El Centro de Fotografía (CdF) organizó el viernes 31 de julio una charla sobre la situación del fotoperiodismo uruguayo. La convocatoria: resistirse o reinventarse ante los nuevos desafíos de tomar videos y audios.

Una joven reportera dijo que no tiene problemas en hacer video mientras fotografía, pero, nerviosa, le costó desarrollar lo que pensaba, quizá porque estaba contradiciendo la ponencia anterior. Había habido opiniones contrarias al uso de video y foto en una misma nota, porque empeora la calidad del producto y porque es una (nueva) forma de explotación laboral.

Luego, un editor habló a favor del uso de celulares para fotografiar (y confesó que se lo pide a los periodistas) y un colega suyo dijo algo a lo que muchos adhirieron: no estamos frente a una crisis del fotoperiodismo, sino de los medios de comunicación. Quizá faltó completar: también los fotoperiodistas estamos en crisis, ya que no parece haber, por ahora, mucha vida laboral fuera de los medios.

¿Cómo hablar de nosotros sin hablar de nuestros derechos como trabajadores? Uno de ellos es la libertad de prensa, que nos permite decidir temas y desarrollarlos más allá de los intereses de las empresas mediáticas, y también apelar a la objeción de conciencia, que nos permite negarnos a fotografiar situaciones con las que no estamos moralmente de acuerdo.

Buscando más raíces, la pala golpea un objeto duro: muchos medios están al servicio del poder y, por eso, su razón de ser ya no pasa por hacer buen periodismo. Además, estas empresas reproducen estructuras verticales y machistas, que también sufrimos, vivimos y hasta naturalizamos.

Si seguimos excavando, encontramos que la falta de formación también podría explicar la crisis; los fotoperiodistas no contamos con espacios de reflexión permanentes, como éste, organizado por el CdF, que tan bien le hacen a nuestra profesión.

Otro factor tiene que ver con el ejercicio del oficio: muchas veces no hablamos con las personas fotografiadas y nos quedamos escondidos detrás del deleite del encuadre, de la atestiguación estética de acontecimientos importantes y casuales, de la fascinación con la técnica fotográfica, las cámaras, los lentes, las ilimitadas innovaciones. No hemos necesitado palabras, y de ahí nuestra equivocada especialización.

Sólo la palabra, hablada y escrita, es capaz de recuperar el poder que hemos cedido dentro de las redacciones. Pero podría ser una herramienta para el fotoperiodista del futuro, junto a la tradición “etnográfica” del primer fotoperiodismo, cuando las míticas agencias francesas de la posguerra -como Magnum- eran propiedad de los propios fotógrafos.

Necesitamos adoptar nuevas cualidades, más allá de las disputadas habilidades fotográficas. Hay que asumirse como protagonista de los procesos sociales, viajar y entender de cerca qué sucede; leer y entender más profundamente este mundo. También debemos encontrar miradas más subjetivas, poner a jugar a nuestra emoción y que se note. Hay que librarse de las aburridas fotos de funcionarios estatales y de las “escenificaciones” que nos obligan a registrar sucesos que nos sirven en bandeja (como marchas callejeras o conferencias de prensa). Hay que tomar las riendas de la investigación y tejer las conexiones infinitas de cualquier historia. ¿Cómo combinar fotos haciendo uso completo de su gramática cuando venimos utilizando un lenguaje monosilábico?

Más abajo en la excavación, nos encontraremos algo invisible para la mayoría de los fotoperiodistas: el modelo de empresa. Tenemos que apuntar a la propiedad comunitaria de los medios de comunicación y comprometernos con la horizontalidad, con la toma de decisiones consensuadas. En esto hay poquísimos modelos exitosos y hay que inventar nuevos. Habría que aprovechar que las empresas periodísticas con fines más comerciales han dejado de estimular el periodismo de calidad (para darles espacio a la inmediatez y al trabajo de oficina) y ofrecer alternativas menos inmediatas -más investigativas, atractivas de leer, con una fotografía más libre y propositiva-, para atrapar lectores decepcionados.

El traje que mejor le queda a este modelo de periodismo es el del cooperativismo, porque apunta a enterrar las prácticas de ser meros ilustradores de ideas ajenas -puesta en entredicho por la masificación de la fotografía-, para experimentar con formas más diversas de contar historias basadas en hechos y con nuevas tecnologías (video, audio, texto, animación).

Si nos quedamos atados a estructuras comerciales y capitalistas, entonces no nos queda otra que hacernos fuertes recuperando nuestros sindicatos. Aunque no estimularía esta vía, es una lucha válida y necesaria para quienes no están decididos a encarar emprendimientos autogestionarios. Si los medios les van a exigir a los fotógrafos que filmen videos, que sea dentro de las reglas que acuerden entre los gremios, los dueños de los medios y el gobierno.

Quizá el cambio nos haga bien. ¿Un poquito de video mal hecho para los portales digitales de los medios escritos (preguntémosle a un videógrafo documental qué piensa de ellos) tiene un fin periodístico y narrativo, o es una maniobra para que el navegante se quede más tiempo en el sitio web? Estaremos, eso sí, en el punto en que la precariedad laboral -producida por la liberad de empresa- choca con la libertad de prensa, como también lo es la falta de regulación sobre la distribución de la publicidad oficial, que debería estimular al periodismo como un derecho de los pueblos a escuchar variadas voces, y no sólo como una cuestión de lucro.