-¿Por qué hay tantas dificultades para explicar que la ciencia y la tecnología tienen mucho que ver con el desarrollo del país?

-Creo que el principal problema tiene que ver con nuestra historia, porque en Uruguay estamos en un momento de transición. Si uno mira la historia de los países desarrollados hay tres niveles: un primer nivel de desarrollo que incluye solamente la venta de materia prima -que te permite lograr niveles de PIB [Producto Interno Bruto] per cápita de entre 3.000 y 5.000 dólares-; después hay otro nivel, el del aumento de la eficiencia de la producción y venta de materias primas, que sería el nivel en el que está Uruguay ahora, con niveles de PIB per cápita de entre 13.000 y 15.000 dólares. Para dar un salto hacia adelante, hacia el tercer nivel, hay que saber que ningún país lo ha hecho sin la incorporación intensiva de conocimiento e innovación. Esto es algo que la mayoría de la gente no sabe o no asume, y es un problema que tienen la clase política, empresarial, sindical y también la académica. Nos ocupamos poco del desarrollo y de compararnos con otros lugares. Nosotros no tenemos por qué copiar a nadie, pero tampoco hay que pensar que vamos a inventar la rueda. Ningún país logró aumentar la riqueza y distribuir sin incorporar valor agregado mediante el conocimiento. ¿Cuánta gente lo tiene claro al punto de tomar decisiones en función de eso? Yo creo que no es tanta, porque discursos al respecto hemos escuchado un montón, el tema es actuar en función de eso.

-¿En qué caso, por ejemplo?

-Pongo un ejemplo: el presidente [Tabaré] Vázquez dijo en la campaña que la inversión en I+D [Investigación y Desarrollo] iba a llegar a ser 1% del PIB en este período. Eso es muy bueno, pero el tema es cómo se piensa invertir ese dinero, porque si se invierte como se ha hecho hasta ahora, el problema mayor es que no ha sido una inversión promotora del desarrollo. Más allá de que existía una política de innovación para lograrlo, la ANII no la llevó adelante y el gobierno no lo corrigió. Estamos viendo lo urgente que es para nosotros, sobre todo porque ya estamos en el techo de lo que venimos haciendo; si queremos seguir creciendo de la forma en que lo venimos haciendo -es decir, sin aumentar la disparidad-, no nos queda otra que apostar a la I+D, pero es necesario internalizarlo de verdad, no solamente en lo discursivo. En ese sentido, hay que tener claro que mucha gente está cómoda con el statu quo, y me refiero específicamente al ámbito científico y a cosas que pasan en el plano empresarial.

-En el libro usted habla del sector empresarial uruguayo y de su falta de audacia para invertir en desarrollo científico. Dice incluso que la falta de demanda de conocimiento por parte de la industria está relacionada con el proceso de sustitución de importaciones de la primera mitad del siglo XX, que consolidó una clase empresarial que no innova. ¿Es conservador el empresariado uruguayo?

-Creo que ésa es una de las causas de todo este gran problema, que es multicausal. Eso que describo en el libro pasó en toda América Latina; tal vez una excepción sea Brasil, por una cuestión de tamaño. El ejemplo más claro de empresarios acostumbrados a la protección estatal es Argentina, pero en todos los países en los que hubo desarrollo hubo antes una protección estatal de la industria, empezando por Estados Unidos. Pero esa protección era a término -“yo te protejo por un tiempo, pero después vos tenés que generar las condiciones para sobrevivir”-, como una incubadora. Eso en Uruguay no pasó, y la protección se cortó de forma abrupta, producto de la crisis. No hubo un proceso de formación de empresarios modernos, por eso seguimos teniendo empresarios que razonan como rentistas, gente que no apuesta a aumentar la torta, sino que aspira solamente a aumentar la porción de la torta que le puede llegar a tocar. Eso es jodido para todos, incluso para ellos.

-¿Eso cómo se cambia? ¿Cuáles son las herramientas que tiene el Estado para modificar esa conducta del sector privado y que haya mayor inversión en I+D?

-Hay un primer problema importantísimo, que está relacionado con la visión neoclásica de los economistas que han ocupado posiciones de decisión en los gobiernos uruguayos, incluso los del Frente Amplio [FA]. No hay una visión de las dinámicas de desarrollo; por ejemplo, la importancia de incorporar la inversión en I+D como un tema del debate económico y no como algo que se discute cuando hay que satisfacer las presiones del lobby académico. Éste es un tema que no está claro entre los economistas que establecen políticas públicas; cuando hablan de apoyar la innovación, como sucedió en el primer gobierno del FA, lo primero que piensan es en poner dinero para generar estímulos. Claro que es algo importante, pero no alcanza con eso. Si uno mira los países que avanzaron en el sentido correcto en estos temas, además de buscar estímulos han buscado instrumentos activos de política para promover que las empresas incorporen esos subsidios y beneficios fiscales para hacer I+D y mejorar la producción. Si no, suceden cosas como lo que pasó en la ANII -que yo describo en un artículo del libro-, donde había una previsión presupuestal de 25% para innovación en las empresas y se terminó ejecutando 5%. Y nadie en el gobierno dijo nada sobre eso: los encargados de fiscalizarlo lo dejaron pasar. Terminó pasando que el lobby de los científicos capturó el otro 20% para investigación básica. Para evitar esto, se necesitan políticas claras, ser proactivos para que estos recursos se ejecuten correctamente y contribuyan al desarrollo. Lo mismo ha pasado con el Latu [Laboratorio Tecnológico del Uruguay], que no ha cumplido para nada con la función que debería cumplir. Por ley, está establecido que el Latu debería hacer I+D para apoyar tecnológicamente a la industria, pero casi no lo ha hecho; se ha dedicado a un tema que es importante, la calidad, pero que apunta a la economía de la eficiencia. Obviamente, si mejorás los controles de calidad tenés mejores oportunidades para exportar, pero eso no constituye por sí mismo el salto en valor que necesitamos como país. El Latu ha tenido una visión muy cortoplacista, una visión de empresario no moderno, que busca lo que da más rédito y ganancia; se ha dedicado a hacer edificios y alquilarlos, a actividades que son lucrativas en el corto plazo, pero que no apuestan a lo estratégico.

-Esa necesidad de un Estado más proactivo, que estimule a los privados, implica empezar a hablar de la Reforma del Estado. ¿Qué diseño institucional se necesita para cambiar la pisada?

-Yo fui secretario ejecutivo de la ANII [en 2007] y mi idea era impulsar eso, que no fuera una agencia a la que gente va a golpear la ventanilla, si no que tuviéramos “vendedores”, gente que sale con el portafolio a convencer y a generar la demanda. Pero eso no se hizo. ¿Qué instrumentos hay en el mundo para lograrlo? Los parques científico-tecnológicos son para eso -y lo ideal es que trabajen en red-, los centros tecnológicos también, como el que se está impulsando desde la industria oleaginosa.

-Pero ¿qué es lo que más le falta a Uruguay: nuevos diseños institucionales o mayor liderazgo político?

-Las dos cosas. Y la inversión tiene que ir creciendo. Pero teniendo claro que ese 1% del PIB que se destinaría ahora -que triplica los niveles actuales- no puede estar destinado a lo mismo que venimos haciendo hasta ahora. Hay que aprovechar ese incremento para apalancar la inversión privada; además de lo que puedan invertir empresas como ANCAP, UTE o Antel, es necesario que las empresas públicas sigan aportando lo suyo para el desarrollo del país. Un ejemplo paradigmático es la fibra óptica: mejora las condiciones de vida de la gente, pero también aumenta la competitividad de la empresa.

-En 2007, en un artículo que publicó en Brecha y que está en el libro, usted decía que la inversión de las empresas uruguayas en I+D era prácticamente nula. ¿Mejoró la situación en estos años?

-Sigue siendo embrionaria, pero un poco ha ido creciendo. Por ejemplo, hay una empresa uruguaya que fabrica vacunas de uso veterinario y exporta más de 90% de su producción; en Sudáfrica, 50% del mercado es de ellos. Ellos han aumentado mucho su inversión en I+D, tienen clarísimo que ése es el camino. No podrían competir si no lo hacen. Lo mismo debería hacer Conaprole; sin embargo, no lo ha hecho. En general, las cifras, si las comparamos con las de otros países, siguen siendo bajas.

-¿Qué pasa entre los trabajadores? En el libro mencionás algunas iniciativas del Sindicato de la Industria del Medicamentos y Afines.

-Ellos están haciendo mucha capacitación en estos temas. Es importante que los trabajadores también asuman una mirada estratégica. Incluso para poder negociar a nivel sindical, los trabajadores que mejor negocian son aquellos que interpretan cuál es la situación y el rumbo de todo el sector. Por otro lado, apuntan a la solución de problemas concretos en la industria, por ejemplo, en el caso de una cooperativa autogestionada que están conformando trabajadores del sector. Es un síntoma muy interesante, porque el primer reflejo fue pedir asesoramiento en temas de I+D; es una industria que tiene niveles de formación altos.

-Vuelvo a la pregunta inicial, a las dificultades para explicar a nivel público que la ciencia y la tecnología son importantes. ¿Hay responsabilidad de la academia? ¿Hay un exceso de torremarfilismo en algunos casos?

-Creo que sí, porque la academia se desarrolló en un contexto que tal vez tenía otra mentalidad, que no tenía como preocupación central el desarrollo del país. Por eso a mí me gusta siempre citar el poema de Gabriel Celaya [“La poesía es un arma cargada de futuro”], que en un pasaje dice: “Maldigo la poesía concebida como un lujo”. Esto es lo mismo: la ciencia no puede ser concebida como un lujo. Es exagerado lo que estoy diciendo, pero sirve para graficar una situación. Hay una cuestión que es ideológica: si en algún momento la ciencia se concibió como un lujo, fue porque alguien decidió que así fuera y también porque muchos científicos lo aceptaron. Decidieron ser científicos antes que ciudadanos, por decirlo de alguna forma. Lamentablemente, eso sucedió en algunas etapas de la Udelar, aunque hay honrosas excepciones. También hay cosas que han mejorado. Hubo un momento en que cualquier tipo de proyecto relacionado con el mundo empresarial era visto como un pecado mortal; hoy eso ya no pasa. Falta avanzar más para que sea un cambio significativo y no ejemplos aislados, pero es cierto que ocurren cada vez más.

-En algunos aspectos, el diagnóstico que usted hace tiene aspectos negativos. ¿Siente que se desaprovechó la bonanza económica de estos años, que hubiera permitido dar un salto en políticas en ciencia y tecnología?

-No se desaprovechó, porque se generaron muchas cosas. Si uno está adentro, probablemente vea las cosas con una mirada más crítica, pero para promover una reflexión con balance es importante también ver qué se hizo, sin caer en posturas apocalípticas. Se ha avanzado no sólo en la inversión -que es una forma de medición válida-, sino también en institucionalidad, y no sólo porque se creó la ANII. Pero, por otra parte, creo que llegó el momento de dar un salto en estos temas, porque si uno mira todo el ciclo, es evidente que cuando asumió el FA la prioridad tenía que ser el Plan de Emergencia, porque ahí había una situación crítica, y lo mismo podría decir ahora de la idea de priorizar el Sistema Nacional de Cuidados. Eso está muy bien, pero me parece que el salto necesario que tenemos que dar tiene que ver con la necesidad de una mirada estratégica en estos temas, y eso no pasa solamente por poner la plata. Lo demuestran casos como el del País Vasco -de hecho, en el libro hay varios artículos sobre las políticas de innovación que se aplicaron allí-, que logró cambiar el rumbo en medio de una situación de crisis. Por otra parte, y volviendo a la pregunta, hay que decir que en Uruguay, durante estos últimos años, estas temáticas empezaron a ser más relevantes. Por ejemplo, pese a las críticas que generó, la propuesta de un Sistema Nacional de Competitividad [SNC] sirvió para dar una discusión sobre todas estas cosas, asumiendo que no son temas accesorios y que tienen dimensiones políticas y económicas.

-¿Qué opina de las críticas al SNC que surgieron desde la Udelar?

-No me convencieron. Creo que se quedaron en lo institucional, en quién participa en los lugares en los que se toman decisiones, y no fueron a las cuestiones de fondo, que son más importantes. La Ley de Competitividad apunta a un tema que es central para el futuro del país; creo que la Udelar tiene aportes para hacer y que éstos no pueden ser solamente opiniones sobre quién debería estar en la dirección de la nueva institucionalidad.

-En el libro hay varias menciones al término “emprendedurismo”. Es un concepto que muchas veces pareciera que no termina de caerle bien a cierta sensibilidad de izquierda, que tal vez lo asocia más con un impulso individual que con un proyecto colectivo. ¿Cuál es su opinión?

-Lo veo como un prejuicio. Primero, ser empresario no es un pecado; de hecho, cualquier integrante de una cooperativa es también un empresario. Creo que tenemos que empezar a ver, sin tapujos, que el sistema de capitalismo de Estado que impulsó la Unión Soviética no funcionó y no va a funcionar nunca. Y hay que tener claro que ese sistema implotó, no perdió en una guerra. Esto no significa que haya que renunciar al socialismo y a sus banderas: eliminar la explotación del hombre por el hombre, eliminar la alienación por el trabajo, generar una sociedad de hombres libres que trabajan sin que el trabajo los mate y sin que nadie los explote. Pero tenemos que avanzar hacia eso sabiendo que ese modelo fracasó y que tenemos que inventar otro. En cualquiera de estos sistemas hay empresas: en el sistema capitalista las empresas son dirigidas por un empresario capitalista, mientras que en el sistema soviético las empresas eran dirigidas por burócratas del partido. Yo creo que tenemos que democratizar las empresas y que sean dirigidas por sus propios trabajadores, pero esas empresas democratizadas siguen siendo empresas que para ser llevadas adelante necesitan gente emprendedora, sobre todo en las etapas más críticas. Para enfrentar obstáculos, se necesitan personas emprendedoras que faciliten todos aquellos cambios que no ocurren por sí solos. Para esos casos se necesitan personas que tengan creatividad e iniciativa; yo entiendo de dónde pueden venir los prejuicios hacia algunos de estos términos, pero pienso que todos los conceptos están para eso, para llenarlos de contenido.