La cada vez más creciente pujanza de las redes sociales y sitios como bandcamp ha achicado las distancias entre bandas capitalinas y de otras ciudades del país. En ese sentido, Maldonado se ha erigido en los últimos años como un interesante foco de la movida indie uruguaya. Gran responsabilidad de esta difusión es de Vía Láctea (www.vialacteaediciones.com), que se diferencia de otros importantes sellos independientes del país (más allá de que los entrecruzamientos entre colectivo y colectivo son amplísimos) por un mayor peso en un sonido más folk, con cierta herencia lejana del sello Ayuí, a diferencia de la estridencia de cooperativas como Esquizodelia. Además, está proyectada para noviembre la cuarta edición del Festival de Música Libre, que con sedes en Montevideo y Maldonado, acortará aun más la brecha existente entre las dos ciudades costeñas.

Entre los artistas fernandinos ya se había tomado nota de Limpiando encontré monedas, que tuvo su propia escisión creativa con el proyecto solista de Salvador García (quien en enero de este año publicara el redondísimo disco Todavía las nubes) y Jhona Lemole y los nombres comunes. A este pelotón se agrega Despedida, disco debut de Cielos de Plomo, proyecto liderado por Francisco Trujillo que participó en las últimas dos ediciones de Peach and Convention.

Lo primero que salta a la vista ya en el primer minuto de Despedida es una referencia inevitable al Radiohead de Hail to the Thief e In Rainbows (ese intersticio con las cuerdas vueltas al protagonismo, después de la zambullida en el casi ambient de Kid A y Amnesiac y la profundización en los beats electrónicos de The King of Limbs y los otros proyectos de Thom Yorke y Johnny Greenwood), algo que se confirma con el particular timbre vocal de Francisco Trujillo, que tiene muchas de las mañas de Thom Yorke. Detrás de esa guitarra, voz y percusión calibradísimas, se siente la corriente subterránea y fría de un teclado emulando a un theremin, que además de dotar al tema de una textura completamente diferente, parecería ampliar el radio de penumbra emocional que proyecta el tema. El uso de pocas notas sostenidas de sintetizador para generar ambientes y texturas que logran ampliar o hacernos dudar del verdadero tenor emocional de una canción también es una marca de fábrica de Yorke y compañía -recordar ese sonido saturadísimo que entraba en la cinemática “Exit Music (For a Film)”-. Cuando en la reseña de un disco aparece la fastidiosa comparación con una sola banda, el periodista debería determinar si las razones por las que le gusta o no el álbum tienen que ver con esta referencia. Es decir, puede no gustarle por la falta de originalidad, o puede gustarle porque se parece a una banda que sí le gusta. El primer criterio tiene patas cortas y el segundo es una trampa al solitario, lo que no quita que la línea que separa estos razonamientos sea tan fina como porosa.

Lo que queda, en definitiva, es escuchar el disco por lo que es, si acaso es posible. A varias escuchas de Despedida uno se da cuenta de que no sólo la banda puede despegarse de esa unirreferencialidad, sino que logra una atmósfera y sonido homogéneos en todo el disco. Los teclados actúan como colchón en la mayoría de los temas (sobre todo en los interludios) y a su vez el arpegiado tiene la seña particular de un trasteo de cuerdas que le da gran cuerpo al sonido de la guitarra (en el cierre de “Era”, las primeras cuerdas reverberan metálicamente, al punto de que se sienten al borde de la rajadura). En este sentido hay que mencionar el impecable trabajo de mezcla hecho por Fabrizio Rossi, quien ya ha demostrado en otras producciones el sello particular de aislar y sacarle una particular tímbrica a los instrumentos grabados.

En “Vientre santo” nos topamos con Francisco Trujillo cantando: “Caminamos el pasto como cuando éramos jóvenes”. Es una aseveración compleja sabiendo que viene de alguien de no más de 25 años, pero a uno le basta escuchar y leer las letras del resto de los temas para darse cuenta de un sentimiento de desasosiego existencial que va más allá de la edad y de las temáticas abstractas típicas. Centrándonos en este plano, “Era” da escalofríos en esa sobrecogedora acumulación de imágenes con referencia a la muerte en el estribillo: “Hoy mi perro crece en un jazmín y mi abuela duerme en un cajón / Es mejor tirarnos en el mar y mejor hacernos el amor /...cuando no haya nada que decir, de verdad no quiero discutir / si los muertos llegan hasta acá preguntándome “¿qué hiciste hoy?” / Y mi perro crece en el jardín de la casa que no vivo más... / no me faltan ganas de hablar, es que me molesta preguntar”. La conjunción de los conceptos de morir y crecer, como ese perro que crece en un jazmín -posiblemente enterrado cerca de sus raíces- es un gran hallazgo, algo que en su sencillez oximorónica no se suele dar en los letristas indies actuales.

Más allá de todas las referencias, paradójicamente Despedidas cierra como un disco contundente y denso, con ese particularísimo logro de no poder precisar en sus escuchas quién pudo haberlo compuesto, qué edad tienen los autores, de dónde pudo haber salido.