En 1989 dos científicos americanos afirmaban haber encontrado la fórmula de la fusión fría, un mecanismo que permitía generar energía renovable y limpia mediante un procedimiento simple, que suprimiría a los reactores nucleares. El descubrimiento se difundió en diarios de todo el mundo. Por entonces, el Ministerio de Energía de Estados Unidos lo declaró irrealizable. Los diarios del mundo imprimían ahora otra noticia. La fusión fría era un fraude.

Tres años después, en 1992, Colonna y Bragadoccio, los dos protagonistas de Número cero, última novela de Umberto Eco, discuten sobre la verdad de los hechos difundidos por la prensa, el rigor de la divulgación científica a propósito de los recientes experimentos con la fusión fría, y acerca de los intereses extracientíficos que podrían haber incidido en el desprestigio de las investigaciones primarias y, por lo tanto, en la manufactura de nuevas noticias funcionales al poder político y empresarial.

Colonna, protagonista y narrador de la macrohistoria de la novela, se considera a sí mismo un perdedor compulsivo. Es un traductor de alemán que ronda los 50 años cuando alguien le ofrece formar parte de Domani, un diario que nunca se editará. El proyecto es financiado por la paradigmática figura del Commendatore Vimercate, un magnate que pretende ya no divulgar el diario, sino la idea de que se está gestando una publicación dispuesta a contar la verdad de todos los hechos, con la finalidad de amedrentar a políticos y financistas.

En la contratapa del libro, el escritor Roberto Saviano -conocido por sus investigaciones sobre la camorra italiana, actualmente amenazado de muerte- afirma que el libro de Eco es “el manual de comunicación de nuestro tiempo”. Número cero no es un manual -aunque sea una palabra redituable para los compromisos comerciales de las editoriales-, es una novela con postulados que a veces aparecen en clave de parodia y otras en la voz de un narrador claramente influenciado por el métier semiológico de Eco.

Número cero es una ficción que abraza los axiomas del oficio periodístico para criticarlo desde adentro. Hace evidente que la objetividad es un concepto que no debería asociarse a la comunicación y que el periodismo -aun el que se pretende independiente- responde a un interés superior que lo precede y lo gesta. En este sentido, las empresas y las intenciones políticas son parte de un entramado que hace de las noticias productos siempre ideológicos, y el periodismo es el primer y último eslabón de una cadena de intereses que nunca es arbitraria. La realidad, antes de contarse, se genera.

Número cero discute la noción de verdad en tanto reproducción (del hecho) o reciclaje (de las noticias). En ese sentido, algunos pasajes del libro parecen retomar la distinción platónica entre ciencia y opinión como instrumentos de conocimiento de la realidad para afirmar que todo -desde la fabricación de los autos de alta gama, la muerte de Mussolini o un experimento científico- forma parte de un mismo entramado de intereses que, en última instancia, siempre necesitan un medio difusor para sobrevivir en una entidad pagana y legitimadora: la opinión pública.

La idea principal del libro es que la realidad existe porque se reproduce, pero al reproducirse deja de ser realidad. En este entendido, son los medios los que crean la epidemia del virus del Ébola poniendo en agenda a la enfermedad y son ellos quienes encuentran el antídoto cuando dejan de ubicarla en la portada. La enfermedad deja de existir virtualmente y se convierte en mito de titular, como Sergio Clavijo, “El héroe de la rambla sur”, o los enfermeros asesinos inmortalizados como “Los ángeles de la muerte”.

Uno de los aspectos destacables de Número cero es la creación de un medio de comunicación que opera sin existir. Se arma una sala de redacción, con periodistas contratados que desconocen los fines del medio para el que comenzaron a escribir. El financista del diario no pretende amedrentar con las noticias impresas, sino con la idea de un medio dispuesto a decir la verdad, noción que se relativiza durante toda la novela. A medida que avanza la historia se consolidan relaciones entre los periodistas, quienes, ávidos por escribir, asumen los consejos de Colonna como una enseñanza a capitalizar. Así, el narrador desentraña axiomas del oficio que los lectores del libro, aficionados o no a las teorías de la comunicación, pueden materializar fácilmente con ejemplos cotidianos de los medios.

La sala de redacción del diario por momentos se convierte en una escuela de periodismo -pasaje del libro que podría oficiar de decálogo-, en la que Colonna se luce como maestro, demostrando que las comillas en las declaraciones de los testigos suelen servir para aislar la subjetividad del periodista del hecho narrado en la noticia o que “no son las noticias las que hacen al diario, sino el diario el que hace las noticias”, preceptos siempre funcionales a la discusión que propone la novela acerca del rol de los medios de comunicación.

Otra idea que se evidencia en Número cero es el riesgo que corre un periodista que a modo de detective se encapricha por desentrañar la verdad sobre algo. Alcanza con evocar los casos de Carmen Aristegui en México o el de Ricardo Gabito Acevedo en Uruguay, entre tantos otros periodistas que han sido perseguidos o amenazados. En la novela, ese arquetipo es llevado adelante por Bragadoccio, un personaje que entabla un vínculo con Colonna a quien le narra los estadios de su investigación acerca de Mussolini y su escape hacia Argentina. A través de este personaje, Eco plantea otra discusión: hasta dónde llegan la libertad de expresión y la investigación periodística cuando los medios responden a intereses corporativos que, a su vez, responden a intereses geopolíticos.

Si bien el libro es un modesto manifiesto de lo que Eco entiende por comunicación, no descuida por ello los aspectos literarios. En este sentido, construye de forma certera el arquetipo de sus personajes, aun sin profundizar en sus respectivas personalidades. Genera una trama con alteraciones temporales que mantienen alerta, sobre todo porque la historia transcurre en el acotado plazo de tres meses; y ensambla una historia de amor que, si bien no es sustancial, tampoco genera ruido en el relato.

Al situar la novela en 1992, cuando internet todavía afinaba protocolos y avanzaba hacia el auge posterior a nivel mundial, las críticas y reflexiones acerca del periodismo que abundan en el libro obvian, por anacrónicos, los nuevos paradigmas de comunicación que supuso la era digital, en la que, en favor de la inmediatez, el periodismo ha regresado a plataformas telegráficas como Twitter, acotando sus posibilidades de análisis en primera instancia, en pro de la reproducción aquí y ahora.

En su libro Traficantes de realidad (1997) Marcelo Jelen decía: “Mientras Heisenberg se ganaba su premio Nobel por admitir que el conocimiento de la física apenas era posible como aproximación, los periodistas -más cerca del arte que de la ciencia- han hecho un oficio de traficar con realidad. El truco es tan bueno que la mayoría de los clientes de los medios periodísticos suponen que lo que éstos difunden es la realidad. Hasta los periodistas y sus patrones lo creen, aunque sólo estén mostrando un grano de polvo posado sobre un jirón de una costura de esa pelota de fútbol imposible de patear que es el universo. Es una realidad desvariada, una alucinación: la noticia se instala en las mentes como si fuera un hecho”.

Número cero no es en esencia una novela crítica, sino la captación de una idiosincrasia del oficio periodístico en la que los medios de comunicación son siempre instrumentos y no fines. Un libro ágil, que discute el lugar de la realidad y la pretensión de verdad en las noticias, que supera los localismos italianos para lograr una historia universal sobre el poder de los medios y los intereses a los que responden.