La división que vive el gobernante Partido Democrático italiano, generada en gran medida por las políticas del primer ministro Matteo Renzi, pone en duda la victoria del oficialismo en al menos dos regiones de Italia que ayer elegían a sus autoridades. Es justamente en éstas donde el partido Forza Italia (FI), de Silvio Berlusconi, está al acecho y busca renovarse.

“No son un referéndum para votar a mi favor o en mi contra; son elecciones locales y no tendrán ninguna consecuencia”, dijo Renzi, sobre las elecciones que se realizaron ayer en siete de las 20 regiones italianas, y en 742 ciudades, 17 de ellas capitales de provincia.

Pese a sus palabras, los resultados de esta votación se leerían en función del respaldo que obtuviera el Partido Democrático (PD), que el primer ministro lidera. Ésta es la segunda prueba electoral que atraviesa Renzi desde que asumió el poder, a comienzos de 2014. La anterior fue la de los comicios para el Parlamento Europeo, y la de ayer es la primera fronteras adentro.

Estas elecciones también serán una prueba para el FI, que en algunas regiones se presentó en alianza con la Liga Norte. Berlusconi ha dedicado las últimas semanas a anunciar que quiere que FI se convierta en “un movimiento que abrace a todos los moderados italianos” y que no sea liderado por él, sino por un sucesor.

El ex primer ministro ya cumplió con la pena de un año de trabajos comunitarios, a la que fue condenado por evasión de impuestos en el caso Mediaset, y esta campaña fue su regreso a la política partidaria. Sin embargo, FI atraviesa un proceso de desintegración, vinculado en particular con el debilitamiento del propio Berlusconi, que era el denominador común para un conjunto de movimientos de centroderecha poco articulados.

Tanto Berlusconi como Matteo Salvini, el líder de la Liga Norte, han manifestado que estas elecciones sí son un referéndum acerca de la gestión de Renzi.

El PD gobierna en cinco de las siete regiones en las que se votó ayer (Liguria, Toscana, Las Marcas, Umbría y Apulia), el FI lo hace en Campania y la Liga Norte en Véneto. El PD se conforma con mantener este reparto; si bien tiene alguna remota posibilidad de adueñarse de Campania, sus líderes han dicho que si pierden allí no sería algo grave.

Por su parte, la alianza liderada por Berlusconi quiere conseguir el gobierno de Liguria, donde antes de las elecciones algunas encuestas de intención de voto mostraban una competencia apretada. El líder de FI dijo que si el PD se queda con cuatro gobiernos regionales y la alianza que él lidera con tres, “el gobierno de Renzi debe irse a su casa, y los italianos, a las urnas”.

En ambas regiones se refleja la situación que atraviesa el PD. En Liguria hay tres candidaturas fuertes. A la izquierda, Raffaella Paita, del PD, y Pippo Civati, que se alejó del partido en rechazo a la forma de hacer política de Renzi, que dentro del PD ha sido calificada como autoritaria. A la derecha, por la alianza de Berlusconi, se presenta Giovanni Toti, una figura nueva en la política italiana, que ante una izquierda fraccionada amenaza con llegar al poder.

En Campania la situación era distinta: había un único candidato de izquierda, Vincenzo de Luca, que peleaba voto a voto con el candidato de la derecha, Stefano Caldoro, respaldado por Berlusconi. Sin embargo, en la recta final de la campaña, la Comisión Parlamentaria Antimafia, liderada por Rosy Bindi, del PD, publicó una lista de candidaturas “impresentables” en la cual aparecía en primer lugar De Luca, quien supuestamente es investigado por abuso de poder. Tanto De Luca como el propio Renzi cuestionaron públicamente a Bindi. El candidato anunció que la demandará por difamación, y Renzi la acusó de usar a la comisión parlamentaria para ajustes de cuentas que responden a situaciones internas del partido.