Entre las series que han marcado el salto cualitativo de la televisión estadounidense en este siglo (Los Soprano, The Wire, Arrested Development, Lost, Breaking Bad, etcétera) suele olvidarse la brillante irrupción en 2006, en el canal NBC, de Heroes, que fue a su manera tan revolucionaria como cualquiera de las otras mencionadas. Heroes partía de una premisa totalmente novedosa para la televisión, pero muy habitual en el cómic de las últimas décadas: que a una serie de personajes absolutamente normales les fuera otorgada (por motivos nunca claramente explicados) una serie de habilidades superhumanas. En cierta forma, era el esquema patentado hace más de 40 años por la casa Marvel y su modelo de “gente normal con poderes extraordinarios”, pero llevado a un grado extremo de realismo (si se deja de lado, por supuesto, la premisa fantástica original).

La primera temporada de Heroes fue absolutamente excepcional. Presentaba un montón de personajes bien definidos y de inmediata identificación (provenientes de todas partes del mundo, además), todos ellos dueños de poderes tan complejos como peligrosos, llevados a la pantalla con una perfecta combinación de indumentarias cotidianas y efectos visuales de última generación, que se interrelacionaban, evolucionaban y no pocas veces morían (un aspecto en el que se adelantó a la incertidumbre que ha vuelto clásica Juego de tronos) en el marco de una historia general ominosa y de connotaciones apocalíptico-nietzcheanas. Por sobre todas las cosas, esa primera temporada conseguía la aspiración máxima de las historias de superhéroes: alcanzar un clima realmente épico sin sacrificar la humanidad y la emotividad de sus personajes.

Heroes se convirtió en un fenómeno instantáneo, ganándose incluso una perfecta versión/parodia inglesa llamada Misfits (canal E4, 2009-2013, una serie aun más arriesgada y transgresora, sobre la que algún día habrá que hablar), pero en la segunda temporada todo se vino abajo. Posiblemente, y teniendo en cuenta el cierre perfecto del primer ciclo, lo mejor habría sido no continuar la serie (al menos no de inmediato), que en tal caso sería hoy un objeto de veneración mundial entre los amantes del cómic y la fantasía, pero se hizo una segunda temporada en la que literalmente no le embocaron ni una. Por un lado, los productores tomaron la decisión errónea de abandonar a casi todos los personajes ya conocidos y promover a otra serie de héroes, mucho menos atractivos; por otro, el programa fue de los que más sufrieron la huelga estadounidense de guionistas de aquel año, y la temporada 2007 tuvo apenas la mitad de episodios que la anterior. Aunque se dieron cuenta de su error, los responsables de la serie no supieron enmendarlo, y aunque en la tercera temporada volvieron a los ambientes y personajes de la primera, la historia se les fue de las manos, volviéndose increíblemente solemne, oscura y forzada (y perdiendo el choque fantasía-cotidianidad original) y alienando a los seguidores que no se habían marchado durante el segundo año. Cuando culminó la cuarta temporada, la final, no con una explosión sino con un gemido, casi nadie recordaba el entusiasmo que había generado Heroes en sus comienzos. O tal vez algunos sí lo recordaban, y estaban tan sólo dándole un respiro.

Regreso de la tumba

Heroes Reborn (Héroes renacida o renacidos) no tiene ningún problema en asumir su carácter de secuela, pero no asume responsabilidad alguna al respecto. La estética de las locaciones sobreimpresas sobre los paisajes, el logo del eclipse, las idas y venidas temporales y el pasado común se mantienen iguales que en su predecesora, pero -con la excepción de un personaje que permanece como ancla entre una serie y la otra- se ha hecho borrón y cuenta nueva con el resto. Las acciones transcurren algunos años después del fin de lo narrado en Heroes, cuando un atentado terrorista (al parecer realizado por un superhombre, o “evos”, según la terminología de la serie) ha producido una oleada de persecuciones a todos los poseedores de superpoderes, que remite simultáneamente a las historias de X-Men y a la “guerra al terror”.

Es en este mundo clandestino donde se mueven los nuevos personajes, que escapan de sus perseguidores “normales” y arman una trama que, por lo menos al final del episodio doble que le dio inicio, aún no es muy clara, pero logra el efecto de suspenso in crescendo que había distinguido aquella gran primera temporada.

La imaginería de los poderes de los personajes, que ya era bastante poco convencional en la serie original, se ha vuelto en algunos casos exquisita: uno de ellos es capaz de teletransportar a sus adversarios a un cuarto cerrado y sin ventanas que recuerda al infierno del A puertas cerradas, de Sartre; otro juega con las auroras boreales como un iluminador con las luces de un escenario; otro puede convertirse en un personaje de videojuego y continuar sus aventuras como una figura animada... Un universo tan creativo como absurdo (¿qué fenómeno biológico podría dotar a personas de habilidades tan rebuscadas como esencialmente diferentes entre sí?), pero que se las arregla para suspender la incredulidad y enganchar al espectador.

En los años entre el fin de la serie original y este relanzamiento, el mundo de los superhéroes televisivos ha cambiado y abandonó en cierta forma el camino iniciado por Heroes para adoptar un tono mucho más convencional y liviano, en series de personajes extraídos de cómics clásicos como Arrow, Flash, las versiones juveniles de los héroes de DC Comics de Gotham o incluso la visión moderadamente más jugada de Daredevil, constituyéndose de alguna forma en una versión más tradicional. Ante este panorama, Heroes Reborn vuelve a plantearse como una apuesta más ambiciosa y fantástica a la vez, que ayuda a revalorizar un producto que tal vez fue estropeado, pero no tanto como para que se justificara una caída tan rápida en el olvido. La nueva serie es un recordatorio de los logros de la original, pero también una bocanada de aire extrañamente fresco en un género -el de superhéroes- que parecía haberse estancado tanto en televisión como cine. Y sus ganchos narrativos siguen tan atractivos como en 2006, proponiendo algo que seguramente no es de lo más artístico o profundo en la televisión actual, pero sí de lo más adictivo.