Entusiastas sí que los hay. Los docentes Isabel Dol -de Química Analítica y representante de la facultad en la Red Temática de Medio Ambiente de la Udelar-, Fabián Benzo -director de la Unidad Académica de Sistemas Integrados de Gestión de la Facultad (Unasig) de la facultad-, Rocío Guevara -docente de la Unasig y coordinadora de la Comisión de Medio Ambiente de la facultad- y la decana, María Torre, recibieron a la diaria para contar las buenas nuevas. “Tenemos todos los residuos controlados y canalizados por donde se debe hacer”, adelantó Torre por correo electrónico.

Antes, el camión de la basura pasaba todos los días por la histórica sede de la Facultad de Química y por el edificio de Alpargatas (que la facultad usufructúa desde hace un tiempo) para levantar los residuos que iban al vertedero de Felipe Cardoso. La facultad se acopló al sistema de recolección que la Intendencia de Montevideo (IM) implementó en algunos barrios capitalinos, que separa los residuos reciclables (plástico, cartón, papel) de los húmedos (no reaprovechables) que van al vertedero. El camión de los húmedos pasa tres veces por semana y dos veces lo hace el de los reciclables. Los residuos comunes especiales se tiran aparte: electrónicos, lamparitas de bajo consumo -que contienen mercurio- y las pilas (acopian también las que llevan estudiantes y docentes), que son recogidos por las empresas autorizadas por la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama). Por otra parte, clasifica los grandes volúmenes de papel: “Se juntan en un depósito específico de aquí y una vez al año se lleva a un reciclador; hay que juntar una tonelada para que lo acepten”, explica Guevara. La diferencia con el reciclaje de la IM es que la facultad paga por ese servicio y al vender la tonelada de papel al reciclador, cobra.

El quinto residuo común de la facultad es la yerba. “Nos daba problemas de cañerías, entre otros”, explica Guevara. “Vimos que es un residuo interesante para trabajar. Ya la estamos clasificando y estamos en proceso de implementación de un compostaje. Con un grupo de estudiantes y docentes de microbiología y educación ambiental presentamos un proyecto a la Comisión Sectorial de Investigación Científica [CSIC] de la Udelar para obtener financiamiento, porque encontramos que hay un vacío de conocimientos sobre el compostaje de yerba. Nos está ayudando una ONG, Centro Uruguay Independiente, que nos apoya con conocimientos que ellos tienen”, explicó. Dijo que lo harán independientemente de lograr o no el financiamiento de la CSIC, porque la yerba “es el residuo húmedo que tenemos por excelencia”, y es muy bueno para compostar. Para eso la facultad compró decenas de tachos específicos, y la compostera urbana se ubicará en la facultad. Guevara aseguró que “llegamos a tener 15 días un tacho con yerba y no dio problemas, porque si es sólo yerba, lo que hace es secarse”. En caso de que la facultad quede chica, saben que pueden recurrir al predio que la institución tiene en Pando. De todos los residuos que genera, el tratamiento de la yerba es el único que está en proceso de implementación.

Los residuos especiales son de cuatro tipos: biológicos, químicos peligrosos, radiactivos y vidrios rotos (estos últimos van a parar al vertedero, junto con los húmedos comunes). Los residuos biológicos son “del laboratorio de toxicología, que puede tener muestras de sangre, o algunos que hacen experimentación con animales”. “Son muy puntuales, pero sí tenemos algunos”, detalló Guevara. “Se recolectan en tarrinas especiales, siguiendo el decreto de residuos biológicos, y se envía a una empresa autorizada, en nuestro caso es Aborgama, que los recoge y les hace el tratamiento autorizado”, informó. Los residuos químicos son sólidos o líquidos. “Los líquidos -básicamente solventes- van a una empresa autorizada [Olecar] para el tratamiento de residuos químicos líquidos”, dijo. Algunos de los sólidos pueden reutilizarse; otros son llevados a un sitio de almacenamiento seguro, adonde van a parar también los radiactivos.

A comienzos de diciembre, la facultad firmó un convenio con la Cámara de Industrias del Uruguay (CIU) “para hacer un enterramiento de ciertos productos que ya no tienen otro procesamiento”, transmitió Torre. La CIU, en convenio con la Dinama y la IM, construyó un terreno de residuos sanitarios, y la Facultad de Química, junto con ANCAP, Conaprole, la fábrica de pinturas Sherwin Williams y la curtiembre Zenda fueron seleccionadas para hacer las pruebas de orientación final de la planta, que está en proceso de estar operativa. “Estamos en las últimas etapas de acondicionamiento de nuestros residuos para mandarlos a ese terreno, y probablemente podamos ser los primeros que hagamos el enterramiento en este sitio”, dijo Torre. Hasta ahora se enterraba en Felipe Cardoso, pero desde hace un tiempo ese sitio no está recibiendo más residuos. “En este momento tenemos aproximadamente unos 3.000 kilos de residuos de productos”, todos peligrosos, inflamables, que fueron juntados en los últimos seis o siete años y que temporalmente han sido almacenados de manera segura en la facultad.

Aprovechar lo que se pueda

“Tenemos básicamente tres cosas: cosas no peligrosas, cosas peligrosas que hay que gestionar como peligrosas y cosas peligrosas que podemos volver no peligrosas”, explicó Benzo, aclarando que la disposición final de residuos es el último camino. Por eso se intenta minimizar al máximo los residuos. Los docentes detallaron que, por ejemplo, intentan hacer los procesos en medios acuosos y no en solventes, que son productos más agresivos. Piensan, también, cómo hacer la misma práctica empleando una menor cantidad de producto. “En algunas cosas, el estudiante trabajando con menor cantidad puede hacer los estudios químicos que nosotros queremos; hay otros casos en los que te tenés que quedar en una escala intermedia. Se busca minimizar el uso”, detalló Torre, que además es docente de la cátedra de Química Inorgánica. “A su vez, te trae una retribución económica. Si usás menos reactivo, es más barato, pero lo importante es que afectás menos el ambiente y muchas veces minimizás el problema de la salud del que lo está manipulando”, afirmó.

Lo otro que han implementado es la reutilización de algunos residuos generados en prácticas de laboratorio. Torre ejemplificó que en su cátedra producen régulos de plata, porque de esa forma explican un método industrial: “Obtenemos el régulo de plata, plata cero, pero después de que los obtenemos, los juntamos todos, los disolvemos en ácido y podemos volver a tener nitrato de plata, que es el reactivo de partida. De esa forma estamos reciclando y volviendo a usar”.

Dol citó otro ejemplo: “En algunos de los cursos lo que hacemos en la primera semana de prácticos es generar ácidos; a la semana siguiente generamos básicos. Ahora cada estudiante va a tener que neutralizar sus recursos, sus residuos, con los residuos de la semana anterior. Es una política de cómo mejorar y trabajar con los residuos que genere cada uno u otro compañero”. Los docentes detallaron que “si mezclás ácido clorhídrico (que es ácido) con soda (que es básico, alcalino) y los juntás, obtenés sal más agua”. A eso le llaman “neutralizar”: “Tenemos dos residuos peligrosos, el ácido y la base, pero los convertimos en no peligrosos al mezclarlos, porque al final tenés agua y sal común”. Hasta ahora, muchas de esas experiencias se realizan dentro de un mismo laboratorio, pero para 2016 se proponen el intercambio entre diferentes laboratorios. “Vamos a ver la posibilidad de que algo que se genera en un laboratorio le sirva a otro laboratorio de facultad. Que haya una especie de bolsa de residuos donde se ofrezca o esté disponible. Entonces uno necesita algo y, antes de salir a comprarlo, se fija primero si está ahí. Es una opción que es ganar ganar: gana quien se lo saca de encima y el que lo recibe, y algo que en un principio era un residuo vuelve a tener una vida útil para otro proyecto”, explicaron, también colectivamente.

Todo sobrante a ser reutilizado o residuo es almacenado en bidones, armarios seguros, con códigos internacionales y otros que van creando. El beneficio para el ambiente está claro, aunque no cuantificado. Dol estimó que “en algunas de las prácticas el ahorro a pesos constantes en unos diez años es más de 50%”, y estimó que “es importante, porque nuestros recursos a pesos no han aumentado” en los últimos años.

Generar conciencia

“Esto es una conciencia que vamos creando en los estudiantes, que son los que después van a trabajar en las industrias farmacéutica, química, alimentaria”, resaltaron. Se busca que cada estudiante “se encargue de su residuo, de hacerle un tratamiento si lo requiere, de almacenarlo si hay que hacerlo, y que sepa adónde va y cuál es el destino final”.

Pero las prácticas no evitan la utilización de productos peligrosos. Benzo lo explicó con claridad: “La Facultad de Química tiene una misión, que es formar los mejores profesionales posibles, que tienen que saber trabajar con todo tipo de productos químicos: con productos inflamables, corrosivos, tóxicos. Entonces, la idea no es que un estudiante no tenga un accidente o que la facultad contamine poco porque trabaja con productos no peligrosos. Eso quedaría muy bien desde el punto de vista de la imagen, pero no estaríamos cumpliendo con nuestra misión, que es formar los mejores profesionales posibles, porque cuando esos muchachos vayan a la industria van a trabajar con cosas peligrosas. Nos estamos preocupando de no trabajar con más cosas peligrosas que las que son necesarias, y con las cosas peligrosas que tenemos que trabajar, hacerlo en las condiciones adecuadas”, reafirmó.

“Somos Udelar, tenemos una función que es enseñar”, sostuvo Benzo, que agregó que “el estudiante se forma con el ejemplo”. El ejemplo sirve también para el afuera, puesto que la facultad está asesorando a industrias privadas y a empresas públicas en cómo gestionar los residuos que generan. Allí también transmite los aciertos y los errores en el camino que va recorriendo.