En 1933, es decir, cuatro años antes de la aparición de Ferdydurke -recientemente reeditada en su legendaria versión en castellano y, para muchos, la obra maestra de su autor-, Witold Gombrowicz había publicado un compilado de cuentos titulado en polaco Pamietnik z okresu dojrzewania, título que, dicen por ahí, puede traducirse literalmente como “Memorias del tiempo de la inmadurez” y que también vale, entonces, como “Memorias de la pubertad”.

24 años más tarde Gombrowicz volvió a este libro inaugural y le añadió cinco textos, entre ellos “Filifor forrado de niño” y “Filifor forrado de niño”, que integran Ferdydurke. El libro revisitado terminó por llamarse Bacacay, en alusión a una calle del barrio porteño de Flores en la que vivió Gombrowicz durante sus primeros años en Argentina, y ha sido publicado en castellano hace poco más de un mes por la editorial Cuenco de Plata, también responsable de la mencionada reedición de Ferdydurke.

La propuesta de Cuenco de Plata -que oportunamente no retoma “Filidor” y “Filifor”- incluye además un apéndice conformado por tres textos inéditos, que convierten al libro en la reunión de todos los cuentos de su autor.

Bacacay, dejando de lado por ahora los relatos del apéndice, está integrado por diez textos presentados en orden cronológico de escritura; el primero, “El bailarín del abogado Kraykowsky”, está fechado en 1926 y el último, “El banquete”, en 1946. Es interesante notar que ya el más antiguo de los textos incluidos reproduce el tono general que es dable descubrir en el libro: se nos ofrece una peripecia, una “trama”, pero la escritura parece más abocada a extrañarla que a ofrecerla con una lógica transparente o diurna, como si Gombrowicz se hubiese propuesto siempre un matiz de ilegibilidad (en el sentido en que, por ejemplo, París, de Levrero, es ilegible, o que Los cantos de Maldoror pueden ser pensados como ilegibles). Dicho de otro modo: ya el primero de los cuentos de Bacacay hace avanzar al lector a una velocidad incómoda, como la que surge del movimiento a través de un medio que ofrece un rozamiento inusitado. Y surge la pregunta, inevitable: ¿qué estoy leyendo?

Posiblemente este libro no se parezca a ninguno, si es que eso es posible; de todas formas, resulta sin duda más interesante buscar cercanías posibles. Por ejemplo, quizá el mencionado “El bailarín del abogado Kraykowsky” genere otro sentido si se lo lee junto a “El reparador de reputaciones”, de El rey amarillo (1895), el libro de cuentos de Robert Chambers que se volvió especialmente popular hace casi un año gracias a su incorporación a la serie de televisión True detective. Acaso ambos textos compartan el mismo clima inquietante: entendemos qué estamos leyendo -sin duda hay al menos un personaje que está “loco”- pero no terminamos de encontrar qué se nos está queriendo decir; hay una clave cercana, que nos afecta o atrae, digamos, pero, parafraseando al Borges del prólogo a Otras inquisiciones, su revelación no se produce. El cuento, si bien se “entiende” en el sentido de asimilación de los hechos narrados, no es en rigor “comprensible”.

Viajes alucinantes

Seguramente algo parecido valga para todos o casi todos los cuentos de Bacacay. Su lectura es, sí, incómoda, pero también hilarante. Los más fácilmente “comprensibles” quizá son los más graciosos, pero está claro que también esconden sorpresas en una lectura atenta o más atenta (o, al menos, ésa es la impresión que se las arregló para construir Gombrowicz); así, el lector sin duda disfrutará especialmente de las referencias al canibalismo en “El festín de la condesa Kotlubaj”, de los guiños a (o la destrucción de) la tradición del policial de enigma en “Crimen premeditado”, y de las referencias al antisemitismo en “El diario de Stefan Czarniecki”. Todos estos textos ofrecen -casi diría “tramposamente”- esa avenida de lectura, pero luego la pueblan de obstáculos que terminan reclamando la atención del lector y su voluntad de volverlos el verdadero eje del relato. Ese procedimiento (es decir, el procedimiento que se puede modelizar como acabo de hacerlo) es, probablemente, uno de los elementos más brillantes y singulares de este primer libro (revisitado) de su autor.

Uno de los textos más fascinantes del compilado es sin duda “Aventuras”, en el que la extrañeza sutil de los primeros cuentos parece avanzar en dirección a la ciencia-ficción y lo fantástico, casi como si en estos párrafos Gombrowicz prefigurara al Stanislaw Lem (su compatriota, por cierto) de Los diarios de las estrellas (1956-1971) o Ciberiada (1965), apuntando siempre a armar algo así como una vuelta de tuerca absurda a los relatos de aventuras a lo Verne. El cuento incluye máquinas voladoras a la Cinco semanas en globo (1863) o Robur el conquistador (1886) y algo así como balas de cañón a la De la Tierra a la Luna (1865), además de alguna que otra digresión protopynchoniana.

Vale la pena también destacar “Acerca de lo que ocurrió a bordo de la goleta Banbury” y, especialmente, “El banquete”, ya inmerso por completo en el universo narrativo y lingüístico de Ferdydurke. De los tres textos que completan los cuentos completos, publicados en 1933, 1935 y 1937, sin duda el más interesante es “Pampelán en el parlante”, último del libro. Sin duda Bacacay es una referencia obligada, imprescindible para todos los fans de Gombrowicz, pero también se vuelve una lectura obligada para cualquier lector interesado en volver más complejo su mapa de la literatura del siglo XX. Eso, y uno de los libros más divertidos que hay por ahí.