La aparición de este libro viene a llenar un vacío en los ensayos sobre pintores uruguayos. Por su solidez plástica y conceptual, la obra de Alamón ha logrado no sólo el reconocimiento de la crítica, sino también el favor del público, como lo atestigua el hecho poco frecuente de que a comienzos de los 80, en la galería Bruzzone de Montevideo, había lista de espera para comprar sus cuadros. Con sus celebrados robots, este personalísimo artista se ha ganado un lugar en la historia de la pintura uruguaya.

Gustavo Alamón nació en Tacuarembó en 1935, en el seno de una familia humilde. En busca de una salida económica asistió al Liceo Militar, luego fue bombero, director de liceo y docente de dibujo en secundaria, actividad que se vio interrumpida en 1975, cuando la dictadura lo destituyó de la enseñanza. Vivió varios años de su pintura, dirigió talleres y ocupó importantes cargos municipales y estatales vinculados con el arte y la cultura. Obtuvo numerosos premios, entre los que se cuentan el Morosoli y el Gardel, y fue condecorado por el Ministerio de Cultura de Francia como Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia.

Expuso en las bienales de Valparaíso y San Pablo, así como en Suiza, Francia, Italia, Finlandia, Venezuela y España (donde vivió algunos años). Sus obras se encuentran en colecciones privadas alrededor del mundo, al tiempo que otras integran el acervo de museos de Uruguay, Chile, España e Israel.

Cómo nacen los robots

Alamón adquirió una sólida base académica brindada por la Escuela Nacional de Bellas Artes y por figuras de la talla de Anhelo Hernández, Edgardo Ribeiro y Miguel Ángel Pareja. Pintó paisajes, retratos y naturalezas muertas, pero comenzó a labrarse un prestigio y una identidad a partir de sus cuadros de robots. Aunque utilizó el collage y el grabado aplicados a la pintura, su rasgo distintivo es la pintura al óleo.

Los robots y los androides de Alamón constituyen una mirada alerta sobre la alienación del ser humano y la progresiva mecanización en desmedro de los valores espirituales.

En la entretenida y franca autobiografía que se encuentra al principio del libro, el autor llama “robots” a los camisas negras de Benito Mussolini y a las SS nazis que cuando era niño veía en los cines. Dice al respecto: “No creo que ellos fueran malos. Los formaron así. O mejor dicho, deformaron todo lo humano que hubiera en ellos”. Más tarde, al recordar las duras condiciones que soportó mientras fue estudiante en el Liceo Militar, afirma: “Antes que los militares torturaran, ellos fueron los torturados, porque se transforman con esa base de agresión del ejercicio del poder frente al otro que es completamente ignorado. Se despersonalizan. Allí está la presencia del robot”.

En la iconografía de Alamón, los robots no son sólo los militares (como pensó algún crítico a la salida de la dictadura) sino cualquier individuo que pierda humanidad. Tal vez por su vocación docente, la mirada de este creador era más generosa y comprensiva que lo que en aquellos tiempos podía esperarse. Por eso, y el tiempo lo pondría en perspectiva, en sus pinturas uno puede encontrarse con un robot que sostiene una jaula con seres humanos, pero también con otro con un mate y un termo abajo del brazo en una oficina pública. Alamón miraba más allá; su tema no era el gobierno de facto, sino el propio ser humano.

Un grito de alerta

En 1980 comenzó la serie de “los notables”, seres mecanizados que detentan el poder y aparecen fríos, sin rostro, despojados de humanidad. Se los ve sentados en tronos o en actitudes de mando, erguidos y soberbios, con un agujero o un televisor en lugar de corazón. La pintura es tan perfeccionista que no se advierten las pinceladas, lo que va en consonancia con la falta de humanidad de los personajes. A menudo, para sugerir la ostentación del poder, los cuerpos metálicos presentan una textura muy trabajada, que recuerda los finísimos y costosos trajes de los nobles o de la alta burguesía.

Un año más tarde, el artista dio inicio a su mejor serie, titulada “los humanoides”. Aquí la paleta se hace menos brillante, los robots no tienen el aura de lujo que tenían antes, y exhiben el metal desnudo, con grietas y costuras. Para acentuar la crudeza y el peligro que entrañan sus criaturas, Alamón abandona la exposición frontal y utiliza una perspectiva exagerada (elaborada a partir de un único punto de fuga), de modo que ahora las vemos desde abajo, como seres gigantescos a punto de pisotear nuestra frágil humanidad.

La obra de este artista es ante todo una advertencia de los peligros que acechan a la humanidad si ésta no corrige el rumbo. “Mi trabajo creativo” -afirma- “surge de una profunda voluntad de plasmar mi mensaje como un grito de alerta hasta los últimos espacios del poder y del entendimiento humanos, donde ellos estén, sin concesiones”.

Alamón. El artista y su circunstancia incluye una autobiografía, la reproducción a color de 151 obras plásticas y textos de Mario Delgado Aparaín, Jorge Arbeleche, Alicia Haber, Washington Benavides, Elisa Roubaud, Carlos Caffera y Cássio Gusson. Un texto imprescindible para todo aquel que se interese por la pintura nacional.