Ya hay muchos documentales que abordan la murga. Éste le buscó una vuelta distinta. Dirigido por un español, inquiere en las conexiones entre las murgas de Montevideo, Cádiz y Tenerife. Como punto de unión aparece César Troncoso, que hizo el recorrido junto a los realizadores y es quien aparece en la pantalla dialogando con los entrevistados.

A esta altura desarrollé cierto instinto contra los documentales de viaje, que suelen ser una forma fácil de darle un atractivo exterior a una película (por la variedad de escenografías y ambientes, porque siempre hay algo pintoresco que un extranjero puede contar) mientras un equipo reducido de realizadores se gana la posibilidad de hacer turismo financiado y, encima, tener un largometraje hecho con esfuerzo mediano, pasible de ganar algún premio o, al menos de ser exhibido en festivales que rendirán aun más viajes y buenos momentos. Por la mitad de esta película estaba pensando en eso, pero de pronto razoné que no podía ser: es tan grande la cantidad de entrevistas, de locaciones, de trozos de actuaciones y de corsos, y debe de haberse generado tanto material para montar, que queda claro que en este caso realmente hubo trabajo (más allá de que sus realizadores hayan o no disfrutado del proceso).

Pero la insatisfacción que me llevó a ser un poco malpensado proviene de que, en mi opinión, al mismo tiempo que hubo trabajo, hay también mucho descuido y mucha cosa mal resuelta, además de muchas malas opciones.

Lo peor quizá sea ese vicio de montaje que consiste en un temor histérico a la idea transmitida en forma verbal: es como si los realizadores partieran de la premisa de que cualquier parlamento de más de 25 segundos generará aburrimiento. Entonces, las decenas de entrevistas que hicieron a murguistas de esas tres ciudades de dos naciones de dos continentes distintos están reducidas a una colección de frases dichas con algo de swing, pero que rara vez llegan a transmitir una idea completa. Es más, algunas de ellas pueden decir una cosa o su opuesto, porque queda clarísimo que son parte de un pensamiento más amplio que jamás conoceremos. Yamandú Cardozo, por ejemplo, aparece diciendo: “No sabés ni qué vas a decir. No sabés qué vas a cantar. A lo sumo capaz que sabés quién es el que escribe. Pero no sabés cómo le anda el lápiz ese año, no tenés derecho al pataleo...” (y la frase, obviamente, sigue, pero está cortada en ese punto). Es imposible saber de qué está hablando o qué quería decir. Este largometraje tiene el aire de un tráiler extendido durante 70 minutos.

Pero además, en una decisión bastante extraña, sólo se aclara la identidad de cada entrevistado y la función que suele desempeñar, pero no a qué agrupación pertenece ni de dónde proviene. Un hispanohablante americano podrá detectar por el acento, en la mayoría de los casos, si se trata de un español o de un uruguayo, aunque a mí por lo menos me resultó imposible saber, entre los primeros, cuáles son gaditanos y cuáles son canarios. Para alguien que no hable castellano y eventualmente vea la película con subtítulos, la distinción será imposible. Y también es muy difícil cuando las agrupaciones están cantando. Cuando hacen declaraciones, dado lo entrecortado de todo, uno no sabe si están emitiendo un concepto docto sobre la globalidad de las murgas de las tres localidades, su experiencia vivencial sobre la murga de su lugar o sólo sobre su agrupación en particular. El montaje delinea varias breves zonas temáticas, pero cada una de ellas es simplemente la depositaria de la colección de frases swingueras pertinentes y de algunas imágenes ilustrativas, que, como mucho, dejará una noción medio impresionista del sabor global de ese tipo de manifestación cultural. Quedamos sin saber casi nada sobre el real parecido, y mucho menos sobre las diferencias entre las murgas de las tres ciudades y sobre las características específicas de cada una. Hubiera sido perfectamente posible, subtítulos mediante, interpolar declaraciones similares de integrantes de, pongámosle, una escola de samba carioca, y uno quedaría con la sensación de que tiene muchos puntos en común, y we are the world.

Troncoso no llega a obrar como una interfaz con el espectador. Parece haber sido elegido en función de que es el actor cinematográfico más famoso de Uruguay, y parece tener onda para preguntar y charlar con los murguistas. Pero le escuchamos pocas preguntas: mayormente es un rostro simpático que asiente y demuestra interés mientras el entrevistado habla. En ningún momento la película le abre el espacio para compartir con nosotros sus curiosidades, sus inquietudes, sus conclusiones, sus sentimientos, como para que podamos realmente descubrir esas realidades por su intermedio, con él. Tratar así a César Troncoso es un desperdicio, y salvo para el espectador que realmente se deje entregar totalmente a la idea de tener a un famoso en la pantalla, lo único que se gana es que los entrevistados tiendan a aparecer de perfil y en plano medio o americano, mientras que hubiera sido mucho más cálido y vívido tenerlos en ángulos más frontales y cercanos, que no incluyeran al entrevistador.

Además, la realización está llena de parches (declaraciones sin sincronismo con la imagen, en algunos casos con el remedio trucho de interpolar un contraplano over shoulder con privilegio para el rostro de Troncoso, en el que queda claro, no obstante, que el que está de espaldas no está diciendo en ese momento lo que se pretende dar la impresión de que dice).

Hasta los letreros son descuidados, y se leen cosas como “Fernado Tojas” (por Fernando Toja), “Alejandro Balbi” (por Balbis), “Martín Angliolini” (por Angiolini). Y lo del subtítulo “ópera popular” queda totalmente en el debe: no está abordado en absoluto.