Este libro fue escrito en 1965, reeditado con un prólogo del autor en 1987, y editado en español por Alfaguara en 2013. El título original, The Success and Failure of Picasso, es más conveniente que el que se le puso en español. En efecto, el tema del libro no es tanto la fama y la soledad de Picasso (aunque también se habla de ello), sino su éxito y su fracaso. Si el tema fuera la fama y la soledad, habría sido necesario profundizar en sus relaciones con las mujeres, los amigos y la crítica, y no se hace.

El éxito de Picasso no se relacionaría sólo con el aspecto económico -”a los treinta y ocho era rico y desde los sesenta y cinco fue millonario”-, sino también con la construcción de una figura que se vuelve más importante que las obras, y con las mejores pinturas. El fracaso tiene que ver con la incomprensión por parte de los mismos que lo elevaron a la categoría de rey del arte, y con aquellas obras que Berger considera fallidas. Por lo general, los fracasos de Picasso, según Berger, se producen cuando el pintor se queda “sin tema”. Él considera que debemos dejar de tratar a Picasso como a un rey, para poder discutir sobre la validez de sus obras.

Elogios y críticas

La estructura del texto del escritor londinense está desbalanceada, se demora en temas históricos e incluso en el análisis de obras de otros artistas. Aunque su intención es buena y es posible encontrarle justificación, a menudo uno se encuentra leyendo páginas y páginas, y se pregunta: ¿cuándo volverá a referirse a Picasso?

De todos modos, el trabajo es interesante, porque Berger no sólo es un crítico de arte, sino fundamentalmente un escritor. El ensayo es atractivo, y por momentos nos proporciona ese placer estético que uno admira en los prosistas que tienen algo para decir y lo expresan con verdadero ingenio. Escribe con vigor y su estilo tiene mucho de sentencioso y subjetivo, lo cual no es en sí mismo ni malo ni bueno. En el prólogo, al referirse al autorretrato de 1906 en el que Picasso se pinta con el torso desnudo, el escritor se muestra felizmente inspirado. Aquí explica los “mecanismos pictóricos” que el artista malagueño utilizó para lograr “una imagen de lo preexistente”. Berger recoge la frase “Es como Adán un momento después de la creación y antes de respirar por primera vez”, y añade: “Fue el maestro de lo inacabado -no de la obra inacabada, sino de la experiencia de lo inacabado-. Toda la pintura trata del diálogo entre la presencia y la ausencia, y el arte de Picasso, en su sentido más profundo, se sitúa en la frontera entre las dos, en el umbral de la existencia, de lo recién comenzado, de lo inacabado”.

Sin embargo, cuando critica sin miramientos algunas pinturas que la posteridad ha consagrado, no es tan sencillo celebrar sus dichos. Un par de ejemplos: La carrera (1922) es una pintura que muestra a dos mujeres de físico rotundo que, tomadas de la mano, corren por un terreno virgen bajo un cielo apacible. Es una obra muy conocida, que además la gente ha visto repetidas veces, porque fue elegida para ilustrar el best seller Mujeres que corren con los lobos, de Clarissa Pinkola. Berger afirma que Picasso fracasa por falta de tema, y plantea varias objeciones: “De darse crédito a sus extremidades masivas, marmóreas, formales, tenían que ser seres estatuarios. Pero, al hacerlas correr como liebres, Picasso destruye su misma raison d’être. Berger también cuestiona -dice que es absurdo- que la mano que está más lejos -de la mujer que va adelante- se vea más grande que la de la otra mujer, que supuestamente está más cerca del espectador. Mi lectura es muy distinta. No existe tal falta de tema; el tema es la liberación de la mujer. Los físicos rotundos, esas “gigantes”, como las llama Berger”, son la expresión de una fuerza que ha permanecido dormida y que ahora se pone en movimiento. La mano que se aleja es más grande porque la mujer que va adelante es más grande. Pero, además, esa mano, que parece ir abriendo el camino, es fruto de una muy buena composición. Si se observan en conjunto los dos cuerpos, en particular las cuatro piernas y los brazos, se notará que tienen un movimiento de rueda, de algo que avanza de un modo impostergable.

Otro de los cuadros que se convierten en blanco del escritor británico es Bañistas con un barco de juguete (1937). Aquí se aprecian dos bañistas adultas (delineadas con cuerpos geométricos que parecen tallados en madera) que juegan con un barquito mientras son observadas por un rostro que asoma sobre la línea del mar. Dice Berger: “Si son niñas que juegan con un barco, ¿a qué esos cuerpos de mujer? Si son mujeres, ¿por qué ese barco de juguete?”. Aquí Berger se muestra sorprendido, pero lo único que sorprende es, de nuevo, la poca voluntad que pone para tratar de entender. Está claro que son físicos de adultos; las formas grandes y los senos desarrollados así lo demuestran. Pero, por otro lado, ¿qué puede tener de extraño que dos adultos jueguen como niños o intenten recuperar la inocencia? En primer lugar, la recuperación de la inocencia no está lejos del tema del buen salvaje, que es uno de los temas de Picasso ¿No fue acaso Picasso quien hablaba de volver a pintar como los niños?

Berger opina y acierta, opina y se equivoca, y su libro tiene el mérito de promover una saludable discusión. Una vez más se demuestra que, contrariamente a lo que dice el refrán, sobre gustos hay mucho escrito; casi que no se ha escrito sobre otra cosa.