Hace poco, la editorial argentina El Cuenco de Plata anunció sus planes de publicar las Obras completas de Felisberto Hernández, en tres volúmenes. Por el momento, no hay datos sobre una fecha concreta de aparición de estos libros, pero, hasta entonces, los devotos de Felisberto tenemos con qué entretenernos.

Para empezar, la misma editorial reeditó en mayo Felisberto Hernández, vida y obra, el imprescindible trabajo de José Pedro Díaz, publicado originalmente hace 15 años. Podemos pensarlo, por un lado, como el compendio de las lecturas e indagaciones de Díaz sobre su admirado Felisberto, y, por otro, como el texto más abarcador y ambicioso disponible por el momento.

Esto no quiere decir que, con todas sus virtudes y sus méritos, esté libre de defectos. Así, quizá la sección menos satisfactoria sea la biográfica, que se siente fragmentaria y demasiado dependiente de cierto conocimiento previo, a la vez que poco fluida en tanto relato de la vida del biografiado. Abundan las repeticiones, las vueltas aparentemente injustificadas a ciertas anécdotas y un continuo ir y venir cronológico que alude a acontecimientos que se adivinan señeros pero que no terminan de quedar del todo construidos en el texto, como un homenaje temprano al autor (1935), del que terminamos sabiendo poco y nada (página 44).

Quizá valga la pena señalar, entonces, que todavía no hay una biografía de Felisberto Hernández a la altura de su lugar en la literatura de habla hispana del siglo XX. Mientras ese texto no se materialice, el aporte de José Pedro Díaz, con todos sus defectos, es de cualquier manera imprescindible.

Es la segunda parte del libro, la de la “obra”, el punto fuerte de la propuesta. Díaz examina una división en tres períodos de la producción de Felisberto y expone, como en una suerte de primer recorrido completo por un continente virgen, sus líneas fundamentales. La lectura es convincente y fértil, especialmente en relación con la etapa de esa “trilogía de la memoria” a la que se integran “Por los tiempos de Clemente Colling” (1942), “El caballo perdido” (1943) y la póstuma “Tierras de la memoria” (1965), pero señalar esto no comporta novedad alguna. Otros momentos de especial interés del trabajo de José Pedro Díaz son su lectura del cuento “La casa inundada” y su puesta en relación de los relatos de Felisberto con los del escritor francouruguayo Jules Supervielle, que ejerció sobre el autor de “Las hortensias” un marcado (en cartas, en la narrativa, en anécdotas recogidas por terceros) y profuso magisterio.

Obra incompleta

También por estos días, Ediciones del Caballo Perdido (oportunamente para un proyecto editorial de nombre tan felisbertiano) y Ediciones Cruz del Sur lanzaron en conjunto Felisberto Hernández, obra incompleta, una cuidada y abundante selección de textos prologada y anotada por Óscar Brando, quien además estableció los textos.

Es cierto que, en un mercado editorial en el que las selecciones de relatos de Felisberto no son precisamente escasas (cabe mencionar Cuentos reunidos, de la editorial argentina Eterna Cadencia, más Tres novelas longevas, de Criatura Editora, que reúne las ya mencionadas novelas de la memoria, Libros sin tapas y Las hortensias y otros relatos, de El Cuenco de Plata, la versión historietística de “Las Hortensias” dibujada por Renzo Vayra y publicada también por esta editorial argentina, además de no pocas ediciones de diferente calidad publicadas por Banda Oriental y todavía hallables en librerías montevideanas), una nueva selección incompleta de textos puede parecer algo un poco superfluo, pero es justo señalar que el libro armado por Brando acusa el interés especial de ofrecer textos autobiográficos (en particular la “Autobiografía literaria” en tercera persona que escribió Felisberto en 1963, un año antes de morir) ausentes de las selecciones recién mencionadas, de reproducir completos los primeros “libros sin tapas” (la designación grupal es debida a José Pedro Díaz: se trata de Fulano de tal, de 1925, Libro sin tapas, de 1929, La cara de Ana, de 1930, y La envenenada, de 1931) y de incorporar una selección de “fragmentos” (página 28) del inacabado y fascinante “Diario del sinvergüenza”, casi con certeza el último proyecto narrativo acometido por Felisberto.

Es especialmente destacable el uso de abundantes notas a pie de página como manera de aportar información sobre la génesis y la historia de las publicaciones, que sirve a Brando para consignar variantes y decisiones a la hora de establecer los textos.

Curiosamente, el punto débil del volumen está en el desprolijo prólogo del compilador, que en sus peores momentos se lee apenas como un conjunto de notas. Este texto, pensado para un primer intento de publicación del libro, data de 2002 y fue retomado este año ante el pasaje a dominio público de los derechos de autor, en tanto, según consigna Brando, fue la falta de acuerdo con los herederos lo que imposibilitó la salida del libro hace 13 años. Sin duda, la ocasión debió dar pie, más que a un añadido de notas y títulos en cuanto a la bibliografía consultada, a una revisión profunda que convirtiera este prólogo en un texto a la altura de las circunstancias. La intención, según leemos en la nota “Esta edición” (páginas 27-29), fue siempre atender al interés del “público menos especializado”, pero, en su zigzagueo por los aportes de la bibliografía crítica, Brando logra dar la impresión de estar un poco mareado o transitando -junto al pobre lector “no especializado”- por arenas movedizas. Es decir: nada de lo que señala Brando logra ofrecer una lectura enfocada, esclarecedora, fértil o siquiera atendible de la obra del autor que lo ocupa, quizá porque él mismo no alcanza a vislumbrarla, quizá porque no se las arregló para exponerla satisfactoriamente. Es una pena, entonces, que un libro que podría haber resultado un aporte de cierta importancia a la bibliografía de Felisberto termine siendo malogrado -si cabe decir tal cosa de un libro que incluye “El caballo perdido” y “La casa inundada”, por supuesto- por la torpeza de su prologuista.