En estos días terminó una larga semana, que será recordada como la semana en que el gobierno del Frente Amplio se dispuso a bloquear, trabar o prohibir las posibilidades y derechos de un gremio, de un grupo social, de un grupo de personas a protestar, a reclamar y en el acierto o en el error defender sus intereses. ¿Cómo pudimos caer en ese error semejante? ¿Cómo pudieron nuestros compañeros ser tan obtusos, tan arrogantes o tan calentones para tomar semejante medida? ¿Como pudieron errar así?

La declaración de esencialidad en este contexto tomado de los pelos no hiere solamente a maestros y profesores, hiere y compromete a todos los trabajadores y movimientos que se movilizan (valga al redundancia); compromete a todos los que protestan y activan desde la sociedad, y compromete nuestro propio futuro de izquierda, que basa sus posibilidades de éxito en esas movilizaciones, en esas opiniones indignadas y en la calle, en esa efervescencia social, y por eso debe levantarse ya sin condiciones. ¿Creímos por un momento que podíamos encorsetar esos movimientos en los zapatos pequeños de nuestras verdades?

También esta semana podrá ser recordada con alegría, con orgullo exultante como el que realmente siento por la respuesta de maestros y docentes. Por como por indignación, convencimiento, rabia, conciencia o inconsciencia enfrentaron esta aberración que fue la declaración de esencialidad y se movilizaron juntando más gente de la que el conflicto esperaba. Como en toda la república las se movilizaron; y finalmente también esta semana, como una marcha de decenas de miles de estos maestros, profesores, estudiantes, jóvenes y viejos, salieron en su defensa.

Esta es además una alegría que sobre todo debemos sentir quienes continuamos en mayor o menor medida militando y quienes por nuestra edad vamos comenzando a obsesionarnos con ver a los más jóvenes en la calle. ¡¡Ahí están los jóvenes!! Siento un orgullo robado por ese movimiento, por esa marcha, por esa foto de tapa que muestra a unas gurisas en un acto de militancia circense. Estos son los jóvenes y los viejos que estarán cuando debamos volver a la calle a defender conquistas, a campear tormentas que no faltarán y que ya azotan otras tierras de nuestro sur. Son nuestros compañeros de lucha, nuestros compañeros de partido (también), nuestros compañeros de camino. Pero no irán a donde les digamos que deben ir. Irán a donde quieran ir, y esa decisión independiente y anárquica es nuestro capital.

¿Cómo podemos entonces ser tan obsecuentes? ¿Cómo podemos cerrar filas y nuestros ojos ante semejante error? Ser gobierno es dirigir, es administrar, es repartir, cortar y decir que no. Es ir al conflicto, calentar, producir enojo y cometer errores. Pero el camino de este proceso debe ser el conflicto libre. Eso no asegurará falta de heridas, de errores, de indignados. No mejorará nuestro vínculo de nosotros como partido con nosotros como sociedad, como expresión de nuestros propios y particulares intereses, pero siempre será mejor que obligarnos a marchar a nuestras casas callados y de boca cerrada.

¿Cómo podemos además asegurar hoy en nuestro país la injusticia de cualquier reclamo o pedido de quienes no logran completar el ingreso necesario para reponer su fuerza de trabajo? No estamos en el socialismo y no está repartida la riqueza en forma equitativa. Entonces, no recibimos lo que merecemos, recibimos lo que logramos obtener, lo que logramos sustraer por los efectos del mercado, de la necesidad que la sociedad siente de nuestros servicios o productos y de la fuerza de nuestra presión. ¿¡Cómo podemos indignarnos por eso!? Ya lo escribió Marx con birome al pie de una hoja de El capital: “¡¡Esto es por plata !!”. Y a pesar de eso, permítanme también una valoración totalmente subjetiva: esto es por plata, pero en ese grupo gremial que son los maestros, esto también es por la calidad de su trabajo, de su interés por el destino de su esfuerzo, de su amor. Perdón por la digresión sentimentalista. Qué le voy a hacer, yo también le dije mamá a la maestra.

Finalmente, permítanme también una opinión respecto al motivo de tan amplio divorcio entre la izquierda (o la izquierda en el partido y en el gobierno) y los educadores. La izquierda a comprado un discurso de la derecha que culpa a la educación de los males del país, y que inventa una crisis en el sistema, crisis que puede estar expresada en ese sistema pero que no le es propia. La izquierda y la derecha han hecho invertible una función que no lo es. Han dicho que la educación es una herramienta fundamental para sacar al país adelante y han dado por cierta la afirmación inversa de que entonces la educación es la culpable de los males del país. ¡Pero no lo es! El culpable sigue siendo la mala distribución de la riqueza, la falta de trabajo formal, la carencias en el ingreso, y luego, en un collage enorme, la falta de educación de sectores a los que podremos llegar solo con más recursos.

Se ensayan para poner en la picota a la educación y a los trabajadores de ésta raros argumentos respecto a la falta de interés de estos trabajadores. Se invoca un ideal de maestro y método que habríamos tenido hace décadas. Se rasca en métodos nuevos que no se estarían aplicando. Sin embargo las encuestas muestran una estrecha y casi exclusiva vinculación entre el nivel socio económico y el resultado educativo. Entre avance y deserción. ¿No está clara la respuesta? ¡¡El problema es la plata!!

Hasta la derecha nos ha mostrado en sus laboratorios este hecho, pues a puro dinero (a mucho dinero) saca adelante proyectos en medio de zonas críticas donde la principal diferencia del proyecto es la plata (mucha plata). (Y también un poco de egoísmo, eligiendo para su éxito sólo a unos pocos, y solo a quienes ya van por el camino del éxito. Así cualquiera es Tabárez). Es es el camino señores, plata. Hagamos que las instituciones educativas crezcan en infraestructura edilicia y humana a medida que se alejan de las zonas de mejor contexto. Hagamos que todos deseáramos enviar a nuestros hijos a una escuela o liceo de Casavalle o Marconi. Hagamos que protestemos porque nuestros hijos no tienen los recursos de una escuela en Cerro Norte.

Queremos convencernos de que la escuela tradicional ofrece una educación obsoleta que no tiene la educación privada, cuando en la educación privada como conjunto no hay una sola política única que marque esa diferencia. Cuando los docentes en esta tienen la misma formación que en la primera (la pública) y aplicarán (me animo a decir sin propiedad) los mismos métodos que aprendieron. La educación privada no ofrece una formación distinta, ofrece un conjunto de servicios agregados y o laterales a los que hoy nos hemos acostumbrado, y que tienen una sola base: plata. Incorporan plástica, todo tipo de deportes, competencias, ajedrez, origami, y tantas cosas, y un grupo de personas mayor por cantidad de alumno que nos aseguran (o nos dan la impresión) de una atención estrecha y personalizada a nuestros hijos. Nos llaman, nos resuelven y asumen un montón de responsabilidades, algunas que quizás son nuestras, pero que consideramos adecuado delegar porque pagamos. ¿Y cómo se llama esta diferencia de servicios? Se llama plata. ¿Y está mal? No, a mi me gusta. Pero la diferencia se sigue llamando plata.

Criticamos a los maestros porque no trabajan lo mismo en la educación privada que en la pública, y es verdad, pero erramos, porque trabajan mucho más en la pública que en la privada, donde a veces solo deben hacer de changadoras de los niños entre una y otra actividad de un cúmulo de actividades planificadas para conformar a los padres.

Y es en ese error que nos hemos distanciado de los educadores. Compañeros, los maestros y profesores no son los enemigos de nuestros anhelos de una mejor educación, son nuestros principales aliados y los más seguros ejecutores de cualquier cosa que queramos hacer. Son los que hoy soportan la brecha entre lo que hay y lo que se necesita. Somos nosotros los que debemos trabajar con ellos, apoyarlos, impulsarlos y escuchar sus propuestas. Siempre podemos discrepar, pero en los últimos años no hemos discrepado si no que hemos llevado adelante proyectos a espaldas y contramano de su opinión, y los hemos querido culpar de nuestros fracasos.

Nos quejamos que en la discusión presupuestal se hable sólo de ingresos, sueldo y dinero, y supuestamente no se hable de educación. Compañeros, nosotros hablamos de educación cuando llega la discusión presupuestal, los educadores todo el año, todos los años.

No puedo dejar de criticar de todas formas la virulencia de algunos discursos como el de los profesores, y la apuesta a una huelga desde el inicio de la negociación. Compañeros, aunque estén descreídos, primero va la negociación y luego el conflicto. Qué le vamos a hacer.

Los números muestran que el Frente Amplio ha incrementado el presupuesto en la educación como ningún gobierno en los últimos 30 años. Soy frenteamplista, soy militante del Frente Amplio, lo voté y lo volveré a votar. Pero falta todavía. Falta que un maestro vuelva a ganar como un diputado, y aunque me gusta la idea de que un diputado comience a ganar como un maestro, prefiero que un maestro llegue a ganar como un diputado.

Como dijo Gastón Dufour, me hice frenteamplista para cambiar el mundo, no para ganar el gobierno.

Vivan los maestros, vivan los profesores, viva la izquierda, viva el Frente Amplio, y vivan estas situaciones del carajo que nos dejan perdidos y sin tener claro por momentos para donde agarrar. (Y gracias Tabaré por mostrarme por un momento el camino, que no es el que elegiste hoy).

César Hugo Arambillete Cia