En abril de 2013 salió a la venta la primera novela de Robert Galbraith, un investigador de la Policía Militar británica que en 2003 devino empleado de una empresa de seguridad y, con The Cuckoo’s Calling, un best seller internacional (a fines de su año de edición ya contaba con su versión en español, El canto del cuco). Claro que detrás del novel autor está JK Rowling, que bajo seudónimo (para desligarse de toda vinculación con el mundo mágico y adolescente de su mayor éxito, la saga de Harry Potter), comenzó una nueva serie de novelas, esta vez protagonizadas por Cormoran Strike, ex combatiente en la guerra de Afganistán, detective privado e hijo de la estrella de rock Jonny Rokeby, y su asistente, Robin. La tercera entrega, Career of Evil, está programada para octubre de este año.

El gusano de seda, segunda novela de la saga, comienza con un epígrafe de Thomas Dekker, dramaturgo del período jacobino (para mayor claridad, contemporáneo, aunque un poco menor, de Shakespeare), y cada capítulo suma a una larga lista de autores y obras de lo que fuera la época más fértil del teatro inglés y, acaso, mundial. Se establecen así dos líneas de interpretación. Por un lado, las citas, al margen de la trama, son un comentario, un anticipo o una humorada en referencia a lo que sucede en cada capítulo. Por otro, al ser algunas de ellas comentadas largamente en la propia trama por los personajes (varios de los cuales son estudiosos de las llamadas “obras de venganza” del siglo XVII), las citas establecen un diálogo más poderoso con el texto central y actúan como verdaderas disparadoras de la acción, esclareciendo algunos hechos, precipitando otros y ofreciendo pistas para la resolución de un truculento crimen que tiene como centro un libro dentro del libro.

El escritor Owen Quine (habría que ver si la semejanza de su apellido con el del borgeano Herbert Quain es intencional o accidental) ha desaparecido poco después de dar a su agente su última (y provocativa) novela, titulada Bombyx mori (nombre científico del gusano de seda). En ella aparecen gran parte de los amigos y rivales del resentido escritor, presentados en una horrible alegoría del fracaso. Con escenas plagadas de una sexualidad retorcida y una violencia sádica, es natural que la impublicable obra se convierta en tabú en el mundillo editorial. En este marco, Leonora, esposa de Quine, solicita a Strike ayuda para buscar a su marido. La trama, que parece sencilla a simple vista, se va enroscando y se vuelve peligrosamente atractiva y enojosamente complicada para el detective, que termina por comprometerse de lleno en la investigación.

Junto con el intertexto establecido por las citas y epígrafes (a los que deben agregarse menciones a Catulo y al complejo viaje religioso que es el clásico El progreso del peregrino, de John Bunyan), el gran texto que corre paralelo a la novela es la obra de Quine, misteriosa y profusa en símbolos y sangre. Junto con las otras novelas y ficciones de sus colegas se establece un entramado denso de comentarios en los entresijos del mundillo literario, tan cercano a la traición, la venganza y el escarnio. Esto hace que El gusano de seda avance a la vez por varios carriles, algo que puede ser visto como su principal debilidad. La dispersión que provocan las largas parrafadas metaliterarias, los elaborados (y no tanto) witticisms de Galbraith, su retrato detallado de la decadente comunidad librera londinense (realista y poblado de personajes con nombre y moral dickensianos), sus abandonos habituales a un sentimentalismo impuesto pueden alejar a algunos lectores al tiempo que capturar a otros.

La novela, de una prosa simple y pulida, ni escueta ni genial, se mueve con vigor y desenvoltura, dejando imágenes que impactan por su fuerza y dramatismo, más en la descripción de personas que en la de situaciones; mejor cuando se detiene para nombrar y caracterizar personajes, en darles vida auténtica mediante una detallada pintura de su aspecto físico, su ropa, su voz y sus gestos que cuando expresa el horror, lo abyecto y lo prohibido de la conciencia humana.

El gusano de seda, además de divertir, sorprende por el equilibrio entre lo que pretende y lo que logra. No por la destreza literaria de la autora ni por la trama (con algunos descuidos pero en general elaborada al detalle, en base a espejos y espejismos de nombres e identidades, de libros que se reflejan y se niegan, de dobles que se buscan, de opuestos que se vuelven uno, de laberintos de palabras que nos pierden en la etimología y el devaneo de las connotaciones puras). No sorprende por la imaginación descarnada y florida de Robert Galbraith, que, después de todo, no deja de ser Rowling con disfraz. Tal vez ella encontró en la novela negra cómo dejar atrás las aventuras inocentes y maravillosas, y en Robert Galbraith (como John Banville en Benjamin Black, por otras razones y con otros resultados) halló un descanso, una oportunidad de ser otro, ese oscuro deseo escondido en cada escritor y en cada asesino.