Antes de que otros intereses lo distrajeran, el joven austríaco Adolph Hitler había decidido dedicarse a la pintura como forma de vida, aunque se le dieron pocas oportunidades de vivir de su arte. Otra hubiera sido la historia de Europa (y el mundo) si las pinturas de Hitler hubieran llamado tanto la atención en su momento como lo hicieron el fin de semana, cuando 14 cuadros con su firma fueron rematados en Nuremberg, reuniendo la nada despreciable cifra de 391.000 euros. La obra mejor paga fue una acuarela del castillo de Neuschwanstein (Baviera) que fue adquirida por un millonario chino en 100.000 euros. Algunos críticos británicos señalaron que la autenticidad de la autoría de Hitler era dudosa en varios casos, pero eso no impidió la venta de la totalidad del lote.

Todos los cuadros fueron pintados entre 1904 y 1922, y por razones más morbosas que artísticas, atrajeron a coleccionistas de procedencias tan diversas como Brasil y Emiratos Árabes. Los cuadros, extrañamente, no causaron ningún conflicto con las estrictas leyes antisímbolos nazis de Alemania, ya que no contienen imágenes políticas de ninguna clase.