Ha dicho que pasa mucho tiempo en bares. Uno espera eso de un irlandés, y más cuando se trata de un escritor dedicado a la novela negra, pero parece que cuando llegó a Montevideo por el II Festival de Literatura Negra se enfrentó a un nuevo desafío: “Es muy difícil comprender cuándo están abiertos los bares y restaurantes. No es lógico -dice, levantando la voz-. Abren las horas en las que no hay sol, eso es muy peculiar. Y qué tranquilos...”.

Si se conoce su obra, es paradójico descubrir a una persona encantadora y risueña, que pelea por conversar en español y cambia la entonación para reforzar las respuestas. El creador de Charlie Parker lleva al límite la fusión entre la novela negra y lo sobrenatural, mientras retrata de manera sutil el vínculo de Estados Unidos con los más vulnerables, aunque reconoce que los lectores de policiales no buscan lecciones morales: “A veces me siento un poco culpable al tener estas conversaciones, porque la gente no lee las novelas de crímenes por una cuestión social, o por lo menos no principalmente, ya que lo que buscan es entretenerse. Uno no siempre quiere leer Anna Karenina en un avión. Pero es posible ir introduciendo muchas otras cuestiones bajo la guía del entretenimiento. El escritor fracasa si ese comentario social se vuelve obvio, porque a nadie le gusta que lo prediquen, y por eso es necesario un acto de equilibrio”.

En su última novela traducida al español, El invierno del lobo, los personajes matan por elección y por avaricia: en la comunidad residencial de Prosperous se investiga la muerte de Jude, un tipo que vivía en la calle. El pueblo es rico, tiene un futuro asegurado y rechaza a los extranjeros. Están dispuestos a hacer lo que sea para proteger a los suyos y mantenerse aislados de la miseria y la ruina del mundo: “Para los primeros colonos, el nombre había sido mitad plegaria, mitad aspiración. Ahora reflejaba la situación real del pueblo: Prosperous tenía la renta per cápita más alta de Maine”, se dice casi al comienzo. El que interrumpe la calma ominosa del lugar es el maldito Charlie Parker, siempre dispuesto a compadecerse y a vengarse, mucho más cuando la víctima es un paria.

Connolly reconoce que su sensibilidad como escritor es muy cercana a la hispana o la latina en general. “No me va muy bien en Alemania ni en Escandinavia, porque son sociedades muy racionales; la recepción de mi obra es buena en países donde la gente se siente afín a lo metafísico, a la mitología, al folclore y a la religión. Los países donde predomina lo racional rechazan los elementos sobrenaturales porque no cuentan con esa tradición. Es posible que eso radique en la diferencia entre la tradición católica y la protestante, porque en países como Francia o España, y en toda Latinoamérica, mis libros son muy bien recibidos. La culpa es de la reforma [protestante]”, bromea.

El irlandés introduce el misterio en sus novelas de forma lateral a la realidad, de manera que lo sobrenatural convive con el policial en escenarios absolutamente reales. Con respecto a esta particular hibridez, opina que los lectores sintonizan con ella porque los humanos no sólo somos seres racionales, e incluso “nos comportamos más emocional que lógicamente. Pienso que muchos lo comprenden, porque los humanos incluso hacemos cosas que van en contra de nuestros intereses. Y mientras más averiguamos sobre el universo a nivel cuántico, más extraño nos resulta, porque no se guía por las reglas que nosotros creíamos que lo guiaban. Tanto nosotros como el universo nos contradecimos constantemente”.

Para él, el racionalismo no es una forma apropiada de comprender la totalidad del mundo. Cree que en sociedades como “las nuestras” existe un instinto natural para comprender esa coexistencia con lo sobrenatural, y que la ficción no tiene una obligación con la realidad sino con la verdad. De lo contrario, ¿qué sentido tendría leer novelas de fantasía?, pregunta.

Para quienes son escépticos respecto de lo sobrenatural, Connolly dedica mucho trabajo a crear tramas y escenarios realistas, además de delinear cuidadosamente a los personajes, de modo que “cuando se comienza a introducir esos elementos extraños, a los lectores se les vuelve difícil hallar el punto de separación entre lo que es real y lo que no. Es un truco de magia, en el que uno no quiere que otros descubran los mecanismos. A la gente se le enseñó que no le debía gustar este tipo de libros, pero finalmente la terminan seduciendo. En cada uno de mis trabajos llevo al límite lo sobrenatural y la realidad, y ahora mis novelas son mucho más extrañas que al comienzo. De hecho, en la última fui tan lejos que no puedo regresar. Ya estamos todos perdidos en el bosque”, admite.

Entre la ley y la justicia

El escritor se detiene en la distinción entre las novelas negras de detectives privados y las novelas policiales: dice que estas últimas son las que están al servicio del Estado, mientras que el detective privado no tiene una obligación con el Estado sino con el individuo. Para ser más preciso, afirma que el origen de las novelas de detectives privados está en los libros sobre el Lejano Oeste estadounidense, con sus hombres solitarios que actúan en beneficio de otros, como en el caso del clásico Shane [de Jack Schaefer]. De manera gradual -sostiene-, se da una transformación del western en policial, y se crean en California, hacia 1880, las novelas de detectives. “California, en particular, estaba dominada por las compañías ferroviarias, porque si se controlaba el movimiento de bienes y de personas, se controlaba la economía. Si sos pobre o vulnerable y te ponés en el camino de las compañías, no te van a defender ni las fuerzas del Estado ni la ley. En ese caso, ¿a quién acudís? No es posible hablar con la Policía, porque a ellos no les importás. Es en esos casos que se acude al detective privado”.

De este modo, los detectives se vuelven menos funcionales al sistema y amplían la brecha entre la ley y la Justicia: el policía centra su acción en la ley; el detective, en la justicia. En esas novelas, los detectives privados “sólo actúan para los pobres y las personas vulnerables. Víctor Hugo dice: ‘Las personas que no tienen pan para comer siempre tienen razón’, y el detective privado siempre está del lado de los débiles. Es una motivación muy liberal, de conciencia social”, explica.

Cuenta que la novela negra es su pasión, y que cuando comenzó a escribir su primer libro quiso crear un híbrido entre ese género y la de fantasía. Algo que, según destaca, no es muy típico, precisamente porque la novela negra tiene origen en lo racional, y lo sobrenatural es la encarnación del antirracionalismo.

Aquella primera novela, Todo lo que muere (ganadora del Shamus Award 1999, finalista del Bram Stoker Award y del Barry Award), presentó a un Parker quebrado y desesperado mientras buscaba al asesino de su familia. En El invierno del lobo, Parker decide no morir, probablemente movido por todos los desclasados que lo necesitan. Ante la pregunta de cómo se fue gestando este enigmático detective, Connolly responde que fue un proceso muy natural. Reconoce que tal vez desde su segunda novela hasta la cuarta haya mantenido una suerte de autocontrol, porque había quedado muy sorprendido por el impacto del primer libro. Pero dice que luego se dio cuenta de que podía estar escribiendo por mucho tiempo. Y en vez de firmar un contrato con la editorial, decidió descansar de Parker. En ese entonces escribió Malvados (2003) y Nocturnos (2004) para ver “qué escritor quería ser”.

Luego de aquel descanso supo qué quería hacer en lo sucesivo con Parker: su intención era que se pudiera leer cada libro por separado, sin que fuera necesario seguir la saga, e incluso que las novelas se pudieran leer en cualquier orden. Sin embargo, señala que leyéndolas en el orden en las que fueron publicadas se puede percibir un cuadro general de fondo, “algo que no es para nada típico en las novelas negras, pero sí en las de fantasía o las novelas históricas. Seguramente porque los escritores, los editores y las librerías quieren que, si no está disponible o se agotó el primer libro, se pueda leer cualquiera de los otros. Ésa no es una decisión artística sino comercial, y yo creo que es posible que funcione de las dos maneras”.

Así, en este período de 16 años el personaje de Parker comenzó a formar parte de un proceso prolongado y natural, “y fue lo mismo para mí que para los lectores: un proceso de descubrimiento”, reconoce.

Los lectores comprendemos mucho más acerca de Parker en esta última novela centrada en el pueblo Prosperous, al que Connolly define como un caso extremo de las comunidades cerradas que se pueden localizar en distintos sitios “salvo Irlanda”. “Existen obligaciones sociales para todas las personas, pero si se vive en una comunidad cerrada, uno empieza a olvidarse de esas obligaciones con los demás, o por lo menos empieza a ignorarlas. Me gustan muchas cosas de Estados Unidos, pero no esa diferencia entre ricos y pobres. Y, como dije antes, las novelas de detectives privados siempre están del lado de los pobres. Ni a mí ni a nadie le gustaría leer una novela de detectives privados en la que el investigador sirva al interés del rico sobre el del pobre”, asegura.

Cuando el autor habló en el Centro Cultural de España, un público variado se reía y asentía enfáticamente. Es que Connolly es mucho más que un escritor que habla sobre su propia obra: también es un narrador oral que seduce y crea nuevos relatos mientras reflexiona, como un verdadero personaje que no olvida su destino, la literatura.