Bob Gale -guionista y productor- estaba revisando el sótano de la casa de sus padres y encontró el anuario liceal de su papá. Así se enteró de que su progenitor fue delegado de clase. Bob recordó que no se llevaba muy bien con su delegado; entonces, se preguntó cómo hubiera sido compartir el aula con su padre. Esta anécdota, por demás simple, le ayudó a cerrar una idea que tenía junto con el director Robert Zemeckis: una película sobre viajes en el tiempo. Cuando se la comentó -según recordó Gale en una entrevista-, a Zemeckis le gustó y fue más allá: “¿Y si fueras al mismo instituto que tu madre y fuera la zorra de la clase?”. Acto seguido, empezaron a trabajar en el guion.

Pero no conseguían que algún estudio lo aceptara. “Las películas de viajes en el tiempo no dan dinero”, les decían. O “es muy buena, muy dulce. ¿Por qué no la llevan a Disney?”. Y lo hicieron. Un ejecutivo de la empresa de Mickey les espetó: “¿Ustedes están locos? No podemos hacer esta película en Disney. Tienen al muchacho con su madre en el auto. ¡Eso es incesto!”. Luego de tanta insistencia, les dio cabida un viejo conocido, Steven Spielberg, y su productora Amblin Entertainment. Así vio la luz Volver al futuro, en julio de 1985; el resto, es historia. O futuro.

La película no solamente fue un éxito de taquilla, sino que también se transformó en un ícono de la cultura pop estadounidense -mil veces parodiado y homenajeado-, del que brotaron kilos de merchandising, una serie animada, videojuegos y cómics. Parte del éxito se debe a la simpleza de su historia, con la que cualquiera podría fantasear. Porque, de todas las películas que existen sobre viajes en el tiempo, quizá no haya ninguna con una historia tan simple y terrenal como la de Volver al futuro. Olvídense de excusas viajeras de tintes épicos o altruistas, como salvar a la humanidad de un ejército de máquinas malvadas, un supervirus, extraterrestres asquerosos o vaya a saber qué otra grandilocuencia típica del cine de ciencia ficción.

En la película de Zemeckis tenemos el estereotipo del científico loco (con su bata blanca, su desprolijo pelo de igual color y sus ojos saltones) que está obsesionado con el tiempo -ya en la primera escena vemos todos los relojes que ostenta, para que quede claro- y construye una máquina para viajar a través de él en un auto, gracias a la maravilla del “condensador de flujo” -que parece simple pero funciona con plutonio, aunque sólo al principio-. El viejo loco, Doc Emmett Brown, tiene como compinche a un jovencito al que le gusta el rock, llega tarde a clases y está loco por su novia: Marty McFly. Cuando el Doc se dispone a hacer su primer viaje por la cuarta dimensión -por simple curiosidad científica-, justo lo cercan unos terroristas libios -salidos de la primera página del Manual de estereotipos hollywoodenses- que andan bastante enconados porque les robaron el plutonio que tanto les costó hurtar. Después de un par de tiros -con bazooka y todo- y de una buena dosis de mala suerte, Marty termina viajando 30 años atrás. Y así es como empieza su periplo en el buen 1955, que se torna grave cuando su madre, Lorraine, se enamora de él, y no de su futuro padre. Y, para peor, se queda sin plutonio, lo que complica considerablemente su vuelta al futuro.

Pero más allá de la trama -a esta altura, archiconocida- y de las actuaciones (Michael J Fox y Christopher Lloyd lograron una química única entre ellos), son también los pequeños detalles, como los gags y chistes inherentes a vivir la cotidianidad de la época equivocada, lo que hacen grande a Volver al futuro. Por ejemplo, cuando Marty entra al bar en 1955 y pide una “Pepsi Free” (bebida libre de cafeína famosa en los 80) y el bartender le contesta “si querés una Pepsi, tenés que pagarla” (una humorada que queda perdida en los doblajes); o la escena en la que Marty le pide ayuda al Doc de 1955 y éste no le cree que viene del futuro, entonces, le pregunta quién es el presidente de Estados Unidos en 1985, y, al enterarse de que es Ronald Reagan, dice: “¿El actor? ¡Ja! ¿Y quién es el vicepresidente? ¿Jerry Lewis?”. Y qué decir de cuando Marty toca “Johnny B Goode” en el “Baile del encanto bajo el mar” (en el que, al fin, sus futuros padres se besan, y gracias a eso no es borrado de la existencia), y uno de los músicos, un tal Marvin Berry, le dice por teléfono a su primo Chuck que ése era el sonido que estaba buscando (esta escena fue parodiada años después en Los Simpson, en un capítulo en el que Marvin Cobain llama a su primo Kurt, y le habla de la banda grunge de Homero).

La película tuvo dos continuaciones: Volver al futuro II, de 1989 (la trama se centra en 2015, de 1985 y otra vez en los eventos de 1955) y Volver al futuro III, de 1990 (en la que viajan a 1885), que completan una trilogía redondísima. Aunque, por supuesto, como la primera no hay, ya que es la más completa, principalmente porque tiene la trama menos entreverada y todas las sorpresas (las continuaciones repiten algunas fórmulas establecidas en la primera película, que funcionan como autorreferencias: Marty se golpea la cabeza y despierta en la casa de su madre -o su tatarabuela- pensando que el viaje en el tiempo fue una pesadilla, sufre un enfrentamiento con Biff Tannen -o con su tatarabuelo o nieto- en un bar, entre otras acciones repetidas).

DeLorean superstar

De la trilogía nada se volvió más icónico que la máquina del tiempo, un automóvil DeLorean DMC-12. Al punto de que “DeLorean” lleva a pensar inequívocamente en “máquina del tiempo”. El gran acierto de los creadores fue usar un auto deportivo de una marca modesta (cuando se estrenó la película, la empresa DeLorean Motor Company -DMC- ya hacía tres años que no existía, y había sido fundada en 1975) y para nada famosa a nivel mundial. Si hubiesen usado un modelo emblema de la cultura estadounidense, como un Ford Mustang o un Cadillac Eldorado, probablemente sería difícil asociarlo de forma tan directa a la película. Curiosamente, el primer boceto de la máquina del tiempo era una heladera. Pero Zemeckis y Spielberg desestimaron la idea porque no quisieron correr el riesgo de que algún niño cometiera la torpeza de meterse en su heladera -lo que demostraría que los botijas tienen avidez por viajar en el tiempo-.

El DMC-12 fue diseñado por el prolífico Giorgetto Giugiaro, con su compañía Italdesign (busque en Google y vea los hermosos autos que diseñó -y los feos también, como el omnipresente Fiat Uno-). Su color gris metalizado, sus líneas rectas y -sobre todo- sus puertas estilo “alas de gaviota” (como las del mítico Mercedes-Benz 300 SL) ayudaron a que la máquina del tiempo desbordara aspecto futurista -más allá de los chiches que le agregaron para la película, como el cablerío externo por los costados y los aparatejos detrás-. “Si construyes una máquina del tiempo en un auto, ¿por qué no hacerlo con estilo?”, dice el Doc.

¡Qué paradoja!

Toda película que implique viajes en el tiempo destapa debates sobre lógica viajera, líneas temporales, mundos paralelos y la mar en coche conducido por un nerd. Y con Volver al futuro no iba a ser menos. En internet abundan los blogs o posts en sitios como Taringa! que describen los “errores” de Volver al futuro, en los que los fanáticos se desparraman con todo tipo de análisis sobre la lógica interna de la película. Por supuesto, esos “errores” van de la mano con la naturaleza de la trama, y no son simples errores de continuidad, como hay en cualquier película.

Por ejemplo, un tema recurrente en la trilogía es el de la paradoja que implica que un personaje viaje en el tiempo y se encuentre consigo mismo. En la segunda película, Emmett Brown le advierte a Marty que el encuentro podría desintegrar la continuidad del tiempo-espacio y destruir el universo, o, simplemente, causar tal impresión que haga que ambos se desmayen (esto es lo que sucede cuando Jennifer -la novia de Marty- se encuentra con su yo del futuro). Sin embargo, cuando el viejo Biff viaja a 1955 para entregarse a sí mismo el famoso almanaque con los resultados deportivos -para hacerse millonario gracias a las apuestas- no sucede absolutamente nada. Además, así como cualquier alteración en el pasado modificaría el futuro, cuando el viejo Biff vuelve a 2015 luego de entregarse el almanaque, el futuro tampoco se ve alterado.

De cualquier manera, el debate sobre la supuesta ruptura de la lógica interna de la película queda saldado con las tres palabras mágicas: “Es una película”. Y es muy probable que con una lógica interna coherente, la trama hubiera sido un bodrio sin salida.

El futuro ya llegó

“A donde vamos no necesitamos caminos” es la frase que se manda el Doc antes de volar -literalmente- desde 1985 hasta aquel lejanísimo futuro en el que se desarrolla parte de la trama de la segunda película, el año 2015. 30 años después, por acá andamos, en la mitad de ese famoso año, que resultó ser mucho menos futurista que el que planteó la película, ya que sí necesitamos caminos, además de carreteras, rutas, bicisendas, ciclovías y hasta corredores. Y basta con echar un vistazo por la ventana para comprobar que en el cielo no hay nada ni remotamente parecido a un auto volador, los botijas no juegan en la plaza con sus skates que se burlan de la gravedad y los perros no son paseados por drones. En una escena ambientada en 2015, Marty se para frente a un cine y se asusta luego de que un tiburón 3D amenaza con comerlo. Era el anuncio de Tiburón 19. Además del uso del 3D, la película también le embocó en eso de la explotación desmesurada -ya sea con secuelas, remakes o reboots- de películas exitosas; de hecho, en este mismísimo momento en cartel hay secuelas de Terminator y de Jurassic Park. Con relación a Volver al futuro, siempre sobrevolaron los rumores sobre posibles secuelas o remakes. La semana pasada, Robert Zemeckis dijo al diario The Telegraph de Inglaterra que una remake de Volver al futuro seguramente tendría éxito financiero, dado que la trilogía original tiene una base de fans establecida, pero que su desarrollo no ocurrirá hasta que él y Bob Gale -quienes mantienen los derechos de la franquicia como creadores- estén muertos. “Para mí es indignante. Sobre todo porque se trata de una buena película. Es como decir: ‘Vamos a rehacer El ciudadano. ¿A quién vamos a conseguir para que interprete a Kane? ¿Qué locura es ésa?”, sentenció Zemeckis.

El 21 de octubre de 2015 es la fecha en la que Marty viaja al futuro. Bob Gale ya adelantó que para ese día se planean distintas celebraciones. Además, ambos creadores trabajan en la edición de un libro y un musical basados en la primera película. Poco se sabe sobre estos proyectos. El futuro dirá.