Apretado y sufriendo, pero ganó Salto, el grande, esta serie final de la Copa Nacional de Selecciones. Derrotó 1-0 a Zona Oeste de Maldonado, y todo se decidirá en Pan de Azúcar el sábado. Fue una linda final. En la balanza estuvieron los sueños y las posibilidades, y ningún plato se movió demasiado.

Lo que cientos de miles no van a entender otros cientos de miles lo tenemos casi en nuestra memoria arcaica, aquella que data de cuando cabeceábamos en la placenta de la vieja o de cuando la primera pelota de plástico, goma o lo que sea rodó delante de nuestras recién tonificadas piernitas: nosotros fuimos ellos, el 10 de Salto, el 9 de Pan de Azúcar, el 5 de Florida, el 7 de Soriano. Es por eso que anoche el estadio Ernesto Dickinson estaba lleno hasta los cataplines, tanto los bancos de hormigón reservados para los locales como el resto, poblado por quienes atravesaron el país de este a oeste metiendo nueve o diez horas en conservados autos: los poco pero mío, los vecinos de la comarca, los de Pan de Azúcar, los de Pueblo Obrero, los de Piriápolis, quienes llegaron soñando, tan ilusionados como sus jugadores, para venir a jugar la final con los profesionales de Salto. Es que por segunda temporada consecutiva, los albirrojos han hecho de su selección un equipo a imagen y semejanza de los del profesionalismo, con preparación y alimentación adecuada, y los mimos que se les pueda hacer desde el gobierno de cara a las elecciones.

No sabés lo que fue esto. Con sus pilchas brillantes, sus peinados con gel, sus barbas ligeramente recortadas y sus piernas lustrosas, los salteños anunciaban -como si uno no lo supiese- que eran los candidatos. Pero lo que uno no imaginaba era que ese equipo que juega sobre patines, que abre las bandas y cuyos laterales suben como aviones, iba a tener en su crack a su supercrack, “el imponente”, como lo bautizó Campiglia, el relator de Arapey. Fue la diferencia del partido, pero no sólo por su presencia y por su juego, sino por la maravilla de su excelso y prematuro gol.

Sólo iban 7 minutos. Estaban ensayando lo que serían: Salto arrebatando el juego, Zona Oeste tocando para adelante y sin colgarse del travesaño, cuando en una pelota bartoleada del fondo salteño es controlada, en un nanosegundo, por Jonathan, apenas 15 o 18 metros en campo contrario. Controla, da media vuelta y saca un derechazo infernal que se pudre en el fondo del arco del pobre José Hernández, que garabateó como pudo la más fea.

Sin embargo, los pandeazuqueños, los piriapolenses -¡que nunca fernandinos!- se fueron acomodando a la incomodidad, artificial, reafirmada por lo natural del 0-1 y dieron respuesta. Fue en la segunda parte cuando los querendones y soñadores maldonadenses sitiaron el campo de las camisetas brillantes, los geles ya derretidos, los jopos desprolijos. Fue un gran segundo tiempo de heroísmo y pata fuerte que escandalizó a los relatores locales y, por ende, al público. Zona Oeste, como si estuvieran bolseando el pórtland para el ranchito propio, con el sudor de la frente, quiso pero no pudo empatar. La última será en su cancha.