El 28 de julio de 1914 el Imperio austrohúngaro declaró la guerra al reino de Serbia. Comenzaba así la Primera Guerra Mundial. Unos días antes (el 6 de ese mes) había muerto, asesinada, Delmira Agustini en la habitación donde vivía su ex esposo, amante y matador, el suicida Enrique Job Reyes. Como documentan Barrán y Nahum (y cita Pablo Armand Ugón), el espacio que dedicó la prensa al homicidio superó al dedicado al comienzo de la guerra. El crimen de Delmira Agustini se desarrolla, de algún modo, en torno a ese dato. En torno, entonces, a uno de los sucesos que más conmonvieron a la sociedad uruguaya del 900. Pero más allá de su importancia para comprender un momento histórico y una obra poética determinados, es necesario también leer este libro como trabajo de investigación que recopila documentos de 100 años atrás y los interpreta desde un país que ciertamente no es el mismo que aquel Uruguay de 1914, pero donde sobrevive el interés por la vida de Delmira Agustini y su trágico final. La existencia, a menos de un año de su primera edición, de una segunda tirada confirma, de alguna forma, este hecho. Es que los ecos de las respuestas que desencadenaron la muerte de una de las más grandes poetas de Uruguay, aún hoy resuenan. De pronto todo se puso, momentáneamente al menos, en juego a una vez: una idea del arte, del lugar de la mujer en la sociedad, del progreso (que significó en parte, para el batllismo, la promulgación de avanzadas leyes que privilegiaron en muchos casos a la mujer, dándole una independencia hasta entonces impensada). Todo confluyó en este caso: la crítica moral (y moralista), el panegírico lírico, los entretelones de la vida social montevideana, los problemas de género, de clase, de pertenencia, de religión.

La investigación que dio origen a El crimen de Delmira Agustini, supervisada, coordinada y pertinentemente prologada por el doctor Pablo Rocca, surgió dentro de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (más específicamente, la cátedra de Literatura Uruguaya y la Sección de Archivo y Documentación del Instituto de Letras), a la que pertenecen, como estudiantes de grado, sus realizadores Pablo Armand Ugón, Fiorella Banchero, Felipe Correa y Erika Geymonat. El trabajo consistió, en principio, en la recopilación y transcripción de todas las repercusiones en prensa que siguieron al 6 de julio en los principales (y no tan principales) diarios de la capital y de Florida (de donde era originario Enrique Job Reyes), y de las actas judiciales y, posteriormente, en la elaboración de trabajos en base, fundamentalmente, a los textos recabados.

El libro está entonces dividido en tres partes. Las dos primeras son de tipo documental y recogen las transcripciones de las notas periodísticas (con las abundantísimas y terribles fotografías que acompañaron los textos) y los documentos judiciales (desde la solicitud de divorcio hasta una carta de Roberto Ibáñez solicitando estudiar y reproducir el expediente del caso Agustini-Reyes). La tercera sección se divide en tres trabajos de investigación. El primero, escrito en conjunto por Fiorella Banchero y Erika Geymonat, se centra en la vida social de “la Nena” (apodo familiar de Agustini) en sus últimos días. Recorre, a lo largo de un necesariamente muy acotado corpus (mayormente correspondencia recibida por la poeta), las posibles últimas reuniones a las que asistió, la gente con la que estuvo, las relaciones que entabló (con centro en sus amistades masculinas), en un intento de comprender el devenir de una mujer atípica y recientemente divorciada en una sociedad fuertemente patriarcal. El tercer trabajo complementa, de alguna forma, la primera parte del libro, con un enfoque sobre la cobertura del hecho, los estilos periodísticos, el lugar de la verdad, la importancia de la primicia y la ética en un momento en que el diario se ha vuelto, gracias en parte a la iniciativa de bajos costos de El Día, un medio masivo. El capítulo de Felipe Correa que cierra el volumen invita a volver al principio, a releer, ahora desde un punto de vista nuevo, despojados del prejuicio que acarreamos en base a nuestro conocimiento y a nuestra forma de entender la prensa actualmente, los documentos iniciales, a menudo inéditos o jamás compilados en libro hasta el momento.

El segundo trabajo delinea, por primera vez de esta forma, una parte de la vida de Enrique Job Reyes. En esta breve biografía, Pablo Armand Ugón descubre para el lector a un personaje complejo que la historia ha borrado o borroneado. Mártir para algunos, que lo vieron víctima de una mujer de costumbres demasiado libertinas y de una ley (la de divorcio) con la que muchos no estaban de acuerdo, y para otros monstruo, símbolo de una mentalidad arcaica. El incisivo y detallado trabajo de Armand Ugón se vuelve, de alguna forma, el centro mismo del libro: el punto donde confluyen los puntos de esta obra. La vida de Reyes se cifra como lugar de lo sin nombre. El asesino cobra vida en dependencia de su víctima, pero el crimen de Delmira no encuentra explicación. El “maléfico encanto” (la cita es del poema “El cisne” de Los cálices vacíos) aún fascina.