Bajista, compositor, percusionista, integrante fundamental del célebre grupo Congreso y precursor en su país del jazz fusión, Ernesto Holman (Chile, 1950) arribó por primera vez a Uruguay para presentar un taller en el Museo de Arte Precolombino e Indígena y ofrecer un espectáculo, hoy a las 21.00, en la sala Zitarrosa.

En 1987, luego de vivir en Nueva York y conocer a su referente Jaco Pastorius, Holman regresó a Chile, donde grabó su primer trabajo solista. Luego se adentró en la cosmovisión del imaginario mapuche y desde entonces editó variados álbumes inspirados en la sonoridad de este pueblo originario, entre otros Ñamco, Al vuelo del ñamco y Mari Tripantu. En todos sus trabajos el chileno cruza la música electrónica con instrumentos de la tradición mapuche, como el trompe, el kultrún y la trutruka, siempre interpretados por músicos originarios de esa comunidad.

Le preocupa la homogeneización cultural, y por eso subraya la necesidad de defender la permanencia de polos de resistencia. Con respecto a esto, se refiere a la torre -bíblica- de Babel, a la que concibe como una metáfora de lo que sucede en la actualidad, ya que toda la humanidad comparte -a grandes rasgos- las mismas costumbres y una misma lengua (el inglés y la tecnología).

¿Cuál es el rol que cumple la música como espacio de resistencia cultural? El bajista responde que se están olvidando las lenguas matrices y originarias, cuando cada lugar de la Tierra contaba con su propia lengua. Como ejemplo explica que la cultura mapuche no tiene música, por eso algunos la consideran atrasada en comparación con el mundo incaico o altiplánico. Lo que sí tiene son instrumentos, pero no musicales, ya que éste es un concepto estético que el mapuche no considera: para ellos sólo portan un concepto ritual. De este modo, el compositor defiende el rol de la música como sincronizadora: alinea a los escuchas en la búsqueda de los sonidos propios de su tierra. “Yo no toco música mapuche, sino que utilizo ritmos de la tierra que el mapuche interpreta”, explica.

Defendiendo identidades

Desde niño Holman se sintió atraído por la música e integró un grupo de rock durante su adolescencia. En esto Uruguay juega “un papel muy importante”: el grupo sanducero Los Iracundos influyó en varios de sus trabajos de entonces. “El primer tema que escuché de ellos fue ‘Calla’, en 1964. Después, en la etapa universitaria, accedí al trabajo de [Alfredo] Zitarrosa y [Daniel] Viglietti, aunque siempre me incliné por la música instrumental”.

Define su militancia en el grupo de fusión latinoamericana Congreso -entre 1980 y 1984- como “una escuela”, a partir de la búsqueda constante de la música popular latinoamericana. En esa época estudiaba bajo, sin alternancias, a lo largo de ocho horas diarias. “Cuando decidí dedicarme al bajo como instrumento principal fue necesario que me preparara”, dijo. Antes de ingresar a la carrera de Composición, estudió ingeniería mecánica. De este tránsito rescata la matemática como estructura de pensamiento, que luego colaboró en las secuencias, razonamientos lógicos y disciplina. Por ejemplo, asegura que fue de fundamental ayuda al momento de estudiar composición en profundidad.

Una circunstancia que lo motivó a viajar a Nueva York fue la dictadura militar. Luego de cuatro años en Congreso, sintió la necesidad de crecer y de conocer otras experiencias de aprendizaje. En ese entonces trabajaba en el concepto del jazz, y decidió partir al país del norte para experimentar esos sonidos. Además, “quería conocer a mi ídolo Jaco Pastorius”.

A partir de la lectura de un semanario sobre actividades culturales (Village Voice), el compositor dio con un recital del gran bajista estadounidense. La cita era en un club de jazz donde Pastorius se presentaría con su Word of Mouth Big Band. “Cuando llegué, no sabía dónde sentarme. De repente escucho una voz que dice: ‘Jaco, tienes teléfono’. Ahí viene lo que llamo la decepción de los dioses, que a fin de cuentas son de carne y hueso: Jaco era incluso más bajo que yo y un poco patachueca. En ese mismo momento me dirigí hacia él, que me recibió de una manera muy amistosa. Nervioso, le dije: ‘Vengo desde Chile y quiero conocerlo’. Desde ese mismo instante me apodó chile man”, cuenta riendo, al tiempo que recuerda a varios personajes de esa época.

En la actualidad, a Holman le interesan los pueblos originarios latinoamericanos. “El año pasado me invitaron a tocar en el Mercado de Industrias Culturales Argentinas, en Mar del Plata, evento para el cual todos los países enviaban obras y artistas. Pude comprobar que Sudamérica era una suerte de cuerpo humano, en el que cada país es un órgano y cumple una función determinada. Cuando un órgano no funciona bien o se debilita, el cuerpo se enferma. Por eso Latinoamérica debe ser fuerte en sí misma, con una identidad propia. Es una lucha que Chile no acepta: se encuentra sumido en la globalización y el sueño norteamericano”.