David Simon es todo un personaje, al que los periodistas suelen interrogar no sólo como a un artista de gran creatividad, sino también como a un experto en cada tema que elige presentar en sus series, y no es para menos.

Para empezar, Simon no es, en principio, un hombre formado en el mundo de la televisión, sino en los del periodismo, el sindicalismo y el ensayo investigativo; hijo de un periodista, se inició en la profesión paterna trabajando durante 13 años en la sección de policiales de The Baltimore Sun -principal diario de la ciudad a la que emigró desde su Washing-ton DC natal y que se volvería su hogar-, hasta que, luego de encabezar un conflicto sindical con ese periódico, se decepcionó de él y del periodismo en general, y se retiró durante un año para escribir sus experiencias como cronista policial en la novela semificcional Homicide: A Year on the Killing Streets (1991). El libro fue un éxito crítico y popular y llamó la atención del director Barry Levinson -también oriundo de Baltimore-, que lo convirtió en un proyecto televisivo llamado Homicide: Life on the Streets, para el que Simon fue llamado en un principio como asesor y luego como guionista.

La serie, aunque convencional en relación con el trabajo posterior de Simon, causó una gran impresión gracias a su realismo callejero y duró seis temporadas, durante las cuales él pudo renunciar a su trabajo en el diario y foguearse en el lenguaje televisivo. Eso le permitió hacerse cargo de un proyecto más personal, una miniserie para HBO llamada The Corner (2000), basada en uno de sus libros, que era una visión muy áspera del mundo de los drogadictos y traficantes de Baltimore. La mirada de Simon sobre ese mundo marginal era completamente distinta de la del paternalismo moralista con el que la televisión solía tratarlo; él, en cambio, mantenía un distanciamiento crítico, sin juicios fáciles ante un problema para nada simple. Pero ni aun el violento hiperrealismo de The Corner hacía prever lo que sería su siguiente proyecto -cuando ya asumió tareas totales de guionista, ideólogo y hasta director- para HBO: lo que muchos consideran lo más grande que se haya visto en televisión dramática, The Wire.

Resumiendo ciudades

Exagerando un poco, se podría decir que la serie The Wire, emitida por HBO de 2002 a 2008, dividió radicalmente a la audiencia, entre quienes creen que fue la mejor serie de televisión de todos los tiempos y quienes no la vieron. Aunque cada tanto se encuentre a algún detractor que protesta por lo abigarrado de su trama o lo hermético del slang de los personajes, The Wire es reconocida unánimemente como la que tal vez sea la mayor demostración de las posibilidades artísticas hasta aquel momento no explotadas de la televisión. En principio parecía un desarrollo, más detallista e hiperrealista, de los temas que Simon ya había explorado en The Corner y Homicide, es decir, una visión desglamurizada de la guerra a las drogas y la vida callejera, pero estaba planteada como un panóptico social, que superaba al simple enfrentamiento de policías y traficantes para insertarlos en el contexto social de la ciudad de Baltimore, revelando los vasos comunicantes que iban desde la degradación de los tugurios de heroinómanos hasta el lujo de las fiestas de la clase política.

Una idea ambiciosísima y extrañamente exitosa que, siguiendo el hilo de una trama policial, podía abandonarla completamente para dedicar cada una de sus temporadas a la representación principal de un ámbito y una clase social de Baltimore: el ámbito de los policías y los dealers en la primera, el del sindicalismo portuario en la segunda, el de la alta política en la tercera, el de la juventud delincuente en la cuarta y el del periodismo en la quinta, alcanzando picos de emoción y calidad inéditos en la segunda y cuarta temporadas, y apenas bajando levemente la calidad al final, pero redondeando un clásico al que sólo se puede comparar con obras de la literatura o el cine, ya que aún no existe un producto televisivo comparable con esta obra coral, riquísima en situaciones, diálogos y desenlaces inesperados, y teñida de una clara visión marxista que Simon siempre ha sido renuente a admitir, pero que emerge claramente de ese caleidoscopio que muestra el enfrentamiento entre distintas clases de opresión, especialmente la racial y la económica, dirigidas por los mismos titiriteros de siempre.

De la guerra de clases interna y secreta de Baltimore, Simon pasó a otro conflicto más explícito y conocido mundialmente, el de Irak, cuando adaptó en formato de miniserie el libro de experiencias en dicha guerra del reportero de Rolling Stone Evan Wright. A pesar de su excelencia narrativa y técnica, Generation Kill fue recibida como un producto menor y de alcance limitado en comparación con el torrente de ambientes y personajes que había presentado The Wire. Sin embargo, el siguiente proyecto de Simon fue claramente tan ambicioso como su saga de Baltimore, con la cual tenía significativos parecidos y diferencias. Treme -escrita nuevamente con su colaborador de Homicide, Eric Overmyer- también era la historia de una ciudad, pero esta vez la de la Nueva Orleans inmediatamente posterior al pasaje del huracán Katrina, que casi la destruyó por completo. Bautizada en honor al barrio Tréme, de Nueva Orleans, comenzaba -haciendo una magnífica elipsis- tres meses después del Katrina, presentando una serie de personajes que reconstruían sus vidas luego del desastre. Buena parte de la estructura de The Wire estaba allí: una historia coral en la que la auténtica estrella era la ciudad, la iracunda denuncia de la desidia gubernamental, el corte transversal a lo largo de varias clases sociales claramente diferenciadas, los diálogos fragmentarios y callejeros... Pero al mismo tiempo se diferenciaba nítidamente al presentar rostros muy conocidos (John Goodman, Steve Zahn, David Morse y varios de los actores que se habían hecho conocidos en The Wire), en el papel central de la música (que en The Wire había sido muy ocasional y estrictamente diegética) y, sobre todo, en un espíritu mucho más positivo que el ambiente generalmente nihilista de la serie anterior. Treme era un canto a la resiliencia de una ciudad y a la belleza de su música (interpretada por leyendas locales de Nueva Orleans) y sus habitantes. Una serie que, sin soltarles el pulso a la desigualdad, la violencia y la incompetencia, tenía también mucho de celebratorio y de color.

A pesar de su mayor luminosidad, Treme nunca llegó a impactar en el público y la crítica como las obras anteriores, y subsistió durante cuatro temporadas sin llegar jamás a volverse un fenómeno de audiencia o de reseñas. Posiblemente esto se haya debido a una mayor fragmentación de la historia, que ahora además estaba carente de ganchos de intriga y violencia (más allá de sus observaciones sociales y sus innovaciones, The Wire nunca dejó de funcionar como policial), pero como Simon ha afirmado sin falsa modestia, prácticamente todo en Treme está a la altura de lo mejor de cualquiera de sus series anteriores, y es aconsejable volver a verla sin demasiada ansiedad y sin las expectativas desmedidas que pesaron sobre ella en su momento.

Luego del final sin mayor pena ni gloria de Treme en 2013, Simon anunció un proyecto que hizo a muchos melómanos babearse; fanático de la errática pero deslumbrante banda irlandesa The Pogues, a una de cuyas canciones le había dado un lugar de honor en The Wire, el escritor hizo saber que estaba trabajando junto a uno de sus integrantes, el guitarrista Philip Chevron, en un musical basado en las canciones y la historia de ese volátil grupo. Desgraciadamente, Chevron falleció ese mismo año, víctima de un cáncer, y el proyecto Pogues quedó, al menos de momento, relegado al cajón de las posibilidades.

De vuelta al frente

Simon permaneció en silencio sobre otros proyectos durante los siguientes meses, pero los disturbios raciales en Baltimore en abril de este año, en reacción a la muerte en circunstancias dudosas, luego de ser detenido por la Policía, del joven negro Freddie Gray, lo convirtió en una voz buscada por los medios en su carácter de experto en las fricciones raciales de la ciudad.

No obstante, casi sin avisar, se supo recientemente que Simon había completado la adaptación, guionado y producción de una nueva miniserie que lo devuelve a la cocina de la política y los conflictos sociales estadounidenses, tal vez su tema favorito. Show Me a Hero (Muéstrenme un héroe), miniserie de seis episodios que se estrena este viernes, adapta un libro de la periodista de The New York Times Lisa Belkin que cuenta el periplo de Nick Wasicsko, en su momento el alcalde más joven de Estados Unidos, quien tuvo que administrar su comunidad ante una orden federal que lo obligaba a permitir la construcción de viviendas públicas no segregadas en la otrora predominantemente blanca comunidad de Yonkers (Nueva York), con todo el revuelo social producido por ello.

Aunque Show Me a Hero está ambientada hace casi 30 años, su temática racial está más vigente que nunca, lo que tal vez haya facilitado la realización de una miniserie con tan pocos ganchos a priori, ya que está situada en el ámbito más burocrático y miserable de la política, sin siquiera los hilos policiales que atravesaban toda The Wire, y sin las escenas de sexo que parecen inevitables en la televisión de cable actual. Sin embargo, Simon ha demostrado ser un maestro en el arte de atrapar al espectador no con maravillas, sino con los elementos más vulgares, grises y cotidianos, y quienes han tenido acceso al preestreno de Show Me a Hero dicen que lo ha vuelto a conseguir. En todo caso, el héroe está de regreso.