“¿Por qué no tenés una pluma en la cabeza? ¿En Uruguay no son todos indios?”. Algo así tuvo que escuchar Gonzalo Gonchi Rodríguez (1971-1999) cuando se instaló en Europa para iniciar su carrera internacional en el automovilismo. Esta simple anécdota muestra lo que logró Gonchi: ubicar a Uruguay en el mapa del deporte motor; uno de los tantos motivos por los que merecía un documental sobre su vida y su obra.

Al principio, Gonchi nos introduce en una escena ficcionada de la infancia de Gonzalo, con un niño pequeño a bordo de la típica cachilita de esas que abundan en la niñez. Luego, amigos y familiares del piloto (principalmente, su hermana, Nani Rodríguez, quien, en cierto modo, guía el documental) nos pintan su infancia, que estuvo marcada por los autos desde el inicio, cuando correteaba como loco con su buggy por el fondo de su casa.

Gonzalo empezó a mostrar seriamente sus dotes al volante en el equivalente al baby fútbol del automovilismo: el karting. En esa especialidad no podían correr los menores de 16 años, así que Gonchi tuvo que sacar un permiso especial. A veces se dormía y no iba a la clasificación, motivo por el cual no tenía más remedio que arrancar desde el último lugar de la grilla. Pero no importaba, porque al rato ya estaba primero. Era rápido; y cuando llovía, más. Las primeras imágenes de archivo, de la década del 90, nos muestran una instantánea que luego sería más que conocida: Gonchi, con su amplia sonrisa, levantando una copa.

El documental avanza a buen ritmo y aparecen testimonios reveladores y poco conocidos, como el de Jok Clark, un veterano inglés que recibió a Rodríguez en Inglaterra (la meca del automovilismo), cuando se instaló allí para pegar el salto y competir en la Fórmula Tres Británica. Fundada en 1951, siempre representó una categoría clave para avanzar hasta la preciada Fórmula 1 (F1). De allí salieron campeones de la máxima categoría, como Jackie Stewart, Nelson Piquet, Ayrton Senna y Mika Häkkinen. Gonchi convivió cinco años con la familia de Clark, de la que pasó a ser uno más, en la primera mitad de los 90. No son moco de pavo los afectos que deben dejar de lado los corredores sudamericanos para realizar una carrera internacional.

Así las cosas, vemos a Gonchi haciendo de las suyas en circuitos ingleses como el de Silverstone o el de Donington. Entre 1995 y 1996 corrió para el equipo Alan Docking Racing, y en ese período conoció a dos corredores que, por esas cosas del destino, siempre estarían cerca de él, y por eso brindan su testimonio clave: el brasileño Hélio Castroneves y el colombiano Juan Pablo Montoya (quien describe al piloto uruguayo como un tipo con “muchos cojones”). Castroneves cuenta una anécdota de una carrera en la que, inesperadamente, gracias a una falla mecánica -la rotura del airbox-, Gonchi fue más rápido que todos y los pasó zumbando. La famosa “garra charrúa”, pero sobre cuatro ruedas.

El núcleo de la película versa sobre el período 1998-1999, que a la postre serían los últimos dos años de la carrera de Gonchi, cuando pasó a Team Astromega, equipo belga de Fórmula 3000: la categoría telonera de la F1, que se disputaba en los mismos circuitos de la máxima categoría (usando términos futboleros, señora, sería algo así como “la B de la F1”, hoy sustituida por la GP2), y representaba el último paso antes de ponerse el cinturón de un bólido de la F1.

Entonces, el documental se centra en las tres grandes victorias de Gonchi en la Fórmula 3000, en los míticos circuitos de Spa-Francorchamps (Bélgica), Nürburgring (Alemania) y Mónaco (Monte Carlo). En su primera victoria, en Bélgica, la gesta volvió a tomar ribetes heroicos cuando Gonchi rebasó a Montoya cuando ya parecía imposible. El colombiano dejó un pequeño hueco en una curva y el uruguayo lo pasó por adentro. Gonzalo ganó la carrera; estaba exultante, pero demoró en subir al podio, ya que no encontraban ni el himno ni la bandera de Uruguay. Los organizadores no se imaginaban que alguien de ese pequeño país podía pasar la línea de meta antes que todos los demás.

Sin embargo, más allá de algunas acciones puntuales, el documental peca de mostrar escaso material de sus tres máximas victorias; esto quizá pueda dejar con gusto a poco a los espectadores más tuercas -además, a esta altura, hay una generación de adolescentes para los que esas carreras son la prehistoria-. Salvando las distancias de todo tipo y color, al ver Gonchi es imposible no pensar en Senna (2010, Asif Kapadia), el documental definitivo sobre un corredor, en el que el footage de carreras y entretelones es tan amplio que parece una ficción. En el caso de Gonchi, al tratarse de tan sólo tres carreras emblemáticas, con más razón debería haber más material de ellas en la cinta. El extremo de la escasez ocurre en la carrera de Mónaco de 1999, dificilísimo circuito en el que quizá se puede apreciar mejor las cualidades de un corredor. Pero, cuando apenas el semáforo da la señal de largada, aparece Gonchi levantando la copa. Tal vez primó un tema de derechos de autor de las imágenes, que hizo inviable su uso a placer.

Entre los testimonios se destacan -además de los ya mencionados- el de Christian Horner, actual director del equipo Red Bull de F1, quien compitió en la Fórmula 3000 en la época de Gonchi; el corredor australiano Mark Webber y el joven uruguayo Santiago Urrutia; el experimentado fotógrafo Keith Sutton -sus manos ayudaron a inmortalizar la amplia sonrisa de Gonchi-; el periodista especializado Jorge Alfaro; y Charlie Whiting, actual director de carreras de la F1.

Un entrevistado que merece un destaque especial, porque le aporta simpatía al documental, es un tal Di Martino, un italiano fanático acérrimo de Gonchi. Los realizadores fueron hasta la casa del señor, en plena Sicilia, y con un pintoresco acento del sur de Italia, el buen hombre recuerda cómo le seguía los pasos al piloto uruguayo, muestra los recortes de prensa que atesora, y con sentida emoción relata su primer encuentro con Gonzalo y explica que el trato que tenía con sus fanáticos era muy distinto al de la mayoría de los corredores.

Entre el material de archivo extracarreras se destaca la participación de Gonchi en el recordado sketch “Chichita”, de El show del mediodía, en el que Cacho de la Cruz le hace mostrar al piloto sus manos llenas de callos. El chiste obvio aparece rápido.

La última curva

El documental se acerca a la fatídica curva final cuando llega 1999, año en el que Gonchi prueba suerte en Team Penske, equipo de IndyCar (la categoría más importante de Estados Unidos). Son por demás reveladoras las imágenes de las primeras pruebas, en las que Rodríguez explica la dificultad que tuvo para dominar el auto, y las diferencias con su coche de Fórmula 3000. Allí aparece otra vez Montoya, en uno de los momentos más fraternos del documental, cuando el colombiano le tira piques al uruguayo para que pueda realizar una vuelta rápida, ya que estaba aburrido de correr “solo” y quería una competencia seria.

Gonzalo Rodríguez falleció el 11 de setiembre de 1999, mientras corría en la categoría estadounidense. El accidente mortal ocurrió en las prácticas para su segunda carrera, en el circuito de Laguna Seca (California), por una falla mecánica (en los días previos se le había trabado el acelerador a fondo, y luego de hacer un trompo pudo salir ileso; hecho que lo había asustado, según relata su madre). El documental destaca cómo a partir del accidente se aumentó la seguridad de los pilotos en la zona del cuello.

Luego de las imágenes del gran recibimiento del féretro en las calles de Montevideo, con miles de personas agitando banderas uruguayas, queda una sensación de profunda tristeza; pero, por otro lado, de satisfacción, por haber contemplado un documental muy entretenido, que acelera a buen ritmo y está cronológicamente bien llevado. Seguramente no defraudará al público promedio.

Sin embargo, quizá los más fanáticos del deporte puedan sentir que quedaron algunos cabos sueltos. Por ejemplo, se muestran las imágenes de un coche de Fórmula 1 de color celeste intenso, de la escudería Benetton (aquella en la que ganó sus primeros dos campeonatos un tal Michael Schumacher) saliendo de un hangar, sin más explicaciones. Según la prensa de la época, en 1998 Benetton se contactó con Gonchi y lo integró para prepararlo física y mentalmente para pilotear un coche de F1. Era el sueño de su vida. Ahondar en la posible llegada de Rodríguez a la F1 hubiese resultado interesante.

En el campeonato de Fórmula 3000 de 1998 Gonchi quedó tercero, por detrás de Juan Pablo Montoya y el alemán Nick Heidfeld, quienes luego darían el salto a la máxima categoría (Montoya llegó a un más que loable tercer puesto en 2002 y 2003, con BMW Williams). Por lo tanto, no sería descabellado pensar que Gonchi podría haber llegado tranquilamente a la F1.

El documental tampoco se centra demasiado en el detalle de que en la temporada 1999 Gonchi corrió en IndyCar mientras seguía compitiendo en la Fórmula 3000; dos categorías muy distintas, que exigían un esfuerzo y dedicación enormes. El motivo para acaparar tales exigencias quedó en el aire. Pero, como dijimos, se trata más bien de detalles para tuercas empedernidos.

Gonchi dejó un legado imborrable, como su sonrisa y las copas que levantó. En una de sus victorias, le tomaron una foto sobre el podio que recuerda a aquella máxima ricotera: “Es una copa de lo mejor / cuando se ríe”.