Fue el más joven y, sin lugar a dudas, el más talentoso y más conocido -dentro y fuera de fronteras- de la generación de escritores uruguayos que el crítico y también escritor Ángel Rama caracterizó como “la generación de la crisis”. Rama se propuso introducir a este grupo generacional, principalmente en su condición de narradores, mediante un libro que la editorial Arca, entonces propiedad del mismo Rama, publicó en 1965: Aquí Montevideo: gentes y lugares. En el prólogo a ese libro, dice Rama: “Sus autores nacieron entre el año 1926 y 1940. Pertenecen a esa generación de la crisis que se abrió paso en nuestra cultura desde hace aproximadamente unos diez años, y aunque algunos casi no se conocen entre sí, no hay duda de que pertenecen a la misma parición. Los ata esa crisis que ha resquebrajado el suelo seguro del hombre uruguayo, revelando las fisuras del monumento plácido que creían habitar, y ha empujado a sus escritores a una sana, higiénica, dura tarea de desmitificación […]. Los une una posición ante la literatura -como decir ante la vida- que desdeña todo engolamiento, todo afán cultista, y que los sitúa en el horizonte de lo cotidiano; a partir de los muchas veces elementos deleznables, tratan de crear, con mayor o menor afinación estética, en una actitud inmanente que no es siempre de renuncia a toda trascendencia espiritual o metafísica”.

Más tarde, en la breve introducción bio-bibliográfica al cuento de Galeano (“Flores para el campeón”), Rama anota que el autor “es de los más jóvenes y también de los más brillantes miembros de su generación. Ya a los 14 años estaba dibujando y haciendo artículos sobre artes plásticas en El Sol, semanario del que sería secretario de redacción en 1959. Pasa luego a Marcha, como dibujante y notero, desempeña la secretaría entre 1961 y 1964, fecha en que es designado para la dirección del diario Época, que ocupó hasta este año [1965]. Periodista político destacado, tanto en las publicaciones mencionadas como extranjeras, autor de conocidas series de artículos, como la que motivó su viaje a China y recogió en su libro China 1964 [Jorge Álvarez], su vocación más persistente es la literatura. En 1960 aparecen en Marcha sus primeros cuentos, y en 1963 Alfa ofrece su novela Los días siguientes, una cautelosa, gris, atemperadamente lírica recorrida por el mundo de la afectividad adolescente”.

Fue precisamente durante el período en que Galeano ejerció la secretaría de redacción de Marcha que nuestra relación a la vez amistosa y profesional adquirió mayor intensidad, fundamentalmente debido a mi vinculación con el semanario, del cual yo era un colaborador frecuente tanto en la sección de política internacional (preferentemente latinoamericana) como en la sección literaria y en la crítica de espectáculos. Rama no se equivocó en 1965 cuando afirmó que la vocación más persistente de Galeano era la literatura, pero esa vocación fue intermitente. El propio Galeano llegó a negarla o por lo menos a renunciar a ella, aun cuando en 1967 publicó su volumen de cuentos Los fantasmas del día del León y otros relatos, e incluso, años más tarde, obras como Días y noches de amor y de guerra, La canción de nosotros y El libro de los abrazos (1989), entre otras, que ponían en evidencia su inequívoco talento e irrenunciable amor por la literatura como tal.

Mi opinión personal es que su vocación periodística era mucho más fuerte y más perseverante, porque Galeano era, esencialmente, un comunicador, y la escritura constituyó para él un medio inmediato de entrar en contacto con la gente, de transmitirle a su público lector sus ideas y su pensamiento de manera mucho más directa y lúcida que a través de la ficción literaria, y esto le condujo, a la postre, a la transformación del género periodístico, de una manera original e inconfundible, en algo que sólo puede calificarse como un género híbrido, a la vez literario e informático, en un estilo que hoy solemos llamar posmoderno, ya que en él la escritura transgrede sin esfuerzos visibles la compartimentación genérica y se convierte en una articulada mezcla en que la información (casi podemos llamarla “erudición”) histórica se nos revela como un relato a la vez imaginativo y veraz, dotado también de una condición que bien podemos llamar “oralidad” y que determina que la voz de su autor llegue a nuestros oídos (a través de la vista) de manera inapelable.

En esto consiste, a mi modo de ver, la contribución original que Galeano aportó a la literatura, no sólo a la uruguaya sino a la literatura como tal, y es la razón de que su nombre trascendiera de la manera en que lo hizo, logrando que sus libros se leyeran en más de 40 lenguas dispersas en el mundo, y que la claridad de su discurso y de su pensamiento conceptual, político y a la vez filosófico, encontrara audiencias receptoras entre las más variadas franjas etarias (adolescentes, jóvenes y mayores) y las más diversas culturas. Libros como Las venas abiertas de América Latina y la trilogía inspiradamente titulada Memoria del fuego, soberbia recuperación de los mitos indígenas y del pasado colonial de América Latina, eran y siguen siendo leídos en universidades de Estados Unidos, Europa y otras partes del mundo, y los más recientes, como Patas arriba. La escuela del mundo al revés y Bocas del tiempo, continúan siendo traducidos y persistirán todavía muchos años, atravesarán varias generaciones, y recordarán el nombre de este escritor que dio a conocer su obra desde un pequeño país del Cono Sur de América.

Por una de esas incomprensibles artimañas del destino o lo que fuera, el mismo día -horas más, horas menos- en que murió Galeano falleció también, a los 88 años, el escritor alemán Günter Grass, autor, entre muchas otras novelas, de El tambor de hojalata, gracias a la cual le fue concedido el premio Nobel. Galeano viajó mucho por el mundo, pero vivió la mayoría de sus años en Uruguay, donde permaneció hasta el fin, y sólo su más bien intempestiva muerte le impidió llegar al fin de un camino que, según muchas autorizadas opiniones, lo habría llevado con toda probabilidad a ser reconocido como el único escritor uruguayo merecedor y ganador del premio Nobel. Para nosotros, es como si lo hubiera logrado.