El cineasta en actividad más veterano del mundo falleció el jueves -a los 106 años- a causa de un fallo cardíaco. Manoel de Oliveira era, además, el director portugués más prestigioso de su país, con una larga trayectoria que lo consagró como un artista de culto. También era el último gran cineasta europeo surgido del cine mudo: desde sus comienzos filmaba una obra por año, ya fuera una película, un documental o un cortometraje memorable. “¿Que si pienso en parar? Tengo en mente un montón de proyectos. Ahora bien, no sé si la vida me va a dar para hacerlos todos”, repetía en sus entrevistas.

Era cierto eso de que sus películas no estaban destinadas a un público masivo, ya que en varias ocasiones basaba su filmografía en la palabra, literaria o teatral. Las suyas fueron grandes películas, profundamente portuguesas y universales. Por eso, cuando el alemán Wim Wenders filmó la bellísima Lisbon Story en la capital portuguesa, homenajeó a Oliveira, quien aparece en el film -en blanco y negro- imitando a Charlot.

Esta historia viviente del cine comenzó como actor en la época del cine mudo, en una película del italiano Rino Lupo, por 1923 (también actuó, muchos años después, en Viaje al principio del mundo, trabajo de 1997 protagonizado por Marcello Mastroianni, que lo dio a conocer en Latinoamérica). Luego filmó su primer documental, Douro, faina fluvial, en 1931, inspirado en Robert Flaherty y en los cineastas soviéticos. 11 años después dirigió su primera película, Aniki-Bóbó, protagonizada por una pandilla de jóvenes de las calles de Oporto, su ciudad natal. Este ritmo de rodaje cada vez más frenético, que sostuvo hasta sus últimos días, hacía pensar que Manoel de Oliveira había burlado a la muerte.

Palabra y utopía

Su etapa internacional comenzó con Amor de perdición (1979), película que revisa la novela de su admirado Camilo Castelo Branco, y que marca sus revisiones literarias: la mayoría de sus siguientes trabajos contarán con el cimiento de una obra literaria; Francisca (1981), El zapato de raso (1985), cuyo guion adapta la obra de teatro de Paul Claudel, y con la que ganó el León de Oro en Venecia; La divina comedia (1991); El día de la desesperación (1992) -sobre el suicidio de Castelo Branco-, Valle Abraham (1993), A Caixa (1994), El convento (1995) y La carta (1999).

El lenguaje cinematográfico de Oliveira cambió su rumbo con El pintor y la ciudad (1956), obra en la que comenzó a centrarse en los planos largos y no en el montaje. Más tarde explicó: “Cuando empezó el cine, los Lumière querían dar movimiento a las fotografías, que son fijas. El asunto está en mover lo que está dentro del cuadro, no mover el cuadro. El tiempo no tiene movimiento, sino que el movimiento está dentro del tiempo. A mí me costó aprenderlo”. Con respecto a El pintor y la ciudad, el realizador reconocía que a partir de esa obra “descubrí que el tiempo es un elemento importante en el cine. Un plano depende del encuadre, de la luz, del punto de vista, pero también del movimiento o la quietud de la cámara y de su duración. Si el plano dura algunos segundos, no tiene la misma penetración ni el mismo impacto que si durara el doble, el triple o aun más”.

Entre sus numerosas obras se destacan, además, películas como La caza (1964) -que tuvo fuertes diferencias con el régimen militar de Salazar-, Amor de perdição (1978), la sátira operística Os canibais (1988), y Vale Abrao(1993), una creativa variación de Madame Bovary que durante mucho tiempo fue considerada su obra maestra. Entre las producciones posteriores al año 2000 se encuentran películas como El principio de incertidumbre (2002); Belle toujours (2006), una suerte de réplica de Belle de jour de Luis Buñuel; y Singularidades de una chica rubia (2009), film que expresa una visión muy irónica sobre los problemas morales y económicos de la burguesía.

Su penúltimo trabajo fue el capítulo O conquistador conquistado, de la película colectiva Centro histórico, en la que se burla de los turistas de Guimarães por sus cámaras fotográficas. En abril de 2014 rodó su último filme, el corto O velho do Restelo, con sus habituales Luis Miguel Cintra, Diodo Dória y Ricardo Trêpa. Entre su intensa obra, Oliveira contó con trabajos muy diversos entre sí, como la nostálgica Viaje al principio del mundo, la biográfica Palabra y utopía y la literaria Le soulier de Satin. A este mundo se plegaron reconocidos actores, como el estadounidense John Malkovich -O convento, Vou para casa y Um filme falado-, el italiano Marcello Mastroianni y las francesas Jeanne Moreau y Catherine Deneuve.

Oliveira fue una figura habitual en el Festival de Cannes -donde tres de sus películas fueron nominadas a la Palma de Oro- y muchos otros festivales europeos. En cuanto a su rol en el campo cinematográfico, Cannes lo honró con la Palma de Oro a la trayectoria en 2008, y el Festival de Cine de Venecia le entregó dos Leones de Oro en homenaje a su carrera (en 1985 y 2004), reconociendo las historias mínimas de este universo inabarcable, donde cada una de sus obras se convirtió en un combate ganado a la muerte.