El culto a Star Trek o Viaje a las estrellas es para los uruguayos algo tan importado y tardío como Halloween o el día de San Valentín. La serie de televisión original (1965-1969) jamás fue emitida por los canales locales y en tiempos previos a la internet el primer contacto real de los orientales con la astronave Enterprise fue con el estreno de Viaje a las estrellas: la película (Robert Wise, 1979), que gozó de un cierto efecto residual del éxito aún cercano de La guerra de las galaxias, y que para la mayoría de los montevideanos afectos a la ciencia ficción fue el primer contacto con un extraterrestre de orejas puntiagudas y corte de pelo taza cuya imagen apenas se conocía gracias a algunos juguetes importados y fotografías coladas en revistas extranjeras. Si se quiere, la imagen de ese alienígena llamado Mr Spock era más bien tímida en su excentricidad en comparación con los ya conocidos Cylons de la serie Galáctica o con los extraordinarios seres de La guerra de las galaxias, pero tenía algo distintivo y atractivo en su porosa incapacidad para demostrar emociones y sobre todo en la interpretación del actor que le daba vida, un personaje con algo extraterreno en su fisionomía llamado Leonard Nimoy.

Leonard Nimoy era el hijo de una pareja de judíos ortodoxos ucranianos completamente ajenos al arte, pero que decidieron instalarse en la creativa isla de Manhattan, donde el pequeño Leonard se interesó desde chico en la actuación y en el arte en general. Nimoy se reveló como un precoz intelectual con una avidez de conocimiento que lo llevó no sólo a formarse como actor, sino también como fotógrafo, como estudiante de Letras, Artes Plásticas e Historia, lo que le mereció doctorados honorarios de las universidades de Boston y Antioch (Ohio), incluso tuvo tiempo para servir más de un año en el ejército estadounidense. Pero este artista de enorme amplitud de intereses sólo parecía conseguir roles menores de villano (posiblemente por sus marcados rasgos eslavos, sinónimo de maldad en la xenófoba Hollywood), y mientras luchaba por adaptar la obra de Jean Genet en Broadway, las cuentas las pagaba con papeles olvidables en series de televisión de baja calidad, anclado en roles más bien siniestros. Tal vez fue eso lo que hizo que el rol que le ofrecieron en una nueva serie de ciencia ficción le resultara tan atractivo (rechazó al mismo tiempo otro papel en la exitosa telenovela Peyton Place), ya que no era el rol de alguien maligno, sino justamente el de un ser que trata de entender qué es el bien y el mal para los humanos: el mitad vulcano, mitad humano Mr Spock.

Impasible y bien peinado

Suele considerarse a Viaje a las estrellas como una serie de culto -de hecho, como la primera de todas- pero definirla como tal es complicado, ya que se suele considerar como “de culto” los productos que sólo son apreciados por una minoría fácilmente distinguible en relación con su entusiasmo no compartido con el resto del mundo. Pero Viaje a las estrellas fue desde el principio una serie bastante exitosa que llegó a permanecer en el aire cinco temporadas. El asunto es que esas cinco temporadas se les hicieron escasas a sus fans, que se distinguieron por lo minucioso de su entusiasmo y por ser los primeros en copiar vestimentas, personalidades y manierismos de los personajes de la serie; habían nacido los trekkies.

¿Qué distinguía a Viaje a las estrellas de otras series de su tiempo que no produjeron similar fanatismo como Perdidos en el espacio, Patrulla espacial, El túnel del tiempo o Viaje al fondo del mar? Muchos elementos, algunos relacionados con una producción que para nuestros parámetros actuales puede parecer primitiva (pero que en su momento eran asombrosos), pero sobre todo con la personalidad de sus dos coprotagonistas, dueños de una química dialéctica pocas veces vista en televisión. Por un lado estaba el Capitán James T Kirk (William Shatner), un hombre de acción, fanfarrón e impulsivo, ejemplo mismo de las virtudes y defectos de un ser temperamental, moralista y emotivo. Por el otro estaba Spock, híbrido de una raza de humanoides (los vulcanos) desprovistos de emociones animalescas, pero con la suficiente sangre humana en su cuerpo como para entenderlas (ocasionalmente). Entre el sanguíneo Kirk y el flemático Spock no sólo se establecía una dinámica de opuestos, sino que ésta les servía para opinar en diálogo acerca de distintas características de la especie humana, otorgándole a la serie un tono filosófico-espacial que siempre la distinguió de cualquier otra serie de acción galáctica, y que posiblemente sea el núcleo duro de su persistente popularidad, ya que a muchos televidentes Viaje a las estrellas no sólo los entretuvo, sino que también los hizo reflexionar. Pero en 1969 una decisión increíblemente estúpida de la NBC -cadena que emitía la serie- la relegó a un horario tardío en el que la mayoría de sus jóvenes seguidores no llegaban a verla, lo que hizo que su creador y principal guionista, Gene Roddenberry, la abandonara y, tras una notoria caída cualitativa (comenzó a parecerse a cualquier serie con un monstruo semanal, abandonando su costado reflexivo), la serie desapareció no con una explosión sino con un gemido. O eso parecía.

Vida después de la muerte

Leonard Nimoy volvió a recalar en diversos roles televisivos sin encontrar ninguno definitivo, posiblemente porque era imposible olvidar al vulcano impasible al verle el rostro. Por aquel entonces, los nostálgicos fans de Viaje a las estrellas ya estaban dando señales de su carácter más bien obsesivo, y el refinado Nimoy comenzó a sentir un cierto estrés relacionado con la permanente solicitud de que hiciera el saludo de los vulcanos o repitiera alguna frase memorable de algún capítulo. La presión se hizo tal que el actor terminó publicando, en 1975, una suerte de autobiografía llamada I Am Not Spock (no soy Spock), en la que discutía las diferencias entre su auténtica personalidad y la del personaje, y cómo ambas facetas se habían entremezclado no sólo para el público sino para sí mismo. El libro fue interpretado por los seguidores de la serie como un rechazo hacia el personaje y una declaración de desinterés por volver a interpretarlo, lo cual ha alimentado el mito de que Nimoy detestaba Viaje a las estrellas y su rol en el programa, algo que el actor ha desmentido muchas veces.

En realidad, mientras los desilusionados fans lo consideraban una suerte de traidor a la causa, Nimoy se encontraba en tratativas -junto a Gene Roddenberry y William Shatner- para resucitar la serie, ya que su popularidad parecía haber crecido en su ausencia, y se había reproducido gracias a las constantes emisiones de los viejos capítulos; además, el interés en la ciencia ficción había renacido de la mano de George Lucas y su Star Wars. El resultado no fue una serie sino una megaproducción cinematográfica, la ya mencionada Viaje a las estrellas: la película, lo que significaba todo un cambio de categoría soñado para Nimoy, Roddenberry y Shatner, ya que en 1979 el cine aún tenía un prestigio artístico muy superior al de la televisión. La película es hasta el día de hoy motivo de polémica ya que, si bien todo el mundo quedó deslumbrado con los efectos visuales de Douglas Trumball y la magnificencia visual del film, también son pocos los que no han bostezado ante su ritmo denso, estático y excesivamente retórico. De cualquier forma, los números habían sido buenos y Paramount Pictures encargó una secuela -más barata y sin el filosófico Roddenberry al volante-. El resultado fue Viaje a las estrellas II: la ira de Khan (Nicholas Meyer, 1982), que a pesar de haber sido concebida como un producto deliberadamente más berreta, terminó siendo la que se considera la mejor película de Star Trek de todos los tiempos.

Uno de los motivos de esta apreciación es su dramático final, en el que Mr Spock muere a causa de un envenenamiento radiactivo. Un final desolador que les rompió el corazón a miles de trekkies, pero que era simplemente el resultado del agotamiento de Nimoy con su personaje. El actor se había negado en un principio a participar en esta secuela, y sólo aceptó cuando se le prometió que el personaje moriría en una escena épica y definitiva. Pero el tiro le salió por la culata y el éxito de la película le devolvió a la serie el interés que la primera superproducción había fallado en conjurar, lo que hizo que también Nimoy volviera a interesarse en la Enterprise y su tripulación y aceptara dirigir una nueva entrega de la franquicia. Sin embargo, un Viaje a las estrellas sin Spock no era muy atractivo, y el tercer film (Viaje a las estrellas III: en busca de Spock, Leonard Nimoy, 1984) terminó siendo la saga de la resurrección del inexpresivo vulcano, interpretado lógicamente por Nimoy. El actor dirigiría también en 1986 la cuarta película de la franquicia y en 1988 le cedería la silla de director a su compinche William Shatner para hacer Viaje a las estrellas V: la frontera final, una película tan mala que casi mata a la serie, que sin embargo tuvo una última entrega con el elenco original, Star Trek VI (Nicholas Meyer, 1991).

Pero la edad ya se les notaba mucho a Nimoy y a los suyos, y desde 1987 se emitía una nueva serie sobre el universo creado por Roddenberry -Star Trek: The Next Generation- con una nueva generación de actores y personajes, por lo que Nimoy decidió abandonar, ahora sí en forma definitiva (o casi) a su personaje. Como despedida editó en 1995 una nueva autobiografía, esta vez llamada I Am Spock (yo soy Spock), en la cual intentaba solucionar los malentendidos de su libro anterior y explicar lo importante que había sido el personaje en su vida. Curiosamente, el libro estaba orientado más que nada a sus trabajos fuera de Viaje a las estrellas.

Hacia el espacio

En sus últimos años y convertido ya en un ícono de la ciencia ficción, Leonard Nimoy se dedicó a hacer pequeños roles testimoniales en series y películas del género, como Fringe, y a producir obras de teatro “serias” a su gusto, con textos de Shakespeare y nombres similares. En 2009 volvió a interpretar a Spock para un último y pequeño rol en el relanzamiento de la franquicia dirigido por el nuevo Rey Midas de la ciencia ficción, JJ Abrams. Un papel que puede considerarse una despedida anticipada: Nimoy sufría de EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica) a causa de su tabaquismo y sus expectativas de vida a su edad eran muy limitadas. El sábado pasado finalmente dejó de respirar y la noticia de su muerte se convirtió en una suerte de fenómeno viral en las redes, un medio tecnológico que ni Viaje a las estrellas había podido imaginar en su momento. Fue despedido sentidamente por el presidente estadounidense Barack Obama, por varios astronautas en órbita y por su gran amigo -y supuesto rival- William Shatner, quien dijo haberlo considerado como “un hermano”. Su último gesto fue un solitario tuit enviado horas antes de su muerte en el que simplemente decía: “Una vida es como un jardín. Se puede tener momentos perfectos, pero no preservarlos, excepto en la memoria. LLAP (vivan largo y prosperen)”.