El mejor humor estadounidense siempre ha sido capaz de intercalar la inteligencia textual con el simple slapstick de golpe y porrazo y la exageración gestual, lo que hoy en día se llama “humor físico”, y uno de los secretos que convirtieron a Saturday Night Live (SNL) en el programa eje del humor televisivo de su país ha sido el delicado balance entre ambas vertientes que generalmente ha existido en sus elencos. Así, a las incisivas observaciones, sátiras y composiciones de personajes de un Bill Murray, una Tina Fey, un Chris Rock o un Bill Hader siempre se contrapuso la gracia desaforada y escasamente verbal de un John Belushi, un Will Ferrell o un Tracey Morgan (aunque en todos estos casos se puede hablar más de una relación de yin-yang más que de absolutos opuestos). Dentro del último grupo, el de los capaces de extraer carcajadas sin necesidad de un texto, está siendo revalorizada la enorme -en todos los sentidos- figura de Chris Farley, a pesar de su pasaje relativamente breve por el programa, como uno de los pilares de su mitología, y el recién estrenado documental I Am Chris Farley, dirigido por Brent Hodge, funciona como un mapa convencional pero completo de aproximación a quien comienza a ser considerado uno de los grandes humoristas de la segunda mitad del siglo XX.

Contrariamente a la idea de que SNL se apoya más que nada en la repetición de personajes y situaciones, algunos de los sketches históricos más recordados del programa tan sólo se emitieron una vez, pero eso alcanzó para que se volvieran parte del imaginario humorístico-cultural de Estados Unidos. Entre ellos se cuentan el violento y racista juego de asociaciones verbales entre Chevy Chase y Richard Pryor, la mímica de canto de Andy Kaufman de la canción “Mighty Mouse” y el incomparable “¡Más cencerro!” de Will Ferrell en la grabación de “Don't Fear the Reaper”, de Blue Öyster Cult, todos momentos que superaron el simple acierto cómico y se volvieron icónicos de un tiempo y una sensibilidad. Uno de esos golazos únicos e irrepetibles fue el sketch de los Chippendales, de 1990, protagonizado por el recientemente fallecido Patrick Swayze y Chris Farley.

Ese sketch, simple hasta el minimalismo, representaba un casting del famoso grupo de strippers y bailarines The Chippendales, para el que Swayze y Farley competían bailando sensualmente, vestidos apenas con un pantalón de cuero negro y una corbata de moño. El contraste entre el apolíneo Swayze y el obeso Farley era grotesco, pero el último compensaba la sensual elegancia del primero con una serie de movimientos exagerados y una energía desbordante. El jurado, que observaba los bailes con pétrea atención (a duras penas mantenida por Mike Myers, que tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no explotar de risa) luego de deliberar le daba el puesto a Swayze, reconociendo el extraordinario desempeño de Farley, pero fundamentando su decisión en lo terrible de su estado físico. Fue un sketch que hasta podría considerarse cruel (de hecho, el centro de la comicidad es exclusivamente la gordura de Farley), pero que, como en lo mejor de SNL, supera esta lectura superficial para ser una pequeña historia casi tierna sobre un gran esfuerzo inútil, una derrota valiente. Y el mérito de esto, más allá de la simpática empatía de Swayze, es el enorme, desbordado e irrepetible talento de Chris Farley, mucho más que un gordo gracioso.

Posiblemente ese sketch le podría haber valido por sí solo a Farley un lugar en la historia del legendario programa que lo emitió, pero como I Am Chris Farley demuestra, la paleta humorística del comediante -si bien muy dependiente de su físico- abarcaba bastante más que ser un obeso que bailaba semidesnudo. También tenía un control asombroso de su ronca voz, que forzaba exasperado en varios sketches, e incluso de su cabello perpetuamente despeinado, al que sacudía a la menor oportunidad, como si fuera un metalero frente a un show de Mötorhead. Pero sobre todo era una presencia capaz de hacer reír con su mera aparición de fondo, que rara vez solicitaba roles centrales en los gags pero que solía robárselos sin esfuerzo, y debido a su costumbre de improvisar líneas y acciones era temido por sus compañeros de SNL, que no sólo tenían que cuidarse de decir bien sus líneas, sino que todo el tiempo debían esforzarse, además, para no acompañar las carcajadas de la platea frente a semejante fuerza natural.

El camino del exceso

Aunque su historia terminaría de forma trágica, la vida de Chris Farley, sobre todo en la infancia, fue aparentemente mucho más feliz de lo que suelen ser los orígenes de los artistas. Integrante de una numerosa familia de clase media-alta de Madison (Wisconsin), Farley fue estimulado desde niño a hacer reír a sus hermanos y familia, mientras cursaba sus estudios de secundaria como un alumno mediocre, popular entre compañeros y mujeres y buen deportista (su gusto juvenil por los deportes le permitiría conservar, hasta su muerte, una agilidad muy superior a la que su obesidad hacía imaginar). Sin grandes aptitudes para continuar el negocio de vendedor de su padre, terminó estudiando teatro casi por descarte, pero enseguida se reveló su gran talento para la comedia. Eso lo llevó a formar parte del elenco del teatro de comedia Second City de Chicago y, sin demasiadas sorpresas (Second City es casi una oficina de casting de SNL), fue rápidamente llamado para probarse en el programa de Lorne Michaels, donde lo contrataron para integrar una de las más brillantes formaciones de SNL, junto a talentos del calibre de Mike Myers, Adam Sandler, Phil Hartmann, Julia Sweeney y Dana Carvey.

Incluso en un entorno de semejante categoría, el estruendoso Farley se las arregló para destacarse, no sólo gracias al sketch de Chippendales -que, como dijimos, jamás repetiría a pesar de su éxito-, sino por varios personajes más, entre los que se destacaban el conversador motivacional Matt Foley (tal vez su personaje más reconocido) y su rol, prácticamente improvisado, como conductor de The Chris Farley Show, un talk show en el que interpretaba una versión más tímida e insegura de sí mismo, que según sus amigos estaba muy cerca de su yo más íntimo. Queridísimo incluso en el frecuentemente competitivo ámbito de los comediantes de SNL, Farley impresionaba como un niño grande, cuyo único objetivo explícito no era destacarse, sino hacer reír a cualquiera que se le atravesara en el camino.

Farley era excesivo dentro y fuera de escena. El documental lo muestra en una visita al programa de David Letterman en el que -visiblemente pasado de cocaína- hace dos riesgosas (para alguien de su tamaño) vueltas de carro y se deja caer sobre el piso sin intentar atajarse con las manos, un truco que había aprendido de Chevy Chase, maestro de las caídas riesgosas. Pero no era el seguro de sí mismo e incluso algo soberbio Chase su modelo de rol en los elencos anteriores de SNL, sino el incontrolable John Belushi, con quien fue comparado rápidamente.

Farley, como Belushi, casi nunca bajaba realmente del escenario, y llevó su comedia excesiva a todos los órdenes de la vida, consumiendo cantidades pavorosas de alcohol y drogas. En pocos años llegó a pasar 17 veces por clínicas de rehabilitación -tanto por problemas de adicción al alcohol y las drogas como para controlar su desbocado aumento de peso-, lo que debilitó su posición en el programa. La situación fue aprovechada por un ejecutivo, cuyo nombre no merece recordarse, para deshacerse de él y de Adam Sandler, ya que las conductas de ambos habían comenzado a ser consideradas impresentables por los popes más conservadores del canal NBC. La decisión sorprendió e indignó al creador del programa SNL, pero ni él mismo pudo deshacerla ante la animadversión que las conductas de Farley había generado entre los ejecutivos.

Quedarse sin una rutina fija laboral no les hizo ningún bien a las malas costumbres de Farley, que como muchos ex SNL emigró a Los Ángeles para seguir su carrera en Hollywood, donde filmó un par de comedias menores (pero convertidas ya en objeto de culto por su presencia) junto a su compinche David Spade. Pero Farley estaba fuera de control, y en diciembre de 1997 su hermano lo encontró muerto en el apartamento que compartían en Chicago. Tenía la misma edad que John Belushi al morir, 33 años, y había sido víctima de la misma combinación letal de cocaína y opiáceos.

En el documental, Bob Odenkirk -guionista en aquel entonces de SNL y amigo de Farley- reflexiona sombríamente sobre la incapacidad de su compañero para ponerse frenos: “Es simplemente extraño que una persona tenga tanta alegría y le traiga tanta felicidad a todo el mundo a su alrededor. Pero, con Chris, hay un límite de lo maravilloso para mí. Y ese límite es cuando te matás con alcohol y drogas. Ahí es cuando deja de ser tan jodidamente mágico”.

El documental I Am Chris Farley, si bien no sale mucho del esquema de “cabezas parlantes” y material de archivo que caracteriza a las biografías cinematográficas habituales, produjo una nueva revalorización de la figura del comediante, que de cualquier forma ya venía siendo reivindicada por sus fans en un momento en el que toda la historia de SNL está siendo redescubierta, gracias al acceso fácil a las viejas temporadas posibilitado por internet. Pero, obviamente, lo mejor es verlo en acción de nuevo, especialmente en un sketch -aun mejor que el de los Chippendales- en el que un Farley nerviosísimo interroga como conductor de The Chris Farley Show a sir Paul McCartney.

El flemático Beatle contesta pacientemente las preguntas infantiles que Farley le hace leyendo tarjetas (“Paul, estuviste en los Beatles... ¿fue increíble, no?”) y lo consuela cuando se enfurece consigo mismo luego de cometer una equivocación, hasta que llega la pregunta final: “Paul, '¿al final -dice Farley, citando el tema “The End” de los Beatles- el amor que te llevás es igual al amor que hacés?'”. McCartney reflexiona unos segundos y contesta: “Sí, Chris, según mi experiencia creo que es así”. La cara de felicidad de Farley al confirmar semejante verdad revelada pasará a la historia como uno de los momentos más luminosos que haya dado la televisión mundial.