Así como Francis Ford Coppola y Martin Scorsese delinearon las vertientes definitivas del cine de mafiosos sin haberlo inventado, y George Romero escribió el abecé de las películas de zombis aunque lo habían precedido decenas de films sobre muertos vivientes y ambulantes, George Miller puede enorgullecerse de haber diseñado la estética del mundo salvaje y neobárbaro que sobreviviría una guerra nuclear. Su trilogía protagonizada por el personaje Mad Max -ahora ampliada a tetralogía con Mad Max: furia en el camino, pero sin que esto suponga una continuidad- presentó al mundo posapocalíptico como desindustrializado y de escasos recursos de energía, agua, comida y armamentos, en el que se ha vuelto a la ley del más fuerte y el hombre es el lobo del hombre.

Pero a diferencia de visiones realmente pesadillescas, depresivas y terminales como en La carretera, de Cormac McCarthy, el mundo guerrero y nietzcheano de Mad Max es tan violento y agresivo como exótico y seductor. Brutal pero no carente de atractivo estético y vital. Y posiblemente sea un mundo accidental que nadie había imaginado que se extendería durante 35 años: la primera Mad Max (1979) ni siquiera era exactamente una película posapocalíptica. Más bien era simplemente una road movie ultraviolenta, situada en un futuro cercano en el que el combustible se ha vuelto un bien escaso pero la sociedad aún no ha colapsado, y todavía existen servicios médicos y policiales en funcionamiento (Max es un policía de carretera). La película fue un clásico inaugural de lo que hoy se conoce como la new wave del cine australiano (o, menos educadamente, como ozploitation), y se distinguía de las películas de carreras y violencia rutera habituales en la época esencialmente por la extraordinaria y violentísima coreografía de los combates ruteros (con choques de un realismo inédito), por la ausencia de moralina y por su carismático protagonista, un Mel Gibson joven, absolutamente magnético y desquiciado. Gracias a su éxito, Mad Max se ganó una secuela, Mad Max 2: The Road Warrior (1981), pero aunque sólo habían pasado dos años entre ambas, se trataba de dos films muy distintos, y es a Mad Max 2 a la que en realidad corresponde el mérito de haber creado ese nuevo mundo al que hacíamos referencia. En Mad Max 2 ya no existe nada parecido a una sociedad, sólo pequeños grupos de depredadores enfrentados por el agua o la gasolina. Ya hay evidencias de que ocurrió algo más fuerte que un colapso energético -el medio ambiente también parece haber sucumbido-, y supuestamente hay varios años de distancia entre este film y su predecesor. Los sobrevivientes han adoptado una estética bárbara, tanto para sus vestimentas como para sus vehículos, que combina elementos de todas las tribus urbanas de los 80 (heavis, industriales, sobre todo punks) llevados al paroxismo, en una mezcla que también alcanza a las tecnologías que manejan, que van desde instrumentos y armas industriales que subsistieron al desastre hasta elementos preindustriales reaprovechados, como bumeranes y lanzas. Mad Max 2, fuertemente influenciada por los cómics posapocalípticos de la revista 2000 AD, fue un fenómeno mundial que volvió a ampliarse con la aun más ambiciosa (pero ligeramente menos impactante) Mad Max Beyond Thunderdome (1985), llena de elementos cada vez más bizarros y futuristas, que pareció cerrar el ciclo del loco Max. Durante las siguientes tres décadas y mientras su estilo era imitado por todo el mundo, Miller se dedicó a hacer películas animadas para niños en las series del cerdito Babe y los pingüinos de Happy Feet, así como algún drama aislado como Lorenzo's Oil (1992), todas obras notables pero muy poco esperadas de quien se había convertido en el maestro de la violencia sobre ruedas, y la situación se prolongaría durante tres décadas, hasta que finalmente se anunció que Miller volvía a su éxito original y que un nuevo Mad Max volvía a la ruta. Con cierto escepticismo, los fans de sus trabajos anteriores se aproximaron a los cines para ver si se conservaba la magia y se encontraron con que sí, y que incluso había ocurrido algo más.

Cambiar todo para que siga lo mismo

Para disfrutar adecuadamente de Mad Max: furia en el camino antes que nada hay que liberarse de los conceptos de continuidad que imperan hoy en el cine de acción. La película no es ni una secuela propiamente dicha, ni una remake ni tampoco un reboot o relanzamiento. Es más bien un objeto extraño hoy en día: una película relacionada con una trilogía -obra del mismo cineasta que dicha trilogía- pero que es absolutamente independiente de ésta. Como en el cine clásico de héroes, la película no se plantea como la primera o la cuarta del personaje, sino simplemente como “una de Mad Max”. Claro que eso sólo en términos de continuidad, porque está claro que la película no es “una más” de nada.

Los fans de las películas originales y del trabajo de Miller en general van a terminar conteniendo el aliento ante el huracán de acción, violencia y estrépito maravillosamente coreografiados y diseñados que es Mad Max: furia en el camino. El guion es de una simpleza casi minimalista y consiste esencialmente en dos largas persecuciones motorizadas a través del desierto, muy similares a la segunda parte de Mad Max 2, pero de la misma forma en la que un gato es similar a un tigre, porque todo en Mad Max: furia del camino parece llevado al límite de sus posibilidades cinematográficas y humanas. Con escasas apelaciones a los efectos digitales, la película plantea una explosión constante de los sentidos, en la que un asombro sucede al otro y todos giran alrededor de un maestro de la narración visual. La crítica ha señalado los parentescos del film con otros clásicos del cine de carreteras, los westerns e incluso algunas comedias mudas; sin embargo, la concepción de espectáculo, ritmo y composición casi musical de las escenas de acción recuerdan más a las exquisitas coreografías de artes marciales de Tsui Hark que a un director occidental (las escenas en las que los perseguidores, atados a largas estacas que emergen de los vehículos, acosan a los perseguidos, podrían haber estado -con algunas explosiones menos- en cualquier película de la serie Érase una vez en China) También la iluminación, de paletas cromáticas muy definidas que pasan del amarillo-naranja total de una tormenta de arena al azul sobrenatural del agua o las noches, y un entorno que combina lo desértico con lo pantanoso, hace recordar, más que a las películas previas de Mad Max, al cine de Zhang Yimou y a un gran clásico del horror australiano, algo olvidado hoy en día: el apocalíptico Razorback (1984), de Russell Mulcahy, igual de colorido, asfixiante y vertiginoso.

El sentido del espacio de Miller -quien, en sintonía con el Akira Kurosawa más anciano, recientemente declaró apenas entender de qué se trata el cine actual- deslumbra por su claridad, que siempre nos permite saber dónde está situado cada personaje y qué está haciendo, y esta estructura diáfana hace que, con todo su vértigo, la película termine proponiendo una vuelta a lo básico, pero con lo básico elevado a la altura del virtuosismo. Una fiesta visual, y una fiesta que no discrimina sexos.

El futuro del hombre es la mujer

Como si fuera poco con sus demostraciones de virtuosismo cinematográfico, Miller se consiguió también un aplauso inesperado, el del feminismo. Esto se debe a que, en lo que parece un juego de prestidigitación narrativa, la película lleva el nombre de su protagonista masculino, centra las primeras acciones en él y luego, sin que uno se dé cuenta, éste pasa a un segundo plano ante un personaje femenino deslumbrante, el de Imperator Furiosa (Charlize Theron), que desde entonces pasa a comandar los movimientos con la asistencia de un Max que, a pesar de ser interpretado por un actor tan intenso como Tom Hardy, guarda un raro bajo perfil.

Este giro narrativo -perfectamente consecuente con una filmografía como la de Miller, que siempre concedió lugares respetables a sus personajes femeninos, y cuyo punto en común es la de la búsqueda de espacios de confianza entre figuras solitarias-, ha hecho que se considere a Mad Max: furia en el camino como un film parafeminista, algo subrayado por el brutal patriarcado del que Furiosa y sus aliadas escapan, pero tal vez sea una exageración. En todo caso, es una película inteligente, que como tal les da roles inteligentes a sus personajes femeninos, mientras deslumbra en explosiones de arena y color a todos los espectadores sin diferenciar sexos. Mientras el cine basado en los enormes despliegues de efectos digitales parece estar ahogándose en su propio exceso de inhumanidad, el veterano Miller y una serie de excelentes acróbatas, dobles y fotógrafos se mandaron el film de acción más arrasador de los últimos años. Volvió Max, y está como loco.