puja por el gobierno, en la que estaban en juego dos posiciones bastante disímiles. La imposición de Netanyahu, que durante su campaña se jugó decididamente a buscar el voto nacionalista y puso el foco en la seguridad nacional, asegura una continuidad tanto en la política interna como en la externa. “Sólo un partido fuerte dirigido por mí puede defender los intereses vitales de Israel, frente a un gobierno de izquierda dispuesto a aceptar cualquier imposición”, afirmó el primer ministro en uno de sus últimos discursos de campaña, dejando más que clara su postura beligerante, que contrasta con la de Herzog.

El candidato laborista, que en el marco del conflicto con los palestinos es partidario de la solución de dos estados, centró su campaña en temas sociales, como el de la vivienda y el del elevado costo de vida, dos preocupaciones importantes para la mayoría de los ciudadanos israelíes. Reuven Rivlin, presidente israelí, que al igual que sucede en muchas democracias parlamentarias tiene un rol prácticamente protocolar, luego de las elecciones declaró que propondría la conformación de un gobierno de unidad entre el Likud y la Unión Sionista, pero esta alternativa fue descartada de plano por Netanyahu, que había afirmado que bajo ningún concepto haría una alianza con los laboristas.