El mundo de este siglo XXI se nos presenta cada vez más ancho, o lejano más bien, y cada vez más ajeno. Al menos es la sensación que uno siente al intentar entenderlo.

Una maraña de corporaciones de todo tipo, bancos, consultorías, fondos de inversión, fondos de especulación, fondos de riesgo, fondos de seguros, etcétera, lo envuelve y nos lo aleja. Y allá arriba, como para acentuar la sensación de lejanía y ajenidad, en la “nube” que le dicen, “navegan” transacciones financieras, compra y venta de acciones de todo tipo de empresas, cambios de monedas, en fin, navegan fantásticas cantidades de “valores intangibles” a las fantásticas velocidades de la luz. Abruma pensarlo.

Y aquí abajo estamos nosotros. Orgullosos de haber concluido un largo proceso electoral, en el pleno ejercicio de nuestra libertad y nuestra condición de ciudadanos, depositarios de la soberanía nacional. Orgullosos de nuestra democracia y de nuestras mejores tradiciones culturales, aquellas que ni dictaduras oprobiosas ni autoritarismos han podido desarraigar, y que sustentan nuestras costumbres republicanas y nuestro espíritu de tolerancia.

Hasta aquí todo bien. Pero la “nube” está ahí. Y tras ella sus protagonistas, las megacorporaciones transnacionales. Que nadie se engañe. Ellas no habitan la nube. Operan en la nube, pero son tan terrenales como nosotros, aunque se instalan preferentemente en los dominios de las grandes potencias, en particular Estados Unidos, y desde luego su aliado fiel, la Gran Bretaña, por las facilidades que ofrecen en materia tecnológica, influencias políticas y supremacía militar.

Su negocio es hacer dinero. Si su actividad se orienta hacia la producción de bienes, su carácter transnacional les posibilita, por la vía del fraccionamiento de los procesos productivos y su deslocalización y relocalización, extraer el máximo de plusvalía del trabajo asalariado, con niveles de explotación que ya han llegado a escandalizar a la misma Organización Internacional del Trabajo. Si su actividad se orienta más bien al mundo de las finanzas, bancos y fondos de todo tipo -como ya mencioné- han logrado repetir el milagro bíblico de la multiplicación de los panes y los peces, pero ya no en la multiplicación de bienes, sino en la del dinero, y ya no para repartirlo -¡faltaba más!-, sino para acumularlo.

Su éxito requiere la plena libertad para sus operaciones. Nada de regulaciones, nada de normas proteccionistas. Desregulación plena de la economía de las naciones y del comercio mundial de bienes, de servicios. Son el fruto dorado del neoliberalismo, impuesto urbi et orbi en las últimas décadas del siglo XX.

Y desde luego, requieren ámbitos de reserva, de secreto, indispensables en el mundo de los negocios. La democracia no es propia de ese mundo. ¿Cómo resolver este dilema cuando se trata de negociar con Estados que se rigen, más o menos, por normas democráticas y ámbitos públicos de debate y decisión? La “gobernanza” lo resuelve.

¿Gobernanza? ¿Qué cosa es ésa? Desasnémonos pues. Y nada mejor para ello que recurrir a Wikipedia, esa democrática enciclopedia que internet pone a nuestra disposición.

Para empezar, y ya aprendiendo algo, la gobernanza de las naciones presupone la globalización. ¿Y qué es la “globalización”?

“La globalización, o mundialización -según nos dice Wikipedia-, es un proceso económico, tecnológico, social y cultural a gran escala [...]. Se caracteriza en la economía por la integración de las economías locales a una economía de mercado mundial donde los modos de producción y los movimientos de capital se configuran a escala planetaria (‘nueva economía’) cobrando mayor importancia el rol de las empresas multinacionales y la libre circulación de capitales junto con la implantación definitiva de la sociedad de consumo”.

Sus rasgos definitorios son:

  • La apertura de mercados nacionales en un mercado global regido por el libre comercio.

  • Las fusiones entre empresas y la constitución de multinacionales que posibilitan las deslocalizaciones y relocalizaciones de sus centros de producción, buscando el bajo costo de la mano de obra, exenciones tributarias, etcétera.

  • La eliminación de empresas públicas mediante el impulso a las privatizaciones y la reducción de la presencia del Estado en la economía, ya sea en la producción como en las regulaciones y controles.

  • La desregulación financiera internacional y la libre circulación de capitales.

Impuestos ya de los rasgos de la globalización veamos qué es eso de la “gobernanza”.

Siempre de acuerdo con Wikipedia, es un concepto de reciente data “para designar la eficacia, calidad y buena orientación de la intervención del Estado, que proporciona a éste buena parte de su legitimidad, en lo que a veces se define como una “nueva forma de gobernar”, en la globalización del mundo posterior a la caída del muro de Berlín (1989)”.

Según el Banco Mundial (BM), encargado (¿por quién?) de la gestión de la gobernanza, ésta se refiere al conjunto de instituciones, formales e informales, que determinan el modo en que es ejercida la autoridad en determinado país. El Indicador Mundial de la Gobernanza (IMG), elaborado por el BM de acuerdo a los factores arriba señalados, da la idea del buen o del mal gobierno: “En un sistema democrático, la legitimidad proporcionada al gobierno por las urnas se busca renovar constantemente con la ‘buena calidad’ de su ejercicio o gobernanza, medida con los modernos métodos de la demoscopía”.

¡Epa! Aquí es donde nuestro orgullo democrático, legítimo orgullo, se nos arruga un poco. ¿Así que además de la legitimidad de las urnas, necesitamos renovar esa legitimidad mediante el IMG? ¿Quién lo decidió? ¿Cuándo y dónde? ¿Quién fija ese valor?

Vuelvo aquí a la maraña de las megacorporaciones y el modo en que ejercen su dominación, porque allí tenemos las respuestas a esas preguntas. Ocurre -y claro, no es pura casualidad- que en las nóminas de los organismos como el BM y el Fondo Monetario Internacional, y en lugares clave, figuran no pocas personalidades relevantes provenientes del mundo de las corporaciones (y ya que estamos, agrego que ocurre lo mismo en la composición de los tribunales que dirimen los litigios entre corporaciones y Estados derivados de la interpretación de cláusulas de tratados o acuerdos comerciales). ¿Cómo sorprenderse entonces de que instituciones integrantes de la constelación ONU terminen estando al servicio de los lobbies de las corporaciones?

Como esto se ha hecho largo, el lector puede, sin dificultad, extrapolar las debidas conclusiones acerca de la relación que lo anterior tiene con nuestras discusiones domésticas alrededor del TISA y sus aledaños.

Por eso termino por aquí, y vuelvo a los titulares de esta nota: ¿Democracia o gobernanza? ¿La soberanía de los Estados o la dominación de las corporaciones? That is the question.