Ésta es una película feminista tratada en forma pedagógica. Para muchos, éstas serán palabras sospechosas: el feminismo viene sufriendo golpes a su reputación, debido a los traspiés de los representantes más radicales de la postura políticamente correcta, y la idea de un arte pedagógico o de tesis quedó desprestigiada ante la intuición establecida de que una película sólo vale cuando emana espontánea e inocentemente de los impulsos irracionales del realizador, y que cualquier intento expreso de comunicar ideas preexistentes anula el estatus de arte e implica una postura paternalista, cuando no hipócrita (esa manera de pensar el arte pedagógico es sumamente funcional al predominio de un arte acrítico y al statu quo).

Pero no, no estoy hablando mal de la película: el feminismo es algo bueno y mucho más amplio que las actitudes de un puñado de gente malsana, está bueno que la pedagogía exista, y hay películas pedagógicas ampliamente reconocidas como obras maestras. Ésta es entretenida, emotiva, y está muy bien realizada.

Es también un ejemplar de world cinema (auspiciado incluso por Aide aux Cinémas du Monde -el fondo francés de apoyo a esa especie de género cinematográfico-). Esto implica, descrito en la forma más prosaica, un cine en que uno de los focos de interés es una especie de turismo virtual, en el que uno aprecia y “vivencia” en forma prestada elementos del cotidiano de un pueblo muy distinto al nuestro.

Aquí se cuenta la historia de cinco hermanas adolescentes de un pueblo turco chiquito en la costa del Mar Negro. Un juego inocente que practican a la salida del liceo es malinterpretado como una actitud indecente por una de las viejas del pueblo, que se lo advierte a la abuela de las chiquilinas (quien las cría junto con un tío, ya que sus padres murieron años ha en un accidente). Esto desata por parte de la abuela y en el tío medidas cada vez más represivas: las muchachas tienen que hacerse certificados de virginidad con el ginecólogo, son retiradas del liceo, las medidas para que no se escapen de la casa terminan convirtiéndola en una prisión. Están destinadas a casarse, y los casamientos son, por lo normal, arreglados por los responsables. Dado que se presiente que sus virginidades corren peligro, la abuela y el tío deciden apurar los matrimonios. Mientras tanto, como dice la voz subnarradora, la casa se convierte en una “fábrica de esposas”, a la que son convocadas las señoras aldeanas para enseñarles normas de conducta, cocina y otros quehaceres domésticos.

La parte de world cinema consiste en la descripción de esa sociedad conservadora, de las costumbres enseñadas a las niñas, de los rituales de propuesta de casamiento y de bodas, de las maneras de vestir, de los paisajes, de los vínculos entre los familiares (por ejemplo, el autoritario tío Erol, un hombre quizá cuarentón o cincuentón, aún recibe órdenes de su madre anciana, quien, sin embargo, no se mete con él cuando se trata de “cuestiones de varón”).

La parte feminista tiene como centro nuestra empatía con esas cinco muchachas muy distintas entre sí, pero cada una encantadora a su manera. Ellas van siendo ofrecidas en casamiento por orden de edad, y la narrativa está estructurada en buena medida en función de ello: cada una de ellas es puesta en foco en un momento de la película, empezando por las mayores. A medida que se van casando, van desapareciendo de escena y pasa al frente la siguiente, hasta que quedan las dos más chiquitas. Esta estructura se aprovecha para la pedagogía (a la manera de la fábula de los tres chanchitos, en la que el siguiente siempre tiene una casa más sólida). Las dos primeras hermanas representan dos posibilidades dentro de la pasividad: a una le tocó la suerte de casarse con el muchacho al que ama, a la otra no, pero lo acepta con un ostensivo peso en el alma (porque asume que no le queda otra que hacerlo). Le sigue un caso de rebeldía autodestructiva, y, finalmente, el de la emancipación. Es sabio, entonces, el recurso de subnarrar la película con la voz de Lale, la más chiquita, que es la única que atestigua todo el proceso, además de que, al ser una niña, simboliza el futuro. La gurisita que la interpreta, Günes Sensoy, es increíblemente expresiva; los planos en que aparece sonriendo son una luz.

La forma en que están filmadas es, en sí misma, una bofetada al conservadurismo: aprovechando el encierro, andan por ahí en paños menores, ostentan sus cabelleras, bailan, se toquetean con ternura, desbordan sensualidad. Es una corporeidad no necesariamente direccionada hacia el sexo, sino que está en todo, como una energía libidinosa que las rodea, que se manifiesta también en la energía con que hinchan en un partido de fútbol, o al bailar, o al contar chistes. La filmación parece compartir con ellas ese deseo (el deseo de ellas, el deseo por ellas). En ese sentido, el título, Mustang, parece cercano a la metáfora usual para una mujer sensual y fogosa: “una yegua”. Ese acercamiento a su energía vital, a sus sueños románticos y eróticos, hace aun más palpable y frustrante el confinamiento, el aburrimiento y la represión, la forma en que el gozoso concepto moderno de juventud se golpea contra las convenciones que otrora se justificaban como garantía de una sociedad ordenada y funcional -pero una sociedad que no ofrecía, todavía, las tentaciones hedonistas de la modernidad, ni sus soluciones tecnológicas-. De ahí que la sociedad mucho más liberal de Estambul sea el sueño de ellas, pese al paisaje natural maravilloso del pueblo en que viven.

El encierro genera también un subtexto sutil del arquetipo de la princesa en la torre (o su variante, Julieta en el balcón). Sólo que en este caso está tomado casi exclusivamente desde el punto de vista de ellas: vemos desde la ventana del piso de arriba a los jóvenes que las cortejan y el paisaje amplio e imponente (bosque, montaña, mar -símbolos de libertad y fertilidad-). Son ellas quienes, mientras pueden, descienden agarradas de un caño o de las trepaderas para encontrarse con sus Romeos. Y es muy ingeniosa la manera cómo, cerca del final, logran usar la represión y el conservadurismo a su favor, y la prisión se convierte en un fortín. Es parte también de ese juego la figura del padrastro malo, represor y posesivo.

Los celos inherentes al padrastro dan aquí un paso más, porque, además de la represión conservadora y edipiana, el tío Erol abusa sexualmente de sus sobrinas. Aquí hay otra posición tomada claramente en la película: aunque se expone el conservadurismo considerable de las mujeres mayores del pueblito, pronto queda claro que las actitudes represivas de esas mujeres están destinadas a contener los castigos más severos y peligrosos de los varones. Los maridos pueden anular el casamiento si constatan, luego de la noche de boda, que la novia no era virgen -no casarse es todo un problema social y práctico-. La abuela le da una paliza a cada una de sus cinco nietas luego del episodio inicial del juego liceal, pero pronto comprendemos que era para contener la ira de Erol. Nos preguntamos si la prisa en casarlas no se deberá también al propósito de apartarlas de ese tío abusador. Los pocos momentos en los que la narrativa no está restringida a las muchachas lo está a las veteranas: nunca empatizamos con los varones.

Las mil y una Turquías

Esta película viene siendo un éxito internacional, lo que es muy comprensible. Es una muy buena realización de estilo indie, con la cámara en mano haciendo un seguimiento a veces complejo de los personajes. Sin llegar nunca al sensacionalismo, la escena del clímax tiene un suspenso considerable. Hay varios momentos mágicos bañados en la música estática y sutil de Warren Ellis (a veces en coautoría con Nick Cave).

Ganó varios premios internacionales importantes, y está entre las cinco nominadas a “mejor película en idioma extranjero” para el Oscar. Con respecto a esto, es llamativo, sin embargo, que fuera propuesta por Francia. La candidata por Turquía, que no entró en las nominaciones, fue Sivas, de Kaan Müj- deci, sobre el vínculo de un niño con un perro de pelea. Mustang no tuvo en Turquía una recepción crítica tan favorable como en el resto del mundo. Muchos turcos opinan que el retrato de las muchachas es inverosímil (que se parecen más bien a muchachas emancipadas de ciudad grande y no a muchachas criadas en el entorno que se describe), que se atribuye a ese pueblito del Mar Negro costumbres que son en realidad de otras regiones o que incluso ya cayeron en desuso. Esos defectos se deberían a que la directora Deniz Gamze Ergüven, pese a haber nacido en Turquía (en la capital, Ankara, ni siquiera en el interior), se mudó cuando niña a Francia y fue educada allí. Escribió el guion junto con la cineasta francesa Alice Winocour. Esos opinantes estiman que la actitud de la directora fue “orientalista”, es decir, una descripción exotista y no totalmente bien informada, desde una perspectiva europea y para un público mayormente europeo o europeizado, quizá empeñada en volcar con cierta prepotencia la notoria influencia de Vírgenes suicidas (1999), de Sofia Coppola (de ahí la estética indie/cool).

Es difícil posicionarse desde lejos frente a ese tipo de opiniones, máxime cuando también hay opiniones divergentes que dicen que el retrato no es tan impreciso. Además, la propia situación de los personajes dista de ser típica: son cinco huérfanas educadas por parientes y en tiempos muy recientes. Es natural que esa especificidad muy minoritaria genere diferencias con las adolescentes promedio de su ámbito social. Desde acá podemos pensar: ¿los uruguayos serán tan silenciosos y abúlicos como los personajes de las películas de Control Z? Y, sin embargo, ¿no se trasmite en ellas un componente de algo reconocible que está en el aire? ¿Estarán todos de acuerdo con esto? ¿Una película narrativa podrá pintar efectivamente a “los uruguayos” (o a “los turcos del interior”), así, en general?

Lo que se puede decir es lo que se dijo al inicio: la película está sumamente bien realizada; es entretenida, fresca, emotiva; se planta frente al conservadurismo y contra la represión hacia las mujeres por parte de los hombres, y tiene ese encanto exótico (superficial, pero encanto al fin) característico del world cinema, que, en definitiva, es de las pocas vías disponibles para tener algunos atisbos de un mundo más diversificado de lo que insinúa la mayoría de la cartelera.