Ayer murió Günter Grass, probablemente el escritor alemán más famoso a nivel mundial de la segunda mitad del siglo XX. Si bien se desempeñó también como artista gráfico y escultor, indudablemente será recordado ante todo por sus aportes a la literatura (que le valieron el Nobel en 1999), en especial la novela El tambor de hojalata (1959), adaptada al cine en 1979. La novela ha sido leída -y celebrada- como una muestra magistral de realismo mágico europeo y tiene su eje en la historia de un niño que, según él mismo nos cuenta, se negó a crecer entre otras cosas porque sabía que ya en su primera infancia había alcanzado el nivel intelectual de un adulto.

Grass nació el 16 de octubre de 1927 en la entonces Ciudad Libre de Danzig, creada en 1920 bajo los términos del Tratado de Versalles e invadida finalmente por la Alemania nazi. A los 16 años el futuro escritor se convirtió en auxiliar de la Fuerza Aérea alemana, y un año después fue aceptado por la décima división Panzer SS Frundsberg, sección de las fuerzas armadas alemanas formada en 1943 como reserva en caso de invasión aliada, y cuyo desempeño comenzó exitosamente en Ucrania, para ser después trasladada al frente occidental. Grass reveló recién en 2006 que había pertenecido a las SS, lo cual, como cabía esperar, le valió duras críticas y acusaciones de hipocresía. El final de la guerra, en cualquier caso, lo encontró capturado en Marienbad y enviado a un campo estadounidense de prisioneros de guerra. Cuando la ex Ciudad Libre de Danzig fue reclamada para Polonia bajo la égida de la Unión Soviética, Grass se refugió en Alemania Occidental.

Sus primeras publicaciones fueron el libro de poemas Die Vorzüge der Windhühner (1956) y las obras de teatro Die bösen Köche. Ein Drama, (1956), Hochwasser. Ein Stück in zwei Akten (1957) y Onkel, Onkel. Ein Spiel in vier Akten (1958). Tras la aparición de El tambor de hojalata fueron publicadas dos novelas usualmente integradas bajo el título de La trilogía de Danzig, que además del libro ya mencionado incluye Gatos y ratones (1961) y Años de perro (1963). Siguieron poemarios, más obras de teatro y novelas, entre las que cabe destacar Encuentro en Telgte (1979) y El rodaballo (1977), así como Mi siglo (1999) y A paso de cangrejo (2003).

Durante muchos años Grass se alineó con el Partido Socialdemócrata alemán y criticó en más de una ocasión a los radicales de izquierda, además de hablar siempre desde un claro antimilitarismo. Su opción por el desarme lo llevó a declarar que la reunificación de Alemania tendría consecuencias negativas (el ascenso de una nueva potencia militar) y que habría sido preferible mantener ambos estados separados. También denunció la represión en los países del bloque soviético, criticó el capitalismo occidental, el fundamentalismo religioso llevado al gobierno, defendió el gobierno de Fidel Castro en Cuba y se declaró a favor del movimiento sandinista, aunque mantuvo una postura crítica con respecto al accionar de ciertas revoluciones. Durante la Guerra del Golfo acusó a diversas compañías alemanas de vender armas a Saddam Hussein, y llegó a declarar que “una vez más los alemanes estamos diseñando y produciendo fábricas de gas venenoso […] ahí es donde se ve el peligro alemán. No es el nacionalismo, no es la aparición de los neonazis, es simplemente el desenfrenado afán de lucro”.

Sus observaciones sobre política y sociedad, independientes ante todo, le valieron no pocas críticas; en 2012, por ejemplo, tras criticar el apoyo alemán a Israel (particularmente mediante el envío de un submarino nuclear) y señalar que una autoridad neutral debía indagar la presencia de armas nucleares tanto en Irán como en Israel, fue declarado persona non grata por el gobierno de Jerusalén.

Como ya se ha dicho, la confesión tardía de Grass sobre su incorporación a las SS fue como mínimo polémica, hasta el punto de que fue señalado que la “autoridad moral” con la que Grass se había investido quedaba completamente invalidada por la revelación. Esta opinión es, claro está, extremadamente criticable, en base, por ejemplo, a la juventud de Grass a la hora de ser incorporado por la seductora máquina bélica y propagandística nazi o, especialmente, al enorme volumen de su trabajo posterior antibelicista y crítico del nazismo.

Además, incluso admitiendo la “llegada tarde” de esa confesión, sería otra simpleza creer que ésta socava siquiera mínimamente el tremendo valor de su obra. El tambor de hojalata, de hecho, ha sido considerada un punto de partida para la literatura alemana de la posguerra, un momento fundacional, digamos, que traza algunas líneas sin duda fundamentales a la hora de plantearse los problemas de la cultura alemana posterior al nazismo, en particular la puesta en narrativa de la sensación de mirar hacia el pasado reciente y preguntarse algo así como “¿y nosotros hicimos esto?”.

Más allá entonces de las críticas simplonas -y también de las más interesantes, como por ejemplo las observaciones de su colega y compatriota GW Sebald, otro gigante de la literatura alemana reciente-, es fácil ver en el trabajo de Günter Grass un gran ejemplo de independencia intelectual y valor a la hora de oponerse a las opiniones, digamos consagradas, por la corrección política; sus ya mencionadas declaraciones sobre la reunificación de Alemania, en plena fiesta por la caída del Muro, son especialmente elocuentes al respecto.