Tenía nombre de director de terror (su apellido contiene la palabra “cuervo” en inglés) y es lo que fue: prácticamente toda su nutrida filmografía estuvo dedicada al género del horror, con algunas incursiones en el simple suspenso y lo fantástico. Semiautodidacta y formado profesionalmente en el poco respetable mundo del porno, Craven nunca se destacó por algún rasgo estilístico en particular, más allá de la intención de aterrar al espectador con tan diversos como memorables recursos. Emparentado con el gore y las producciones baratas en sus comienzos (La última casa a la izquierda, Las colinas tienen ojos, dos pequeños e incorrectos clásicos del horror de los 70), se convirtió en una estrella del género con la inteligentísima y surrealista Pesadilla (1984), una película algo empañada por su innecesaria sucesión de secuelas, pero que en su momento fue un despliegue casi insólito de creatividad aterradora pura.

Aquel éxito fue seguido por tres películas de igual brillo, La serpiente y el arco iris (1988), Shocker (1989) y, sobre todo, La gente debajo de las escaleras (1991), que no repitieron el éxito de Pesadilla pero que son -todas ellas- clásicos menores del cine de horror aventurero. Luego de un período de cierta desorientación en el que intentó relanzar la franquicia de Pesadilla y hacer una comedia de horror con Eddie Murphy (Vampiro en Brooklyn, 1995), Craven volvió al centro del ring con la película de metahorror Scream (1996), una inteligente vuelta de tuerca al género slasher en la que los personajes son plenamente conscientes de los códigos y clichés de las películas de horror en las que ocurren situaciones similares a las que están viviendo. Luego de este inesperado éxito comercial al borde de lo experimental, se dedicó a explotar sus antiguas franquicias y dirigió su única película sin relación alguna con el género del horror, la amable y algo ingenua Música del corazón (1999).

Craven murió de cáncer cerebral el domingo 30, lo que causó infinita pena entre los fieles fans del género del horror, ya que no se sabía de su enfermedad. Su gigantesco colega de profesión y gustos John Carpenter lo despidió en su página de Facebook calificándolo como “un auténtico director de la Vieja Escuela”, posiblemente el mayor elogio que el veterano Carpenter podía dedicarle a su amigo.